Las dificultades a las que se enfrenta el actual gobierno israelí crecen día con día, sin que asome en el horizonte ningún indicio de que las cosas puedan mejorar en el futuro próximo. Las revueltas árabes, a pesar de las expectativas de cambios democráticos que han despertado, han creado por lo pronto una situación incierta para Israel, en la medida en que desaparecieron los puntos de referencia conocidos, con los que Jerusalén manejaba tradicionalmente su compleja relación con sus vecinos. Siria se halla sumida en un circuito de violencia asesina, perpetrada por el régimen de Al-Assad contra su pueblo descontento, sin que exista claridad acerca de cuánto tiempo se mantendrá aún el dictador en el poder y de qué manera los posibles cambios que ahí ocurran podrían incidir en la añeja disputa que prevalece entre Damasco y Jerusalén. Por otra parte, Mubarak desapareció del panorama y, con ello, surgió la gran interrogante alrededor de la naturaleza que tendrá de ahora en adelante la relación entre los dos países —Egipto e Israel— que mantienen oficialmente vigente un acuerdo de paz firmado desde 1979.
Por lo pronto, la relación con Israel, del gobierno egipcio de transición, parece no ser muy prometedora, ya que el sentimiento popular antiisraelí, bastante extendido de por sí en el país del Nilo, se ha radicalizado a raíz de un incidente de violencia terrorista contra ciudadanos israelíes originado en el Sinaí, incidente que desembocó en una incursión israelí hacia ese sitio, donde fueron ultimados tres policías egipcios. La consecuencia ha sido, no sólo una elevación de la retórica antiisraelí en Egipto, sino también el retiro temporal del embajador de este país en Israel, como forma oficial de protesta. El precedente sentado con estos hechos augura, sin duda, una tensión creciente que difícilmente podrá ser relajada en el futuro inmediato.
Y, hace un par de días, un nuevo frente problemático se abrió para el gobierno de Netanyahu: se trata de la degradación del nivel de las relaciones diplomáticas entre Turquía e Israel, ordenada por el gobierno de Ankara, como consecuencia del altercado suscitado con el incidente del asalto israelí a la flotilla que en 2010 intentó llegar a Gaza. El gobierno de Erdogan ha exigido una disculpa oficial a Israel por la muerte de nueve tripulantes turcos del Mavi Marmara a manos de fuerzas militares israelíes e Israel se ha negado a ofrecer la disculpa, señalando que, si bien lamenta la muerte de los turcos, no se disculpa por el operativo. El reporte oficial de la ONU sobre este incidente, filtrado hace dos días, constituyó el punto de inflexión a partir del cual el gobierno turco decidió rebajar sustantivamente el nivel de sus relaciones con Israel y retirar, por tanto, a su embajador y a funcionarios diplomáticos de primera fila. Turquía e Israel habían sostenido hasta ahora nexos intensos en diversas áreas de suma importancia para ambos, además de que, para Israel, su relación con Turquía ha sido especial en la medida en que se trata de un Estado musulmán que ha sido, sin embargo, capaz de mantener una relación amistosa y fructífera con el Estado judío desde el nacimiento de éste. Ahora bien, no sólo en el tema de las relaciones exteriores el gobierno de Netanyahu enfrenta golpes severos que lo someten cada vez más a un aislamiento de altísimo costo para su país, sino que también en el frente interno está siendo desafiado por un verdadero tsunami de protestas sociales. Cuando usted, estimado lector, lea estas líneas, ya sabrá de qué magnitud fue la planeada “manifestación del millón”, organizada por numerosos estratos de la sociedad israelí para la noche del sábado 3 de septiembre. La insatisfacción por el manejo económico y social del país, manejo conectado sin duda con consideraciones políticas peculiares, ha llegado a un punto crítico. Nunca antes Israel había registrado muestras tan extensas y reiteradas de descontento social y ello, de seguro, pesará tanto sobre el gobierno de Netanyahu como lo hace el deterioro creciente de sus relaciones internacionales.
Fuente: Excélsior
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