Promesas y riesgos del acuerdo de paz en Juba

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El 31 de agosto, 2020 tuvo lugar un hecho histórico en Juba, la capital de la República de Sudán del Sur. Se dio la firma del Acuerdo de Paz Juba (APJ) entre el gobierno de transición de Sudán y seis grupos rebeldes sudaneses que comprenden el Frente Revolucionario Sudanés (FRS) y el Movimiento de Liberación de Sudán dirigido por Minni Minnawi. Otros dos grupos rebeldes, los liderados por los veteranos líderes insurgentes Abdul Wahid Nur y Abdel Aziz al-Hilu, no firmaron el acuerdo pero siguen en contacto con Jartum. Las negociaciones fueron facilitadas por el Presidente de Sudán del Sur Salva Kiir Mayardit.

El acuerdo se produjo luego de un año de difíciles negociaciones y es un logro destacado para el frágil estado de transición de Sudán que asumió el poder tras el derrocamiento del régimen de Bashir en el 2019 luego de 30 años de gobierno. Subrayando la importancia del pacto, casi todos los líderes políticos de Sudán participaron en la firma, el Primer Ministro Abdalla Hamdok, el Teniente General Abdel Fattah al-Burhan, el jefe del Consejo de Soberanía de Sudán y el hombre fuerte y vicepresidente del Consejo, el General Muhammad Hamdan Dagalo.

La historia de Sudán se encuentra plagada de acuerdos de paz, en su mayoría fallidos. Los gobiernos civiles o de transición de Sudán intentaron dos veces y fracasaron, en 1964 y 1985, de lograr un acuerdo de paz entre Jartum y los rebeldes de Sudán del Sur. Los dictadores de Sudán lo han hecho algo mejor. El Acuerdo de Addis Abeba de 1972, firmado por el dictador Gaafar Nimeiry, puso fin a la Primera Guerra Civil Sudanesa (1955-1972). Nimeiry rompió luego ese acuerdo en 1983, declarando un estado islámico y provocando la Segunda Guerra Civil Sudanesa (1983-2005). El régimen del dictador islamista Omar al-Bashir puso fin a esa guerra con la firma del Acuerdo General de Paz (AGP) en el año 2005, que puso fin a una de las guerras civiles más largas de África. Si bien el Acuerdo General de Paz conduciría eventualmente a la independencia de Sudán del Sur, este no puso fin a los conflictos de baja intensidad que estallaron en las regiones de Darfur, Kordofán del Sur y el Nilo Azul en Sudán.


Los dos grupos que no firmaron son importantes, pero muy probablemente no se ocupan de aquellos que quebrantan o interrumpen por sí mismos. Existe un alto al fuego que se ha mantenido más o menos para todos los grupos. Abdul Wahid Nur, que encabeza la facción mayoritariamente fur del Movimiento de Liberación de Sudán (la facción de Minnawi es mayoritariamente de origen étnico zaghawa), ha sido apodado «Señor No» durante años tanto por occidentales como por algunos sudaneses. Si bien tiene una base entre su propio grupo étnico, particularmente en la región de Jebel Marrah, Nur en París, no posee una fuerza armada poderosa sobre el terreno. El fortalecimiento de Abdul Wahid radica en su constante negativa a ser parte de los acuerdos de paz de Jartum que finalmente resultaron ser acciones fallidas.

El otro refusenik, el veterano rebelde Nuba Abdel Aziz Al-Hilu, encabeza una facción del Movimiento de Liberación de los Pueblos de Sudán del Norte (SPLM-N) que se dividió en el año 2017 en facciones en guerra. La facción Malik Agar (con sede en la región del Nilo Azul) firmó el acuerdo. La división dentro del SPLM-N fue motivada tanto por el conflicto personal como por la etnia, pero Al-Hilu ha insistido en que antes de que pueda haber paz de verdad, Sudán debe declararse como un estado verdaderamente secular en lugar de islámico. La preocupación es que un Sudán islámico, tarde o temprano, se volverá coercitivo y violento contra los no musulmanes o contra los secularistas, como finalmente sucedió con el Acuerdo de Addis Abeba y el Acuerdo General de Paz.

Este nuevo acuerdo tiene como objetivo resolver definitivamente estas brutales y sangrientas, pero a menudo olvidadas guerras, que han atrofiado y aislado a Sudán mientras infligen un daño incalculable a la población local en estas áreas muy marginadas. Al igual que con los anteriores acuerdos de paz, los firmantes rebeldes obtendrán cargos políticos y prebendas gubernamentales en Jartum. Pero este acuerdo tiene como objetivo mejorar de forma tangible la vida sobre el terreno en las zonas de conflicto. Se supone que los grupos rebeldes obtendrán el 30% de los cargos en sus gobiernos regionales, que recibirán el 40% de los ingresos obtenidos localmente (incluyendo los ingresos del petróleo) y un nuevo fondo pagarán 750 millones de dólares al año durante 10 años al empobrecido Darfur, Kordofán del Sur y el Nilo Azul. Igualmente alentador es la creación de una Comisión Nacional para la Libertad Religiosa, con filiales locales, para ayudar a salvaguardar los derechos de los cristianos sudaneses, siendo estos un grupo importante en los estados del Nilo Azul y en el Kordofán del Sur.

Sudán, que soporta una feroz crisis económica, el cambio climático y la pandemia del coronavirus, necesita desesperadamente de paz y justicia y este acuerdo es un paso considerable en la dirección correcta. El hecho de que a la firma en Juba fueran los líderes más poderosos del frágil gobierno de Jartum, el jefe de la administración civil y los dos generales más importantes, es ya algo muy significativo. Sudán definitivamente merece un mayor apoyo internacional después de este pacto de paz, tal como lo ha merecido desde que comenzó la transición del régimen de Bashir en agosto del 2019.

Pero mientras este acuerdo puede y debería ser aceptado por la comunidad internacional, es débil. Es débil no por malas intenciones de los firmantes, ni por concesiones insuficientes, sino porque la gobernanza en general es débil en un país del tamaño de Sudán. En el lugar abundan los grupos armados y los paramilitares, que forman parte del legado del régimen de Bashir y algunos grupos tribales o étnicos (gran parte de la guerra de Jartum en estas regiones fue implementada por las milicias tribales reclutadas localmente que combaten contra enemigos tradicionales del bando rebelde). La violencia a un bajo nivel por parte de los actores locales – peleas por tierras de pastoreo o agua u otros recursos – continúan en todas estas áreas cubiertas por el acuerdo de paz y en áreas que no lo están.

Naysayer Al-Hilu no está totalmente equivocado cuando exige más de Jartum. Pero la clave para garantizar la paz en regiones lejanas no es tanto asegurar un compromiso con lo laico como el asegurar que haya un gobierno central en Jartum que sea funcional y justo. La mejor forma de lograrlo es empoderando al gobierno de transición dirigido por Hamdok. Este vendría a ser un avance importante que la APC consagre descentralización, pero ese compromiso solo sobrevivirá si existe un gobierno respetuoso de las leyes en Sudán que respete dichos acuerdos. Eso es muy cierto hoy, pero ¿seguirá siéndolo en el 2022 cuando finalice el período de transición? Ha llegado el momento de que la comunidad internacional, con hechos más que con palabras, refuerce los avances logrados en este acuerdo y en la formulación de un gobierno de transición mayoritariamente civil. La paz, justicia y el desarrollo estarán asegurados en las comunidades marginadas de Sudán cuando la paz, justicia y el desarrollo estén asegurados para Jartum.

*Alberto M. Fernández es Vicepresidente de MEMRI.

Acerca de MEMRI

El Instituto de Investigación de Medios de Información en Medio Oriente (MEMRI) explora el Medio Oriente a través de los medios informativos de la región.

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