The Strip luce diferente. Vengo en una misión comercial en la que trato de combinar trabajo y esparcimiento (dudosa frontera en mi horizonte). El icónico boulevard está amurallado, miles de gruesos postes de acero forman una barricada ante un ataque terrorista con mira en los peatones.
Parece ficción saber que el territorio era nuestro y fue nombrado por caravanas de mexicanos que paraban por provisiones en ruta a Los Ángeles. Luego de la apropiación norteamericana los mormones le dieron su primer “posicionamiento de marca”: el mejor paradero de la ruta. Para 1910 no sólo estaba prohibido el juego, hasta los volados eran penalizados. En 1931 Nevada legaliza la industria del juego, un atractivo para atraer capitales y trabajadores para las presas. El recelo del gobierno federal impuso restricciones al flujo de mano de obra; surgieron entonces rutas clandestinas y contrabando, efectos colaterales de la prohibición. Los primeros grandes hoteles y casinos están ligados a dinero de la mafia. Ahora millones de lúmenes ocultan aquella oscuridad.
La ciudad ha hecho un buen trabajo con su marca. Decir “capital mundial del juego” equivale a pronunciar su nombre (parece fácil pero definir el posicionamiento es algo que les falta a muchas ciudades en México). La industria de las exposiciones ha sido un complemento ideal para la economía local. Camino entre sus casinos con gran expectativa; nada me atrae el juego sino los personajes que convoca. Para un cazador antropológico aquello es un jungla inagotable, la mayoría cree en la suerte y la casa en la estadística.
Las Vegas es un enorme simulacro, unos engañan flagrantemente, otros gozan la simulación. La escenografía funciona para quien quiere fotografiarse con la Torre Eiffel, aplaudir la erupción de gas LP de un volcán, pasear en una góndola por un canal veneciano impermeabilizado o entrar a un templo romano que vende bolsas de moda con precios de tesoro arqueológico. Los buffets prueban que la realidad aumentada existe (la báscula también). En el plano terrenal -aún escenográfico- asombra el poderío chino; hoteles y tiendas de lujo celebran el Año del Perro en la tierra. Motivos caninos y pictogramas invaden jardines, aparadores, techos, pantallas y paredes. Las Vegas es una narrativa con cientos de derivaciones. México tiene muchas más posibilidades, no necesita el simulacro, en nuestro país la escenografía es complemento a escenarios reales, pero a veces nosotros somos el peor enemigo de nuestros destinos turísticos. Vale la pena estudiar la propuesta de Enrique de la Madrid para legalizar el consumo de drogas (bajo condiciones adecuadas, disminuiría la violencia).
Al ver las marquesinas pienso con nostalgia que alguna vez brilló aquí el nombre del mexicano que inventó el sonido estereofónico para el mundo. Así como decía “Sinatra” también decía “Esquivel”. Juan García Esquivel merece un reconocimiento que no le hemos dado. Las Vegas sigue siendo sitio de grandes espectáculos. Hace un año, luego de meses de planeación, fui a ver a Billy Joel al Madison Square Garden de NY, bueno, es un decir porque la noche del concierto llegué, boleto en mano, para enterarme que se había cancelado. Ahora otro piano, el de Elton John, me cerró el ojo, pero estaba todo vendido para muchas fechas en adelante. A cinco minutos de iniciar el concierto hice mi única apuesta, en la taquilla me dijeron: “sí, hay dos cancelaciones” (y en posición privilegiada: destino mata planeación). Además de la acústica y más allá del protagónico, me impactó ver al genio de las percusiones, Ray Cooper, de 70 años, nunca un lenguaje corporal me ha sonado tan fuerte, nunca un pandero fue más grande que un piano de un millón de dólares. Lección de vida: no es el instrumento, es el músico. ¿Cuántos espectáculos de calidad mundial tenemos en México? El mercado internacional paga cuando ve valor. Tenemos el talento, faltan empresarios de industrias culturales (turismo, gastronomía, arte, historia, esparcimiento y más).
Las Vegas dista mucho de ser mi lugar favorito. Vengo para comprobar que si sabes construir la historia, vendrán, así sea a mitad del desierto. También para ver cómo la modernidad acota “la ciudad del pecado”. Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Facebook.
@eduardo_caccia
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