“Ninguno de nosotros”, escribió el psicólogo existencialista Rollo May, “de alguna manera logra evitar distorsionar la realidad de su prójimo, y nadie realiza plenamente sus propias potencialidades.”
Mucho antes de que las consecuencias de esta condición humana fueran completamente comprendidas, Israel ya había desarrollado una estrategia para hacer frente a sus síndromes: el pecado, la culpa, la necesidad de confesar, el castigo y el perdón.
Cuan desconcertante como puede ser para la mente moderna, el medio utilizado para hacer frente a este complejo de emociones, fue la práctica de “sacrificios”. Para poner las dudas a un lado, tal como lo señaló el fallecido rabino ortodoxo inglés Isidoro Epstein, en la religión bíblica judía, en contraposición a las religiones paganas:
” Lo que los sacrificios están destinados a satisfacer no son las necesidades de Dios, sino las necesidades del ser humano. Los sacrificios no son concebidos como regalos a una deidad ofendida con el fin de apaciguar su ira o una reparación por el daño causado al prójimo.”
Tampoco los sacrificios son sobre la matanza de animales, los sacrificios también pueden consistir en ofrendas de harina, o de dinero. Como bien lo entendemos hoy en día, “sacrificio” significa renunciar a algo que es de interés vital, para adquirir algo que es considerado aun más valioso.
Cuando alguien, por ejemplo, ha jurado falsamente, engañando en cuanto a depósito o garantía, robado descaradamente o negado el hallazgo de objetos perdidos, o negándose a declarar, el capítulo 5 del libro de Levítico dice que después de confesar la fechoría, el culpable puede solicitar y obtener perdón, ofreciendo una ofrenda por la culpa (hebreo = asham).
El transgresor consciente del sufrimiento que ha causado, lamenta lo que ha hecho. La ofrenda asham sirve como dispositivo que permite hacer frente a las emociones derivadas del daño no intencional, causado a otros.
Todos los casos previstos o implícitos en la ofrenda asham, señala el fallecido erudito bíblico y rabino conservador, Jacob Milgrom, “nos presentan la situación existencial de personas atormentadas, torturadas por la conciencia de su pecado real o supuesto. Nadie puede ayudarlos, porque solo ellos sienten su pena. … Es a estas víctimas silenciosas que la ley sacerdotal trae su bálsamo terapéutico: Si la restitución prescrita está inspirada por el arrepentimiento, su pecado es absuelto. No necesitan sufrir más “.
Sin embargo, es necesario hacer una advertencia, antes de que se permita que el arrepentido violador de normas humanas, presente la ofrenda asham que lo absolverá de ser juzgado por su malevolencia, convirtiendo su fechoría en algo no intencionado, tiene que (además de confesar su fechoría), hacer una restitución total y además pagar una multa del 20%.
Como lo señala el rabino Milgrom:
“Antes de que los transgresores pueden acercarse a Dios para la expiación deben primero restituir a la gente que dañaron. En asuntos de justicia civil las personas tienen prioridad sobre Dios: una innovación sorprendente “.
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