A menudo nos asalta esa fantasía de poder viajar en el tiempo. Poder tomar algún tipo de máquina que nos permita recorrer y ver cómo será nuestra vida dentro de 20 o 30 años. ¿Quién de nosotros no fantaseó, por ejemplo, con poder saber con anticipación los resultados de algún acontecimiento importante? Cuantas veces decimos “si sólo tuviera esa oportunidad de volver a vivir ese momento” o “¡Qué ganas de volver al pasado y cambiarlo!”
Si pudiésemos retroceder en el tiempo y modificar ese breve segundo donde la embarramos, efectuar ese cambio tan pequeño y significativo. Pero ese proceso no es sólo un ejercicio intelectual que nos hace pensar, se trata de algo más fuerte que implica modificación y deseos de reparación.
En estos días los judíos de todo el mundo nos congregamos justamente porque somos capaces de identificar situaciones en nuestras vidas a las que quisiéramos retroceder para vivirlas de otra forma: palabras que dijimos que quisiéramos haber podido guardar, decisiones que tomamos – o no – y de las que ahora nos arrepentimos. ¿Sería posible hacerlo? ¿Retroceder en el tiempo y cambiarlas?
Para la mayoría de las culturas el tiempo fluye desde ayer a hoy, y desde hoy hacia el mañana. El pasado modela al presente y es ese presente quien determina el futuro. Causa y efecto: algo ocurrió ayer o hace diez años, y por ello algo ocurrirá hoy, y lo que suceda hoy será la causa de lo que acontecerá. Es el pasado quien determina el futuro.
Para el judaísmo, en cambio, es el futuro quien determina el presente y define el significado del pasado. Un error que se comete, por ejemplo, ¿será sólo un error o bien una oportunidad para aprender? No podemos responder solamente tomando en cuenta lo que ha pasado; ese pasado sólo tendrá sentido a la luz de lo que elijamos hacer con él, hoy y mañana.
El pensamiento judaico nos enseña que estamos determinados por nuestra visión de futuro. Hay cosas en las que sí podemos influir: tomar decisiones basadas en nuestra visión de qué clase de pueblo queremos ser y en qué clase de región queremos vivir. Los humanos vivimos tanto de las memorias del pasado como de la manera en que nuestra visión del futuro viene para ayudarnos.
Lo que hicimos mal no lo vamos a poder modificar, pero sí el impacto que todo eso tiene en nuestras vidas. Si tratamos, estaremos entonces en condiciones de liberarnos de las cadenas del pasado que nos sujetan.
La tradición judía nos enseña en Rosh Hashaná que cambiar es posible. Podremos liberarnos de los demonios del pasado sólo si comenzamos a pensar en el futuro.
Las máquinas del tiempo no existen, pero lo que sí tenemos, y es real, es la posibilidad de modificar todo aquello de lo que nos arrepentimos. No la desperdiciemos.
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