Mohammad Mahallati: Un “profesor de la paz” no tan pacífico

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Según indica la biografía oficial de Mohammad Jafar Mahallati en el portal de Oberlin College (Estados Unidos), donde enseña, tiene una educación académica notable. Estudió teología islámica en el Seminario Khan de Shiraz (Irán), obtuvo una licenciatura en economía por la Universidad Nacional de Teherán y se graduó de ingeniero civil por la Universidad de Kansas. Completó una maestría en economía política en la Universidad de Oregon y se doctoró en estudios islámicos en la Universidad McGill. Habla inglés, persa y árabe clásico de manera fluida y puede comunicarse en francés.

Su carrera académica no fue menos destacable. Es profesor de Religión y Estudios de Medio Oriente y África del Norte en Oberlin College. Previamente fue profesor invitado de Estudios Transregionales en la Universidad de Princeton y profesor adjunto de asuntos internacionales en las Universidades de Georgetown, Yale y Columbia. Un progreso impresionante desde sus comienzos como docente en Irán a inicios de la década del ochenta, donde fue presidente del Departamento de Economía de la Universidad de Kerman.

Dicta no menos de diez cursos, entre ellos: “La ética de la resolución de conflictos y el establecimiento de la paz en el cristianismo y el islam”, “Introducción a las culturas y civilizaciones musulmanas: un enfoque humanista”, “El perdón en las tradiciones cristianas e islámicas”, “La ética en el Islam: una perspectiva histórica y teórica”, “Ética de la guerra y la paz en las culturas musulmanas: una perspectiva comparada y crítica” y “Amistad: perspectivas en religión, política, economía y artes”. Creó estudios interdisciplinarios sobre la amistad en Estados Unidos y el Medio Oriente y estableció el Día de la Amistad en Oberlin. Su perfil asegura que “Mahallati cree que debido a que el mundo contemporáneo todavía considera la guerra y la soledad como `normales`, desconoce `los costos astronómicos de la falta de amistad`”. Por sus áreas de interés y docencia se ganó el apodo de “profesor de la paz”.


Un detalle biográfico adicional: fue Embajador y Representante Permanente de Irán ante las Naciones Unidas entre 1987-1989. Precisamente debido a este rol diplomático el profesor Mahallati se encuentra actualmente en problemas.

El 8 de octubre, 56 familiares de víctimas y ex presos políticos ejecutados en Irán más otros 577 signatarios, entre ellos activistas de derechos humanos y juristas internacionales, enviaron un email a la presidente de Oberlin College, Carmen Twillie Ambar, en el cual le pedían que Mahallati fuese despedido, se revisase el proceso que facilitó su contratación y se pidiera disculpas a “las víctimas de la masacre de 1988 y sus familias por contratar y promover a una persona que (…) estuvo involucrada en el ocultamiento de los crímenes de lesa humanidad perpetrados en su contra”. Básicamente, los firmantes alegan que en su papel como embajador iraní ante la ONU en el período en que el régimen ayatolá ejecutó a miles de presos políticos, Mahallati engañó a la opinión pública al negar la comisión de esa masacre y buscó desacreditar las denuncias respectivas. Señalan que Amnistía Internacional emitió al menos 16 avisos de Acción Urgente entre agosto y diciembre de 1988 y movilizó a sus activistas para que enviaran cartas a las autoridades iraníes pidiendo el fin de las ejecuciones extrajudiciales de presos políticos. Enfatizan que miles de telegramas, télex y cartas fueron enviados al presidente de la Corte Suprema de Irán, al Ministro de Justicia y a los representantes diplomáticos de Irán en sus respectivos países. Los firmantes dicen que “sería imposible creer que algún líder de alto rango en Irán, y ciertamente no su embajador ante la ONU, no estuviera al tanto de la atrocidad que se estaba desarrollando en ese país”.

Más aun, sostienen que el Sr. Mahallati “no utilizó su puesto único en las Naciones Unidas para llamar la atención del público sobre estos crímenes, ni imploró públicamente al gobierno de Irán que pusiera fin a esta actividad criminal. En cambio, emitió declaraciones y pronunció discursos negando estos crímenes, refutando el alcance de las ejecuciones y cuestionando la validez de los nombres proporcionados en los informes”. Los signatarios presentaron los registros de las Naciones Unidas que muestran que Mahallati calificó a las acusaciones sobre las ejecuciones en masa como “propaganda política contra la República Islámica” y que cuando Naciones Unidas aprobó una resolución en la que expresaba “grave preocupación” por ellas, el delegado de Teherán rechazó la resolución y la tachó de “injusta” y de estar basada en “información falsa”.

El profesor Mahallati negó estas acusaciones. Dijo no saber nada oportunamente, que Teherán nunca envió un cable informado sobre las ejecuciones y que él estaba enfocado en alcanzar la paz entre Irán e Irak. Y agregó un alegato medio conspirativo: “Durante mis años en Oberlin, y debido a mi prolongado activismo contra la guerra, he sido atacado por un espectro de protagonistas del lobby de la guerra tanto en los Estados Unidos como en el Medio Oriente”. Oberlin College hasta el momento lo ha respaldado y aseguró haber realizado una investigación propia que no arrojó evidencias que sustenten las acusaciones. Los denunciantes exigieron que se haga pública esa investigación interna, pero hasta mediados de octubre al menos las autoridades no habían aceptado hacerlo.

Aunque importante, si el señor Mahallati sabía o no sabía sobre lo que acontecía en Irán mientras él estaba en Nueva York no es el punto principal de la discusión. Al fin de cuentas, por más justa o injusta que sea la causa defendida, proteger la imagen global de los países que representan es la labor de todos los diplomáticos, democráticos y tiránicos por igual. Lo que es bastante asombroso aquí -el verdadero escándalo yo postularía- es que un emisario de un régimen monstruoso como el del Irán revolucionario haya escalado posiciones en el ámbito académico norteamericano tan holgadamente como Mahallati lo hizo, y que universidades de elite en Estados Unidos no tuvieran reparos en contratar a un diplomático iraní desde 1991 en adelante, cuando la notoriedad del régimen ayatolá ya era conocida mundialmente. El puesto de embajador ante las Naciones Unidas es uno de los más importantes para toda cancillería y es en consecuencia dable asumir que los elegidos son figuras cercanas a la cúspide del poder. Mohammad Javad Zarif, por ejemplo, fue embajador de Irán ante la ONU antes de ser designado canciller. La pregunta que nos deberíamos estar haciendo es por qué abrieron sus puertas Princeton, Yale, Columbia, Georgetown y Oberlin a un representante de un régimen fundamentalista, teocrático, terrorista, misógino, homofóbico y antioccidental.

De por cierto, Mahallati no fue el único oficial iraní en ser bien recibido en claustros de Estados Unidos. Seyed Hossein Mousavian, doctorado en relaciones internacionales por la Universidad de Kent, Reino Unido, enseña en Princeton. Fue un cuadro absoluto del régimen iraní. Según su biografía oficial en el portal de Princeton, se desempeñó como Embajador de Irán en Alemania (1990-1997), fue Jefe del Comité de Relaciones Exteriores del Consejo de Seguridad Nacional de Irán (1997-2005), Portavoz de Irán en sus negociaciones nucleares con la comunidad internacional (2003-2005), Asesor de Política Exterior del Secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional (2005-2007), Vicepresidente del Centro de Investigación Estratégica para Asuntos Internacionales (2005-2009), Director General del Ministerio de Relaciones Exteriores para Europa Occidental (1987-1990), Jefe de la Administración del Parlamento (1984-1986) y editor en jefe del periódico oficial en inglés Tehran Times (1980-1990). Mahallati es un pichón a su lado.

Políticos iraníes también fueron invitados a disertar a universidades norteamericanas. Dos vienen a la mente. En abril del 2015 Zarif disertó en la Universidad de Nueva York, siguiendo la estela del presidente Mahmoud Ahmadinejad, quien lo hizo en la Universidad de Columbia en septiembre de 2007, donde famosamente dijo que no había homosexuales en su país. Nótese que estos son los mismos espacios hipersensibles a todo desafío a las ortodoxias progresistas del momento, siempre prestos a cancelar a los herejes políticamente incorrectos.

Richard Holbrooke dijo que “La diplomacia es como el jazz: infinitas variaciones sobre un tema”. Al coqueteo del mundo académico con representantes del despotismo iraní también le podría caber esa definición. Mohammad Mahallati es hoy el centro de una gran controversia moral, pero no será la última. Apenas una variación más sobre un tema infinito.

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