La construcción de un altar o mizbeaj (en hebreo), se pierde en la noche de los tiempos y costumbres de la humanidad, siendo estas manifestaciones materiales los ejemplos más antiguos de culto. En esas épocas consistían de una simple piedra, y más tarde se irían transformando en construcciones grandes y altas.
En la Biblia hebrea encontramos la primera mención de altar, cuando los israelitas llegan a Canaán y encuentran un gran número, que según la ley de Moisés debían destruir. Dentro de las construcciones judías de este tipo se encuentran varias, generalmente erigidas por alguna conmemoración de sucesos importantes, pero tal vez el que más se recuerda ha sido el altar del Tabernáculo, que según se dice estaba hecho de madera de acacia, con una placa de bronce; también se citan los altares para depositar incienso, y uno muy grande construido totalmente de bronce en la época del templo de Salomón.
Estas construcciones con el tiempo fueron cambiando su finalidad; de sacrificios a un genuino deseo de piedad, como lo destacó Yojanán ben Zakai. Ahora la caridad y una mesa pura en la familia -por lo menos dentro del judaísmo- ha substituido a esos altares de los sacrificios.
Sin embargo siendo todavía una gran paradoja inexplicable en la conducta de los hombres, sobre todo en los tiempos más recientes, surge el deseo de cometer otro tipo de sacrificios irracionales a escala industrial, con seres de su propia especie.
Esos genocidios de nuestros tiempos, como los cometidos en la ex Yugoslavia, Ruanda, Darfur, Camboya, etc… sin olvidar el tremendo Holocausto de mediados del siglo pasado, marcan una lamentable constante por la falta de memoria de muchos pueblos y sus líderes, aunada a una intolerancia convertida en locura de masas, que han tratado de pretextar o justificar, aludiendo una serie de causas que ponen en claro la falta de conocimiento entre sí, de víctimas y victimarios.
Afortunadamente en nuestro país, y en pleno corazón de la capital, está casi por terminarse el museo Memoria y Tolerancia, al que por segunda ocasión un numeroso grupo de periodistas tuvimos la oportunidad de visitar y entender muchos de los conceptos vertidos por sus preparados guías, quienes nos hicieron sentir a todo lo largo del recorrido en sus diversos niveles, la trascendental importancia que este enorme y bien pensado “altar de la esperanza” – con sus 7,000 metros cuadrados de construcción y cerca de 30 metros de altura- tendrá para infinidad de jóvenes y adultos, no importando su credo, cultura o estrato social.
Estamos seguros, que todos los sacrificios y desvelos para el reducido grupo de iniciadores de la idea, donadores, profesionistas y voluntarios, se verá coronada con el éxito de la sagrada y necesaria misión de preservación de penosas memorias de personas de muchos pueblos y minorías, produciendo además en las mentes y corazones de millones de visitantes -que con seguridad tendrá-, una mayor y más positiva tolerancia, para que la humanidad no deje de ser, presisamente eso, humanidad.
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