“Errar es humano. Ocultar los errores es imperdonable. No aprender de ellos no tiene justificación” (Sir Liam Donaldson). Creo que esta máxima cae como anillo al dedo al largo, penoso, lastimero, corrupto y desconcertante capítulo del COVID 19 en nuestro país, Ecuador que, como cualquier país del orbe, hemos sufrido y continuamos sufriendo las consecuencias de errores en secuencia, dejados por esta incontenible pandemia. Desde que se inició la pandemia, no tengo conocimiento que se haya realizado una razonable evaluación del problema sanitario, por parte del gobierno de turno, con intervención de expertos independientes imparciales, que debieron redirigir el proceso y mejorar la respuesta sanitaria, deteniendo la ola de fallecidos y las consecuencias sociales, de las cuales lamentablemente tenemos en la mente, episodios que nunca debieron ocurrir, en especial en la ciudad de Guayaquil, y que mancillan aun nuestro diario trajinar, pues es imposible olvidarlos. Recuerdo, algunas razones conocidas que prevalecieron en ese tiempo oscuro: la falta de preparación, la poca consideración presupuestaria y política que tiene la salud pública en mi país, históricamente infradotada, que a la postre, no detectó el problema hasta que la epidemia estaba descontrolada, como ocurrió en muchos países latinoamericanos y aun europeos, ocasionando el retraso en la toma de decisiones, apareciendo problemas de coordinación desde planta central hasta las zonas vulnerables, demorando por ende la armonización de criterios y decisiones, que debieron detener los efectos de la pandemia.
Luego con el cambio de conducción política, el panorama mejoró, pues al lomar al “toro por los cuernos” el nuevo gobierno enfrentó con mucha valentía y limitados recursos la campaña de vacunación, aún en proceso y que es la postre, la fundamental medida, que unida a otras, podría detener el avance de la pandemia. Pero lo cierto, es que los efectos de la vacunación se han estancado en un 60% (cifra muy valorada), debido a muchos factores, sobresaliendo la renuencia a la vacuna de un significativo segmento poblacional, que impide llegar a la inmunidad de rebaño, estrategia válida, que debe tender el sistema sanitario ecuatoriano. En esta parte del esquema, planteo, no al gobierno, sino a las corrientes científicas de mi país, en especial, los colegios profesionales de médicos humanos, farmacéuticos, microbiólogos, biólogos, sanitaristas, no debiendo faltar piezas claves de este enredo sanitario, los veterinarios, que unidos a delegados de las universidades, realicen la solicitada evaluación, muy a tiempo, para detener las consecuencias de la tercera ola que seguro nos visitará.
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