Era un salón maravillosamente decorado con escenario de tarimas elevadas, pista de baile, luces de colores y decorativas especiales para la ocasión, equipos de sonido y audio, pantallas, sillas, manteles, cables escondidos, mesas para la comisión directiva y personal docente, arcos iluminados en las entradas, cuadros decorativos, cortinas hasta en el techo, mesas de dulces exageradamente adornadas, y todo lo necesario para un festejo a lo grande. Los jóvenes estabamos en un estado inentendible, entre los nervios ante la presencia de tanto público que iba a ovacionarnos, las medidas de los birrete y togas, los tiempos y formaciones, los planes de antes y después, los compromisos con alumnos, maestros, amigos y compañeros, la asistencia o inasistencia de invitados especiales o parientes, los textos que iríamos a leer ante el público, las luces y el calor, el eco…
Cada detalle era tan importante que al no saber por donde comenzar a pensar ya no pensábamos en nada. Y, al ser que todo comenzaría dentro de 5 minutos, los nervios se incrementaban al tiempo que requerían calma para presentar nuestros rostros bellos y frescos. Años de vida para llegar a este momento. Un diploma de graduación es una sola y única vez en la vida. Intentar tranquilizarnos nos ponían más nerviosos. Saber que estábamos nerviosos nos invitaba a abandonar todo pensamiento y relajarnos.
3 minutos para dar comienzo, para que todas las cámaras y celulares nos apunten, para comenzar a crear un eterno recuerdo y para marcar el final de una etapa.
Suenan, por fin, las trompetas. Por el altavoz se deja oír una voz anunciando la entrada de los graduados a recibir el galardón tan preciado. Todos practicábamos mentalmente cada detalle de meses de ensayo que, en 10 segundos deben caber en la mente.
Se anunció el nombre del primer exalumno. Lo bueno es que fue en orden alfabético, ya estaba planeado así. Mi apellido comienza con Z, así que aun me restan algunos minutos. Éramos 11 alumnos, 10 antes que yo. Preciosos minutos para pensar en qué debo pensar, pero ni eso pude. Logré relajar mi mente y decidí pensar en los pasos al transitar la pasarela, en a quién y cómo saludar, para qué lado mirar, cómo mover mis manos, qué tipo de sonrisa portar, ¿usaré mis gafas?…
Cuando de pronto suena por el altavoz
– “¡Zambrano Bolívar Sussy!”
Sabía que ya era tarde, a la vez no lo era, sino que ese era el momento exacto. En milésimas de segundos le pedí ayuda a Dios sin saber para qué, pero lo necesitaba. Seguramente para saber qué necesitaba. No daba crédito a no requerir nada en ese momento.
Caminé sonriente y muy natural por la pasarela, sin siquiera acordarme que un segundo atrás pensaba en qué pensar. Todo estaba ya resuelto. Lo único que necesitaba era avanzar. Nada más.
El aburridísimo y aletargado protocolo, inmenso como la cuaresma. Cada maestro diciendo lo mismo que todos los años a todas las generaciones graduadas.
-“¡He estado en muchas graduaciones a lo largo de mi carrera como docente de esta y otras instituciones escolares, pero esta es la más especial de todas. Porque…”. Bla, bla, bla, bla, siempre le dicen lo mismo a todos.
Como entrada a invitada especial en el palacio de Buckingham, se vuelve a anunciar mi nombre para que pase a recoger mi diploma. Pasaría también un maestro conmigo. En ese momento debía hablar yo, tras un atril con el logo oficial de nuestra institución y frente a cientos de personas. ¡Qué bueno que olvidaron poner esos bastones para apoyar el micrófono! Yo prefiría tenerlo en mi mano, de esa manera no me preocuparé tanto que hacer con ellas.
Como mi apellido comienza con Z fui la última en hablar. Ya tenía todo preparado, pero la presión me condujo a improvisar basada en lo dicho por todos mis antecesores. Eso estaba mejorando.
-“… entonces quiero agradecer a…”.
Yo también dije más o menos lo mismo que los demás. Esto es así cuando tu apellido comienza con Z.
¡Al fin terminó el evento y comenzó el baile! En ese momento, mover el cuerpo no era bailar, sino desarmar los cartones rígidos y las barillas que amarraban hasta los dientes y el cabello! Era más una terapia metafísica que un baile. En ese momento una es amiga hasta de los más desconocidos. Las ganas de abrazar a alguien, a quien sea, era más necesario que terminar todo el evento.
Ya no me importaba ni la dieta, pero tampoco tenía hambre ni sed. Quería algo y no sabía qué, pero eso era más que urgente. Mi tranquilidad era encontrar a mi novio, abrazarlo e irnos al cine. Mis padres, abuelos y hermana no sabían qué hacer, a quién acudir. Yo estaba en la nada y al mismo tiempo en todo, más en mi que en quien sea. Todo se puede planear, menos esos momentos. La improvisación no es opción, es solución.
Iba saliendo entre la muchedumbre, con mi toga y birrete, diploma en mano y flores. Era una más entre los demás graduados. Ya no me apuntaban las cámaras y habían 10 más vestidos igual que yo. Por mi mente pasan todas las palabras que he dicho frente a ese público que ahora estaban a mi alrededor y nadie me veía. Cuando de pronto me tropiezo con una silla y mis nervios se despuntan. De por sí no se podía caminar entre tanta gente, y cada detalle de la decoración ya se había convertido en un estorbo. Quería que todo estuviera vacío para llegar con mi novio a su coche y salir, visitar el silencio frente a su mirada. Nada más.
Entonces recordé que todo ese estorbo fue puesto por alguien más. Por esas mismas personas que siempre han mantenido la escuela impecable, acomodada, ordenada, limpia y lista para mi. Pero nadie, ninguno de mis compañeros agradeció a ellos, yo tampoco. Quise regresar el tiempo atrás, volver al atril, al micrófono y decir lo que tenía en mente, pero ya era tarde.
Pero nunca es tarde, todavía estaba a tiempo y lo haré de una vez, aunque sí es tarde. Ellos ya no me escucharán, no se entrarán de esto. Tengo una deuda con el personal que, por ellos, logré graduarme. No hubiera seguido mis estudios si la escuela sería un desorden.
A ellos, a todos ellos. Al personal de limpieza:
– “¿Acaso las ‘gracias’ solucionan algo? Mis maestros me enseñaron lo académico y algo de valores, pero ustedes lograron que eso suceda, porque por ustedes yo estoy aquí. A ustedes, que me han enseñado a venir, a querer venir, a continuar, a ser constante, a levantarme temprano, a no saber cansarme, a no quejarme y seguir adelante, a esforzarme por lo que amo. A que cumplir es no hacer nada, sino que se debe hacer las cosas porque así es. Ustedes nunca dicen que no deben limpiar lo que otros ensucian. Ustedes siguen acomodando lo que acabaron de acomodar 5 minutos antes y otra vez está desacomodado. Ustedes me hicieron entender cómo funciona la vida, porque la vida es así. La vida no es saber academias, sino esforzarse. Y en toda la escuela, desde los prefectos, maestros, tutores, la directora y todos los “de arriba”, nadie nunca me ha enseñado sin querer. Ustedes son los únicos que dan cátedra de enseñanza sin ser maestros. Los únicos que se esfuerzan por el bien de los demás. Así que hoy les digo lo siguiente: si toda mi estancia en la escuela, si todos mis años invertidos aquí estudiando no hubiera sacado ni una sola buena calificación, ya sea por floja o porque me haya costado prestar atención y concentrarme, así y todo hubiera valido la pena cada instante aquí para aprender de ustedes lo más importante , que es vivir y qué es vivir. A ustedes les debo este diploma.
¿Me aceptan un ‘gracias’ aun sabiendo que eso es nada comparado a la deuda que en mis espaldas cargo por sus labores de amor?”
¡Gracias!
By Rob Dagán
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