A medida que Estados Unidos comienza su retirada de Afganistán,[1] gran parte de los comentarios que se suceden toman dos caminos diametralmente opuestos. Uno nota los 20 años de la presencia estadounidense, el inmenso gasto hecho en costos y en pérdida de vidas humanas junto al espectro de «guerras eternas». El otro señala el mismo costo ya perdido en Afganistán, pero ve el verdadero peligro de un resurgimiento terrorista que pudiera brotar de un Talibán extremista y triunfante, todavía estrechamente aliado a Al-Qaeda y la probable caída del actual gobierno pro-occidental en Kabul.[2] Existe una verdad en ambas posturas, pero este es, sin lugar a dudas, un momento amargo en la política exterior estadounidense que quizás pudo haberse evitado, o al menos, no haber sido tan costoso.
Muchos estadounidenses sirvieron en Afganistán y yo fui uno de ellos. Tuve la suerte de ser uno de los primeros asignados permanentemente a la Embajada de los Estados Unidos en Kabul luego de la caída de los talibanes en el año 2001. Durante los primeros seis meses, la Embajada estuvo atendida por personal que laboró a corto plazo.
En el tiempo que pase allí, a esta situación se le denominó diplomacia minorista, a pequeña escala y personal. Los teléfonos celulares aún no eran totalmente confiables y uno visitaba la oficina de alguien y si este no se encontraba en el lugar, dejaba una nota diciéndole que regresaría unas horas más tarde.
Teníamos bastante dinero, pero todo era relativamente modesto. Me entregaron un cheque por cien mil dólares en dinero perteneciente al Departamento de Estado para que el subsecretario de Estado visitante Richard Armitage lo presentara con el propósito de restaurar el Museo Nacional de Afganistán – este fue el desembolso más caro que realizamos.[3] Restauramos un pabellón del siglo 19 en los famosos jardines y la tumba del conquistador Mogul Babur (véase la fotografía a continuación). Me topé con una mezquita en ruinas del siglo 18 y obtuve fondos para preservar la cultura y restaurarla (la foto de la Mezquita Mullah Mahmud restaurada puede verse en la parte superior de este artículo). Compramos instrumentos musicales (5.000 dólares en un bazar traídos de India) para la facultad de música de la Universidad de Kabul – (los talibanes prohibieron la música) – y sillas y libros para algunas otras facultades. Puedo pensar en otra docena de proyectos tan pequeños que en realidad dimos a conocer.
Todo este trabajo fue altamente satisfactorio a nivel personal, pero también era lo apropiado hacer dada la capacidad del país en absorber algún financiamiento externo. La broma entre algunos afganos era que las ONG fantasmas, «algún individuo con una máquina de enviar fax», surgían en el país desde todos sectores izquierda a derecha con el fin de aprovechar el flujo de dinero extranjero por una variedad de causas. En la primavera del año 2003, luego de la invasión a Irak, se veía claro que las potencias de Washington no estaban del todo contentas con el ritmo de los acontecimientos que se sucedían en Afganistán. Nos enteramos de que nuestro muy capaz embajador Robert Finn, iba a ser destituido pronto y reemplazado por un designado político de Washington Zalmay Khalilzad. 15 años después, Khalilzad, un afgano estadounidense, sería el hombre clave para que la Administración Trump y Biden fijaran los términos de la salida de Estados Unidos con los talibanes.
Cuando me marché, en agosto del año 2003, los medios de comunicación anunciaron una «reestructuración» de la política estadounidense ante el resurgimiento de los talibanes, lo que implicaría poner mucho más dinero y un «esfuerzo acelerado» para reconstruir el país, incluyendo la colocación de altos funcionarios estadounidenses en cada uno de los ministerios afganos. Algunos llamaron a esto la «Bremerización de Afganistán», refiriéndose a Paul Bremer, el administrador estadounidense a cargo de Irak entre los años 2003-2004.[4] Recuerdo haber escuchado a varios funcionarios de Washington decir que Afganistán necesitaba «aceptar el programa» y parecerse más a la historia de éxito que se desarrolla en Irak. Incluso recuerdo en ese entonces que tales palabras me llenaban de pavor y de muchos presentimientos.
La vertiginosa arrogancia de la Administración Bush recibió una sacudida cuando Barack Obama se postuló para presidente en el año 2008 pidiendo redoblar los esfuerzos en Afganistán (en contraposición a la debacle que se sucedía en Irak). La «llegada de Obama» a Afganistán hizo incrementar el número de tropas estadounidenses en el país en un 50%, ya que oscilaba de manera confusa entre una escalada y una retirada, entre escuetas contrainsurgencias y la construcción de una nación.[5] El ejército estadounidense gastó más de un trillón de dólares en operaciones en Afganistán durante los últimos 20 años. 2.400 estadounidenses muertos y más de 20.000 heridos también son parte de este legado. Los costos totales pueden superar los $2.261 trillones.[6]
Yo no soy de los que piensan que Estados Unidos nunca debería haber castigado a los talibanes o que costos humanos y materiales no debieron gastarse en objetivos que impliquen los temas en política exterior. Pero no puedo evitar pensar que las decisiones tomadas por dos sucesivas administraciones estadounidenses, en los años 2003 y 2009, hicieron que esta guerra fuese mucho más costosa para los estadounidenses de lo que debió haber sido. Se me pidió que regresara a Afganistán en el año 2009 para hacerme cargo de mi antigua operación y uno de los puntos más importantes al tratar de reclutarme fue que esta vez tendría a mi cargo alrededor de $100 millones al año en fondos para dirigir el área de “comunicaciones estratégicas”.
Una decisión más humilde de evitar la edificación de la nación y rehacer el país a nuestra propia imagen, concentrándonos aún más finamente en el sector del área de seguridad, construir un ejército local sostenible y respaldarlo con el poderío aéreo estadounidense, tal vez hubiese sido más barato que crear la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad dirigida por la OTAN durante 13 años (ISAF, 2001-2014). La ISAF comenzó con un mandato limitado y finalmente se expandió hasta lograr una presencia en todo el país.
Se gastaron más de $88 billones en la construcción del Ejército Nacional Afgano (ENA) y la policía que puede o no ser – nadie lo sabe con seguridad – ser capaz de detener a los talibanes en los próximos meses, especialmente dadas las intenciones por parte de los estadounidenses de «dejar de proveerle» a los afganos el uso del poderío aéreo estadounidense como estabilizador de la situación.[7] Estados Unidos todavía gasta $3 billones al año para pagarle al ENA, un costo que los afganos no pueden permitirse tal lujo.[8] El futuro parece sombrío para el gobierno afgano encabezado por el presidente Ashraf Ghani Ahmadzai y es difícil concebir que pueda terminar pacíficamente un mandato que termina en el año 2025, aunque surgirán otros actores que llenaran el vacío dejado por los estadounidenses.[9] A pesar de las espantosas predicciones dadas por otros, el enviado especial Khalilzad no visualiza un colapso del gobierno de Kabul.[10]
Si bien Vietnam fue hace una generación, las cicatrices de las costosas intervenciones estadounidenses en Afganistán e Irak siguen como heridas abiertas. Si aprendimos algo de estas dos últimas intervenciones más recientes, debería ser que debe existir una forma mejor, más rentable, letal cuando queramos que así sea, duradera pero más flexible, de proyectar el poder a nivel mundial. Nuestros rivales y adversarios en Rusia, China, Irán y Turquía parecen haber encontrado formas creativas y disciplinadas de hacerlo. Ya no podemos darnos el lujo de crear otro Afganistán o Irak, pero uno se estremece si de alguna manera reunimos el dinero y en alguna otra parte pudiéramos repetir una vez más, nuestros costosos errores.
*Alberto M. Fernández es vicepresidente de MEMRI.
[1] Véase la serie de MEMRI Informe Diario PSATY en urdu: Estados Unidos pagó decenas de millones de dólares a los talibanes afganos; ‘Cinco bases por las que se les ha pagado a los talibanes dos crore (es decir, 20 millones) de dólares cada una son Bagram, Kandahar, Nangarhar, Herat y Helmand’, 6 de mayo, 2021.
[2] Véase la serie de MEMRI Informe Diario PSATY Máximo clérigo de Hayat Tahrir Al-Sham (HTS) felicita a los talibanes afganos por la retirada de los Estados Unidos de Afganistán y afirma que el grupo HTS en Siria y el Partido Islámico de Turkistán siguen tras el modelo de los talibanes, 28 de abril, 2021.
[3] 2001-2009.state.gov/s/d/former/armitage/remarks/20545.htm, 9 de mayo, 2003.
[4] Reliefweb.int/report/afghanistan/afghanistan-nation-building-redoubled, 8 de septiembre, 2003.
[5] The-american-interest.com/2016/02/15/obamas-failed-legacy-in-afghanistan, 15 de febrero, 2016.
[6] Watson.brown.edu/costsofwar/figures/2021/human-and-budgetary-costs-date-us-war-afghanistan-2001-2021, consultado el 11 de mayo, 2021.
[7] Nytimes.com/2021/05/06/us/politics/afghanistan-withdrawal-biden-milley-austin.html, 6 de mayo, 2021.
[8] Breakingdefense.com/2021/04/how-long-us-will-fund-afghan-military-an-open-question, 15 de abril, 2021.
[9] Newlinesmag.com/photo-essays/afghanistans-post-nato-battle-lines, 11 de mayo, 2021.
[10] News.yahoo.com/biden-envoy-afghan-government-wont-collapse-175259465.html, 28 de abril, 2021.
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