Nuestros Gobernantes (Novena Parte)

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Gustavo Díaz Ordaz
San Andrés Chalchicomula, Pue., 12 de marzo de 1911 – México D.F., 15 de julio de 1979
Presidente constitucional (1 de dic. 1964 – 30 de nov. De 1970)

En los dos sexenios anteriores al de Gustavo Díaz Ordaz, la comunidad judía de México consiguió -junto con los progresos en materia económica y seguridad en el país- un despegue en áreas de las profesiones, comercio y sobre todo, en el campo de la industrialización. Un alto porcentaje de profesionistas y técnicos judíos egresaron de diferentes universidades y tecnológicos; incluso algunos recién graduados, pudieron especializarse en el extranjero, por medio de becas o con un esfuerzo adicional de sus familias. La estabilidad en materia de banca y legislación comercial, impulsaron a su vez la creación de varios establecimientos o puntos de venta, que de pequeños, pasaron a ser medianos, y algunos lograron destacar como importantes y acreditados almacenes o bancos ubicados en ciudades donde existían comunidades judías plenamente establecidas. Industrialmente, de acuerdo al llamado régimen de “Substitución de Importaciones” que imperaba en aquel entonces, muchos correligionarios invirtieron sus ahorros y esfuerzos en un vasto campo de actividades, que con el tiempo logró abarcar la mayoría de los productos que demandaba la población, aunque muy pocos llegaron a niveles de exportación.

Díaz Ordaz heredaba de López Mateos, grandes compromisos económicos y de imagen internacional, por lo que desde el principio, procuró que la dinámica y proyectos del país no tropezaran, ayudado por un incremento especial de impuesto específico denominado “Tenencia y Uso de Automóviles” que desde el sexenio anterior, llevaba dos años cobrándose, y que como veremos más adelante, se convertiría en un lastre hasta nuestros días.


De naturaleza estricta, austera y ordenada en su quehacer, derivó en un mandato menos político y expedito en la lidia de algunos desórdenes; en su caso con médicos de hospitales públicos y estudiantes universitarios. En todos los casos, su mano firme se dejó sentir, incluso en publicaciones que su equipo consideraba ofensivas para México, como el caso del libro “Los hijos de Sánchez”, del escritor Oscar Lewis, que causó además el cese fulminante del director del Fondo de Cultura Económica.

No cabe duda que ese orden de trabajo y disciplina le dieron a su administración frutos tangibles, pues hasta mediados de 1968, el país tuvo la menor tasa de inflación desde 1930 (el 2.7% anual) y el índice de crecimiento llegaba (a 3.3%) la mayor desde 1921. Obtuvo además estabilidad en el tipo de cambio y los precios controlados o ajustados por el gobierno, dieron a la mayoría de la población cierto bienestar, notándose un crecimiento acelerado de una clase media importante por su preparación, consumo y desarrollo en muchas áreas de la actividad nacional.

En lo personal mis recuerdos de este sexenio son de mucho trabajo y satisfacciones. Los jóvenes de aquellas épocas sentíamos que teníamos varios y difíciles retos por cumplir. A diferencia del México del siglo XXI, las metas para los que egresábamos de una carrera y pensábamos en un matrimonio para establecer nuestra propia familia, eran generalmente alcanzables, y no dependíamos -como los jóvenes de ahora- de tantas variables económicas globales -como reiteradamente se nos dice- o de los famosos artilugios teóricos de tanto economista; más bien dependíamos de reglas mucho más sencillas, como el esfuerzo, ambición y preparación personal ante múltiples oportunidades que se daban, pues existía además -como una buena base de progreso- un verdadero ahorro interno a nivel nacional o de familia, además de una variedad de créditos a la altura de un país en desarrollo, mediante una prestigiada banca nacional que conocía y trataba de ayudar a sus clientes.

Díaz Ordaz no lo conocí en persona, pero en ocasiones -en algunos domingos, cuando desde temprano y hasta el medio día, trataba de cumplir con mi servicio militar en el Cuerpo de Guardias Presidenciales- lo pude ver caminar a lo lejos desde el cuartel, siempre acompañado y apresuradamente por los jardines de “Los Pinos”. Varios años después y poco antes de los XIX Juegos Olímpicos, lo volví a ver a poca distancia en el desfile del 16 de septiembre, cuando viajaba en el tradicional automóvil Lincoln descapotado de color negro, que varios presidentes usaron en varios sexenios; tal vez por su desproporcionada y notoria dentadura -que originó en su época varios chistes y apodos- aquel día se notaba muy sonriente, además de afable con el público, a quien saludaba hacia todas direcciones. Aunque bajo de estatura y físicamente no tan agraciado como su antecesor, realmente inspiraba respeto, aplomo y gran personalidad.

Recuerdo también mi asombro al recorrer varias de las recién inauguradas vías rápidas e instalaciones, que se habían construido por toda la ciudad para la celebración de los juegos olímpicos; honestamente en esos momentos a muchos se nos olvidaba, que pocos días antes -el 2 de octubre de 1968- se había ahogado con exceso de fuerza militar, una manifestación estudiantil que causó muchos muertos. Por varios meses, antes de la gran fiesta mundial que tuvo cautivada a la población, los acontecimientos se habían tensado de tal forma, que muchas parejas nos absteníamos de salir por las noches, pues notábamos una sobre vigilancia con granaderos en las calles y avenidas principales. Habíamos visto por televisión, que los disturbios estudiantiles en la UNAM, varias preparatorias y el Politécnico, ya se habían manifestado en las principales avenidas, como Insurgentes y el Paseo de la Reforma; oficialmente estas suponían un peligro para la celebración de los juegos. Según escuchábamos, eran parte de una conspiración comunista que semanas antes había iniciado en Francia. La reacción radical del gobierno y el desafortunado desenlace en Tlatelolco, habían sorprendido a gran parte de la población capitalina y a no pocos profesionistas -que pocos años antes- habíamos terminado los estudios superiores. Muchos rumores se oían, pero las consecuencias fatídicas y sobre todo los detalles, se dieron a conocer hasta después de un año, cuando el propio Presidente en su informe anual, manifestó con bastante entereza de su parte, que asumía la responsabilidad absoluta de lo sucedido, no obstante que la prensa -anterior a su informe- daba cuenta de algunos nombres de funcionarios y militares de primer nivel, cuyos excesos provocaron la desgracia y muerte de muchas personas.

Sin duda alguna don Gustavo tuvo un alto grado de responsabilidad -en algunos casos exagerado- para sus compromisos, al mismo tiempo culpa confesa de lo que para muchos fue lo más negativo de su gestión como mandatario. Su cualidad de ser sincero, volvería a empañar sus logros sexenales, pues al poco tiempo de haber dejado la silla, confesó el gran error de haber puesto su preferencia (léase dedazo) para la sucesión presidencial, en la persona del que fuera su Secretario de Gobernación, el Lic. Luis Echeverría.

A Díaz Ordaz, salvo el escándalo provocado por Irma Serrano “La Tigresa” con su libro, no se le ha sabido de otros que pusieran en entredicho su honradez, inteligencia y buena disposición como presidente emprendedor. En lo personal pienso que con él, se cierra un capítulo importante de los hombres del poder en México, pues hasta esos momentos, y no importando sus debilidades, errores, corruptelas, mano dura o vicios, el balance en cada sexenio desde La Revolución fue -en diferentes grados- positivo para México y su población. Las pruebas de lo dicho, se irán presentando desde el siguiente hombre que ocupó la codiciada silla, ejerciendo un poder que prácticamente absorbía al Legislativo y al Judicial.

Luis Echeverría Álvarez
México, D.F. 17 de enero de 1922
Presidente constitucional
(1 de dic.1970- 30 de nov. 1976).

Con los acontecimientos ocurridos en Tlatelolco, de los cuales el nuevo e incansable candidato a la Primera Magistratura tenía y tiene (pues aún vive) cola que pisar; la personificación del segundo error de Díaz Ordaz, mantuvo en sus campañas desde el principio, el discurso y bandera del no continuismo con las tendencias de los pasados regímenes, y por el contrario, iniciar con él una verdadera apertura democrática. Así recorrió por varios meses la mayor partee del territorio nacional y no dudó -tal vez por su consciente culpabilidad- en criticar en todo momento a Díaz Ordaz. Al final, con sorpresa para muchos, Echeverría obtuvo el 85% de la votación, contra un 14% del candidato opositor panista Efraín González Morfín.

Como primera confirmación de lo que afirmábamos al final del capítulo de Díaz Ordaz, con don Luis, empieza el largo período de las crisis económicas del país. Con sus cambios estructurales, tanto en lo económico como en lo político. Lo que realmente logró, fue un gran desorden, no obstante que tuvo la oportunidad de aprovechar, por lo menos en las finanzas positivas que le entregaron, un despegue verdaderamente significativo. Lo que si aprovechó -y siguen aprovechando todos los presidentes que lo han sucedido- es aquél impuesto nacido con carácter temporal, dos años antes de los Juegos Olímpicos de México; un verdadero lastre ilegal (único en el mundo) y abuso del poder (muy a la mexicana), que no obstante el repudio de los contribuyentes y a promesas de campaña incumplidas para abolirlo -tanto de candidatos priistas o de cualquier otro partido- se ha cobrado 46 veces desde 1962, representando una de las más efectivas y jugosas recaudaciones, que año con año se incrementa en más de 1,500 millones de pesos; según la propia Secretaría de Hacienda, en 2007 llegó a la cifra nada despreciable de 19,235 millones de pesos. Según cálculos de varios analistas, si se toma en cuenta la suma de recaudación de las tenencias, únicamente hasta finales de los años 70’s, México pudo haber realizado 19 Olimpiadas, de acuerdo a los costos extraídos de los reportes de egresos y recuperación (por venta de instalaciones) que señala el Comité Organizador de los Juegos Olímpicos, que presidió Pedro Ramírez Vázquez; profesionista que, a diferencia de LEA, acertadamente nombró Díaz Ordaz.

El autoritarismo de Echeverría, no estuvo a tono con sus promesas de campaña, pues también -y habiendo sido honrado con la banda presidencial- en 1971, volvió a reprimir sangrientamente a más estudiantes en el recordado “Jueves de Corpus”, otra medallita vergonzante que la conciencia histórica de seguro no olvidará. A diferencia de sus antecesores, que por lo general actuaban con serenidad y prudencia, el mandato de Echeverría se distinguió por no medir las consecuencias de sus actos; siendo locuaz, hiperactivo, demagógico y populista. Tendencias que en los próximos sexenios, contagiarían de una manera u otra, con diferentes tonos e intensidades, a los estilos y conductas de los mandatarios en turno.

Dentro de su estilo, quería rescatar el nacionalismo de Lázaro Cárdenas, pero hasta en eso se extralimitó, tratando de quedar bien con regímenes socialistas, desatando incluso varias guerras sucias contra inversionistas nacionales, industriales y hasta campesinos. Recuerdo que con la caída de Salvador Allende, no solo abrió las puertas de México a muchos chilenos afines al régimen, sino que los colocó en varios puestos de control aduanero: como aeropuertos y otras instituciones gubernamentales; espontáneas decisiones que causaron en su momento muchos disgustos de burócratas, viajeros nacionales y extranjeros que trascendieron a la opinión pública de todo el país.

El cambio pretendido por don Luis, en verdad que lo quería en forma total, pues hasta en los atuendos oficiales se lucieron en todo el sexenio vistosas guayaberas y vestidos típicos de varias regiones del país. En el campo de la diplomacia, sus largos y costosos viajes por todo el mundo, llevaban en primer término el sello del folklor y muchas ideas para un nuevo orden mundial, que no siempre le resultaron, pero que sentaron una onerosa costumbre en los ejecutivos posteriores, de salidas frecuentes a nivel mundial, llevando consigo hasta el perico; viajes que por lo menos antaño se debían programar con antelación, además de pedir permiso. Condiciones que por lo menos daban la apariencia de cierto recato y subordinación, y que hoy, como muchas cosas que se han modificado, ya ni se recuerdan.

Paradójicamente tanta y muchas veces innecesaria actividad personal con el exterior, por diversas razones -iniciando por sus desatinadas decisiones- con el tiempo México rompería relaciones con España y Chile; puso además de manifiesto su apoyo en la ONU, a la propuesta del bloque árabe de declarar al sionismo, como una forma de racismo, dando por resultado inmediato, un largo y costoso boicot turístico hacia el país; en general y en poco tiempo, muchas de las doctrinas por las cuales México se distinguía y respetaba en el plano internacional, fueron -gracias a don Luis- echadas por la borda; sin embargo todos estos resultados, no le impidieron hacer público su deseo de ser nombrado Secretario General de la ONU, o por lo menos recibir un Premio Nóbel de la Paz, para cuando terminara su mandato. Con estos anhelos y actitudes, se daba inicio a otras marcadas tendencias, nuevos estilos de nuestros modernos Tlatuanis en retiro, que afortunadamente -para bien o para mal de la humanidad- no en todos los casos han prevalecido.

Ya para terminar, debo señalar que fueron varios modelos propios y utópicos los que se dieron en su gestión, como el de Desarrollo Estabilizador; en su mayoría todos fracasaron, pues su discurso populista hizo que las partes involucradas en la economía, en vez de acoplarse, se polarizaran al extremo, por lo que ya casi para dejar la silla, en septiembre de 1976, la economía ruidosamente colapsó, devaluando el peso un 100% con respecto al dólar. Esto propició una gran fuga de capitales, recurriendo el gobierno a un gran préstamo otorgado por el Fondo Monetario Internacional. En esos momentos, resultantes de desmedidos dispendios, vanos nacionalismos, y sobre todo, de una mala cabeza con poder absoluto, el país entraría en una intrincada resbaladilla, no sólo en su desarrollo y bienestar económico, sino en el fundamental factor de credibilidad, que con el compañero de estudios del Presidente y amigo de juventud José López Portillo, quedaría triste y reiteradamente en índices todavía más bajos.

Continuará…

Acerca de Jacobo Contente

Egresado de la carrera de Contador Público del ITAM, por varios años trabaja en la industria de la confección, transformación y la industria editorial.Es de destacar su actividad en organizaciones comunitarias judías mexicanas entre ellas la Comunidad Sefaradí y el Comité Central. Al mismo tiempo se dedica a la edición de varias publicaciones como la revista "Emet" (1984); periódico "Kesher" (1987) y "Foro" en 1989.Dentro del campo intelectual siempre ha tratado de mantener vigente la Asociación de Periodistas y Escritores Israelitas de México y por lo menos un medio escrito lo suficientemente amplio, con calidad y profesionalismo como lo es "Foro", para que más de 60 escritores de México y el extranjero expresen mensualmente a través de sus páginas los pensamientos e inquietudes que forman opinión dentro del gran número de lectores que hasta la fecha tiene.Dentro de esta misma práctica de edición, ha colaborado, cuidado y diseñado más de 40 libros de escritores e instituciones que se lo solicitan y tiene en su haber tres libros histórico-biográfico y de consulta, como el "Prontuario Judaico".

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