Negociaciones en peligro

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La Administración Obama, con el secretario de Estado John Kerry al frente, tomó el año pasado la decisión de propiciar una nueva ronda de conversaciones entre israelíes y palestinos para alcanzar un acuerdo de paz. La iniciativa, que se puso en marcha en julio de 2013, fue acogida entonces con escepticismo, porque todo el mundo, y mejor que nadie los implicados en las conversaciones, conoce la naturaleza del enfrentamiento y los múltiples procesos de paz fracasados que se han producido desde Oslo (1993). Sin embargo, el compromiso personal de John Kerry y la firmeza de la apuesta de Obama, que ha hecho de estas negociaciones uno de los ejes de su política exterior, dieron pie a algunas expectativas.

Ahora, a primeros de abril de 2014, las conversaciones están a punto de naufragar. Kerry ha declarado que era un momento de “evaluación” y el equipo de Obama se prepara para una reevaluación del papel de Estados Unidos en el proceso, después de que el propio Kerry cancelara su último viaje a Oriente Medio, con una entrevista con Mahmud Abás, el líder palestino, en el programa.

Como era de esperar, las partes implicadas –especialmente israelíes y palestinos– no han perdido la oportunidad de reprocharse los unos a los otros el posible fracaso del proceso de paz.


Los israelíes reprochan a los palestinos que estos se nieguen a seguir negociando después del 29 de abril, la fecha tope para el actual proceso. Además, un día después de la cancelación del encuentro de Kerry con Abás, los palestinos han solicitado ante Naciones Unidas ser considerados parte de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, el Pacto Internacional de Derechos Políticos y Civiles y otros trece acuerdos que conforman la base de las Naciones Unidas y del derecho internacional humanitario. De producirse este ingreso, la Autoridad Palestina habría adquirido una legitimidad internacional renovada, como la que obtuvo en 2012 cuando logró el estatus de Estado observador en Naciones Unidas. Si la Autoridad Palestina pidiera el ingreso como miembro en el Tribunal Penal Internacional (algo que no ha hecho), el paso siguiente podría ser llevar la política israelí de asentamientos ante este tribunal. En estas mismas páginas, Jonathan S. Tobin ha reprochado a los palestinos que repitan el gesto ya realizado por el propio Abás ante Ehud Olmert en 2008: acogerse a cualquier pretexto para levantarse de la mesa sin tener que responsabilizarse del final del proceso de negociaciones. Como ocurrió con Arafat en 2000, los representantes políticos palestinos están haciendo imposible cualquier acuerdo.

Los palestinos, por su parte, arguyen que el reconocimiento del Estado judío al que Netanyahu condiciona el proceso es inaceptable. En vez de mantener esta cuestión en el secreto de las conversaciones, como está ocurriendo con los otros grandes asuntos (el agua, los refugiados, Jerusalén, la seguridad), Netanyahu le ha dado la máxima publicidad, lo que habría bloqueado cualquier avance. Además, el primer ministro israelí se ha negado a liberar a más prisioneros palestinos. Netanyahu ha alegado para ello la negativa palestina a proseguir con las negociaciones pasado el mes de abril. Además, a mediados de marzo el ministro israelí de Vivienda, Uri Ariel, del partido Habayit Hayehudi, anunció más asentamientos en Cisjordania. (La negociadora israelí y ministra de Justicia, Tzipi Livni, en cambio, ha llamado a sus compatriotas a mostrarse prudentes y a tener en cuenta la difícil posición en la que los asentimientos colocan a Israel).

Estados Unidos no da por acabado el proceso de negociaciones. La Administración Obama ha aceptado incluso considerar la liberación de Jonathan Pollard, un oficial norteamericano convicto de pasar información sensible a Israel. Es un caso que ha enfrentado a Estados Unidos y a Israel desde 1987. A cambio, Israel haría concesiones en la política de liberación de presos. Sin embargo, son muchos los que piensan, incluso en Estados Unidos y entre quienes respaldan a Obama, que el recurso al caso Pollard –que nada tiene que ver con el proceso de paz– es más que nada un signo de la “desesperación” de Washington por evitar el final del proceso.

Hay voces dentro de la misma Administración demócrata –por ejemplo Susan Rice, embajadora ante la ONU– que abogan por reducir el nivel de compromiso de Estados Unidos, insisten (en privado) en la responsabilidad de Israel y aconsejan que la iniciativa de las conversaciones debería recaer en las dos partes, que no se han reunido solas, sin la mediación de los norteamericanos, desde noviembre. Si fuera posible dejar bien claro que este paso atrás sería una cuestión meramente táctica, la hipótesis sería aceptable, incluso bienvenida. De no ser así, sin embargo, el paso atrás de Washington corre el riesgo de ser visto como un fracaso, en un momento en el que la política exterior norteamericana no pasa por su mejor momento, con las tensiones con Rusia, la continuación de la guerra civil en Siria o los problemas con los antiguos aliados a partir de los acuerdos con Irán. En cualquier caso, sería un serio problema para Kerry, comprometido personalmente en este proceso. Hay quien se pregunta si no es justamente eso lo que las partes están deseando. Tal vez habría llegado la hora de revisar el objetivo final, en vista del fracaso de un plan ante el que Estados Unidos no ha escatimado esfuerzos. En cierto sentido, habrían quedado demostrados los límites del optimismo bienintencionado.

Sea lo que sea, las negociaciones no están todavía rotas y, según se dice, ni el Ejército israelí está en estado de alerta especial ni la situación en Cisjordania se ha tensado por los problemas en las negociaciones.

 

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