Multitudes solitarias

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Si la soledad es nada más no estar acompañados, entonces estar acompañados debería ser solamente no estar solos. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones en toda nuestras vidas, solemos estar rodeados de otras personas sin ser eso un motivo para declarar que estemos acompañados. Dado que estar acompañados no es estar donde haya más gente a nuestro alrededor. Estar acompañados no es algo físico ni material, sino ontológico. Estar acompañados es un sentimiento que no depende de la cantidad de personas que haya a nuestro alrededor, ni tampoco depende del estatus social o intelectual de esas personas. Estar acompañados es sentirse acompañados. Sentirse acompañados es tener a nuestro lado a una persona en la que podamos confiarle mucho más que una broma. Al mismo tiempo es saber que esa persona está presta a recibir nuestra confianza. Porque la confianza no siempre debe ser a la par en reciprocidad. Tal vez, el nivel de confianza que uno tenga en otra persona no sea el mismo nivel que esa persona tenga en uno, y eso no merma el sentimiento.
Por lo tanto, si estar acompañado no es estar rodeado de gente, asimismo se puede afirmar que estar solo no es no estar rodeado de gente. ¡Cuántas veces nos hemos sentido solos aun rodeados de multitudes!
Si un niño se pierde en medio de la multitud, nunca se sentirá acompañado hasta no encontrar a sus padres o la persona con quien venía acompañado. Eso demuestra que la cantidad de personas no hace al acompañamiento, sino que son los sentimientos aquellos con los que logramos sentirnos acompañados. Incluso son los mismos sentimientos los que a través de ellos podemos sentirnos en la más extrema soledad.
Cuando un ser querido se nos adelanta y, notamos que eso mismo ya viene pasando pues tanto mamá como papá, incluso otros parientes cercanos ya se nos adelantaron, a veces se suele sentir que nos estamos quedando solos al ser que no estamos acompañados por aquellas personas con las que sí podíamos percibir con nuestros sentimientos esa percepción de estar acompañados, aun sin tener ni mantener tanta relación con ellos. El sólo hecho de saber que ellos existen nos otorga cierta tranquilidad de tener un “colchón donde caer” en caso de ser necesario, aunque esa persona no sienta lo mismo, o no sepamos si lo sienta o no. Poco o nada nos interesa si esa persona lo siente o no. Lo que nos hace sentirnos acompañados es el sentimiento que nosotros sentimos y no lo que esa persona pueda o no sentir hacia nosotros.
Por lo tanto, cuando un ser uerido se nos adelanta, de esos seres en los cuales con ellos nos hemos sentido acompañados, es ahí cuando el fantasma de la soledad nos acecha rodeando nuestras mentes por largas horas durante varios días, semanas y meses. Y eso es de lo más normal que así suceda porque desconocemos el futuro al mismo tiempo que tenemos la total seguridad que quien se nos adelanta ya nunca va a regresar. Pero con lo que muchas veces no contamos es que el futuro es sorpresivo para todos. Claro que esa sorpresa nunca puede estar compuesta por la aparición nuevamente de aquel ser querido, pero sí por personas en las que podremos confiar mucho más que chistes y aventuras personales. Incluso, al ser que la congoja se apodera por cierto tiempo de nosotros al despedir a nuestro ser querido, solemos creer que al mismo tiempo nos invade la soledad, esas que nos enceguece haciéndonos creer que en ese mismo instante y desde ahí en adelante ya no tendremos en quien depositar nuestra confianza. Porque confiar en alguien es una necesidad vital, no simplemente un lujo, algo no necesario, sino que es literalmente vital. Hasta que pasa el tiempo de luto, de sufrimiento por la pérdida y nos damos cuenta que las personas, sea una o varias, en las que podemos confiar siempre han estado allí, no son nuevas, sino que siempre han estado y nos hemos enceguecidos tal vez por el luto, tal vez por nunca poner atención en ellos. Es por eso que esa “pérdida”, en muchas ocasiones nos ha proporcionado un gran beneficio al provocar que sepamos abrir nuestros ojos, observar mejor, confiar, e incluso ser seres en quienes muchos confiaran en nosotros.

Acerca de Rob Dagán

Mi nombre es Gabriel Zaed y escribo bajo el seudónimo de Rob Dagán. Mi pasión por la escritura es una consecuencia del ensordecedor barullo existente en mis pensamientos. Ellos se amainan un poco cuando son expresados en tinta, en un escrito. Más importante es expresarse que ser escuchado o leído, ya que la libertad no radica en hablar, sino en ser libre para pensar, analizar.

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