Luego del repentino colapso del gobierno y del ejército afgano y la victoria de los talibanes, algunos expertos han advertido sobre el peligro de un estado fallido liderado por un grupo salafista yihadista estrechamente aliado a Al-Qaeda. Quizás una preocupación mayor puede ser el peligro de un estado que en realidad no fracase, muy posiblemente un estado autoritariamente exitoso, dirigido por un grupo salafista-yihadista aliado cercano de Al-Qaeda.
La victoria de los talibanes es un triunfo para ellos y la mayor victoria de Al-Qaeda en una generación. Fueron sus intrusos rivales, el Estado Islámico, los que asombraron al mundo en el año 2014 con su prototipo de estado en Siria e Irak (con puestos de avanzada en otros lugares) y su Califato. En el 2019, el EIIS perdió tanto su estado en Baghouz y, luego ese mismo año, a su Califa en otras partes de Siria.
Al-Qaeda, que durante tanto tiempo parecía estar contenido mientras el EIIS acaparaba toda la gloria de la atención de los medios de comunicación, tendrá una nueva oportunidad de resurgir y Afganistán pudiera convertirse en refugio seguro y en laboratorio para los laboriosos yihadistas de todo el mundo – al igual que el terruño del EIIS o Arabia Saudita o Pakistán han sido para algunos salafistas en el pasado y Turquía lo es hoy para varias razas de islamistas extranjeros. El modelo talibán parece ser mucho más exitoso y atractivo para los extremistas y una ola a futuro mucho más probable para ellos que el modelo del EIIS, una vez aterrador, pero ahora visto como extravagante.
Afganistán se convierte ahora en una especie de oeste salvaje yihadista, que Estados Unidos puede y tendrá ocasionalmente que atacar, es el escenario más fácil y cómodo. Uno más preocupante pudiera ser un estado mejor administrado, donde los yihadistas son menos obvios y abiertos en sus acciones; un lugar donde se pueden formar todo tipo de conexiones informales y de relaciones simbióticas de manera discreta e informal, donde una nueva versión islamista iliberal de un estado nación puede inspirar a nuevas generaciones de extranjeros – peregrinos políticos buscando lo más inusual y nuevo.
A casi 20 años desde el 11 de septiembre, 2001 algunos académicos han especulado sobre cuánto pueden haber cambiado los talibanes desde la última vez que estuvieron en el poder. El consenso es que de hecho si han cambiado, en términos de ideología y gobernabilidad – muy poco y yo creo que esto es cierto. Pero han cambiado algo en términos a su manera de exponerse al mundo. Puede que no sean mundanos, pero están más experimentados y confiados en las costumbres del mundo exterior. Utilizan las redes sociales (por supuesto, también lo hacen todos los grupos yihadistas e islamistas); negociaron con los estadounidenses. Ciertamente demostraron excelentes habilidades diplomáticas y de inteligencia para cambiar y sobornar a grandes sectores del antiguo régimen de Ashraf Ghani, mientras generales y gobernadores de las provincias negociaban su rendición o se cambiaban de bando. Podemos decir que los talibanes han evolucionado hasta cierto punto tácticamente pero se han mantenido igual estratégicamente, un poco más pulidos pero con la misma brutalidad. Un Talibán más sofisticado y capaz que siga siendo implacablemente hostil hacia Occidente sería un salto cualitativo hacia adelante.
Pero si los talibanes pueden haber cambiado algo su actitud, 20 años después en Occidente hemos cambiado mucho y no para bien. Si bien la forma de guerra e ideología de los talibanes se han mantenido más o menos iguales, es precisamente en esas dos áreas donde Occidente, en particular Estados Unidos, se ha desmoronado.
En cuanto a una forma de guerra, está del todo claro que la costosa y pesada forma de guerra estadounidense vista en Afganistán e Irak, aunque aun formidable, tiene sus limitaciones. Confiar en los contratistas y en el personal local, subcontratar funciones de apoyo vitales, el proceso de toma de decisiones entre agencias, el proceso de la comunidad de los servicios de inteligencia, la creación de representantes locales, todo esto tiene cierta lógica, pero ha tenido dos décadas bastante difíciles.
Y mientras el ejército estadounidense muestra algunos defectos, este sigue siendo una fuerza supremamente poderosa que puede hacer algunas cosas que otros pocos pueden hacer. Sin embargo, la ideología occidental está siendo sometida a una presión extrema. No está del todo claro que sepamos quiénes somos realmente, qué representamos y qué queremos hacer.
Para serles franco, el modelo democrático liberal, predicado con vehemencia por Occidente durante años, a menudo en tonos triunfantes tras la caída de la Unión Soviética, está mostrando fisuras muy reales bajo repetidos ataques ideológicos internos. Nuestros adversarios entre los talibanes poseen convicciones. Uno puede ver en las imágenes de Al-Jazeera a combatientes talibanes abrumados por la emoción mientras recitaban el sura coránico «An-Nasr» (El apoyo divino) el 15 de agosto mientras ocupaban el palacio presidencial en Kabul.
Nuestros otros adversarios en la China comunista también son firmes en sus creencias y en su visión a futuro. Nuestras convicciones a veces parecen muy apasionadas, mientras se fracturan cada vez más a lo largo de los lineamientos tribales, racistas y de género. Nosotros hablamos sobre la democracia y grandeza estadounidense, mientras estamos comprometidos con China y parecemos incapaces en no hacer nada al respecto. El patriotismo y el orgullo nacional parecen haberse convertido en malas palabras, mientras que la historia de Occidente y su herencia parecen tener muy pocos defensores. Nuestro pasado está siendo deconstruido ladrillo a ladrillo. Y en cuanto a la democracia, puede significar, a menudo, una alianza de las empresas tecnológicas más importantes junto a una clase dominante depredadora que se asemeja cada vez más a una oligarquía hereditaria.
Aún pueden salir mal muchas de las cosas entre los talibanes. Estos están menos unidos de lo que parecen y Afganistán, sin importar quién lo gobierne, es notoriamente rebelde. Ellos se enfrentan a una insurgencia muy pequeña pero sangrienta de sus rivales en la facción Estado Islámico-Provincia Jorasán (ISKP/s.e.i.). Los talibanes deberían poder ganar con relativa facilidad, pero aun sigue siendo un reto para estos.
Pero es muy probable que estén mucho menos aislados que en los años 1996-2001, cuando fueron reconocidos por solo tres países. Si juegan bien sus cartas, muy probablemente tendrán relaciones productivas con China, Turquía, Irán, Qatar y Azerbaiyán, además de su patrón y amo Pakistán. Rusia y los estados de Asia Central son bastante cautelosos, pero también es muy probable que busquen un modus vivencial con Kabul gobernado por los talibanes. No existe, al menos todavía, una oposición rebelde viable al estilo de la Alianza del Norte en contra de los talibanes para que las potencias extranjeras los apoyen. Recrear uno no está fuera de discusión, pero los talibanes han aprendido del pasado y han enfocado su campaña más reciente en priorizar aquellas áreas al norte del país, donde lógicamente pudiera surgir tal oposición. Y si bien algunos en Occidente pueden querer castigar al Afganistán gobernado por los talibanes, cuanto más se le castigue, mayor será el flujo de migrantes y refugiados afganos que se trasladarán hacia la zona oeste en dirección a Europa, uniéndose a otros flujos de millones de almas desesperadas que emergen del Medio Oriente y de África.
La debacle en Afganistán debería servir de alarma a países en Occidente tales como los Estados Unidos, advirtiéndoles que las viejas formas de intervencionismo extranjero liberal ya se ven peligrosamente desgastadas y las antiguas y agotadas retóricas son modelos ya agotados. Es muy probable que Estados Unidos nunca más se gaste dos trillones de dólares en estas desventuras en el extranjero tal como lo hizo en Irak y Afganistán (incluso si una cantidad considerable de ese dinero fue destinado a empresas y contratistas estadounidenses en lugar de ir a la construcción de naciones en Mesopotamia y en el Hindu Kush). Pero si bien los entusiasmos extranjeros parecen menos probables, aun así es horroroso contemplar que la próxima cruzada anti-extremista a generarse parece apuntar al mero centro de los Estados Unidos. Es casi como si no hubiésemos aprendido absolutamente nada en dos décadas de conflicto.
*Alberto M. Fernández es vicepresidente de MEMRI.
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