“Hay un momento”, me dijo hace años un maestro en la universidad, “en el que los errores políticos dejan de ser una casualidad. Un error es un error: una sucesión de errores es una estrategia”. Recordé aquello cuando Ana Paula Ordorica me preguntó en su programa de radio si me parecía posible que Barack Obama no deseara – en el fondo – la aprobación de la reforma migratoria que, de acuerdo con la Casa Blanca, encabeza la agenda del segundo periodo presidencial. La duda tiene razón de ser. En efecto, como decía aquel profesor, la cadena de tropiezos de Obama en las últimas semanas da, y de sobra, para la sospecha.
Primero, Obama y sus asesores permitieron que el Partido Republicano concentrara el debate no en los beneficios económicos de la reforma ni en el acto de justicia moral que implicaría la legalización de once millones de indocumentados, sino en la seguridad fronteriza, asunto cercano a los afectos de los fanáticos nativistas que, por ahora, dominan las filas de la derecha estadounidense.
Al ceder el control de la narrativa, la Casa Blanca y varios de sus aliados en la Cámara Alta no sólo perdieron tiempo sino que permitieron que los republicanos agregaran al proyecto de ley del Senado una enmienda absurda que sumaría, en teoría, 20 mil agentes a la frontera a un costo superior a los 45 mil millones de dólares, poniendo en riesgo la estabilidad económica de las comunidades fronterizas. Y es absurda por innecesaria: la frontera entre México y Estados Unidos atraviesa por un periodo de calma, incluyendo un dramático descenso en los índices de criminalidad y hasta en el número de migrantes que cruzan la frontera. De todo esto hay estadísticas incontrovertibles. Nada de eso ha importado a los republicanos, que se han empeñado en lo que un experto en la reforma migratoria me definió hace unos días como “un debate libre de datos”.
¿Y cómo respondió el gobierno de Barack Obama a la estrategia republicana? Podría, por ejemplo, haber convocado a Janet Napolitano (que anda estos días por México), su secretaria de seguridad interior, para que hiciera frente a esta sarta de medias verdades. En cambio, de acuerdo con varias fuentes cercanas a la propia Napolitano, el círculo de asesores del presidente le ordenó guardar silencio, cediéndole el escenario y el destino de la narrativa al partido opositor. Durante cinco años, Obama se dedicó a adoptar una política draconiana de seguridad fronteriza, incluido una maquinaria repugnante pero muy eficaz de deportaciones, para luego no defenderla en el momento importante. Incomprensible.
A eso habrá que sumar la falta de tacto del propio equipo de asesores de política doméstica de la Casa Blanca, que aprovecharon las últimas semanas para insistir en que la Cámara de Representantes, dominada por los republicanos, debía tomar la propuesta de ley del Senado como la hoja de ruta para su propia versión de reforma migratoria. Así, sin más. Una y otra vez, los voceros presidenciales se han dedicado a insistir que la iniciativa aprobada por mayoría en el Senado debía ser no sólo guía sino pauta para la Cámara Baja.
Para sorpresa de nadie – salvo, quizá, la propia Casa Blanca – la jerarquía republicana en la Cámara de Representantes no tardó mucho en anunciar que no le prestaría ni un minuto de atención a la propuesta del Senado. Increíblemente, los asesores de Obama no entendieron el mensaje y continuaron presionando al que es, evidentemente, un cuerpo legislativo independiente al que no conviene hostigar en sentido alguno. “Sintieron que les faltaron al respeto”, me dijo un estratega del partido demócrata la semana pasada: “y con toda la razón”.
No por casualidad, el sitio de Internet www.Politico.com reportó hace unos días que la reforma migratoria se dirigía a una “muerte lenta” en la Cámara de Representantes.
Ahora, sin embargo, la Casa Blanca parece haber enderezado el rumbo. En el encuentro de la semana pasada con periodistas hispanos, el equipo de prensa hispana organizó, entre otras cosas, un largo intercambio con dos miembros del círculo cercano del presidente, protagonistas en la lucha por la reforma migratoria. La intención era compartir con nosotros un detalladísimo análisis que explicaba los beneficios económicos de la reforma migratoria. Ambos insistieron en que la reforma resultaría positiva no sólo para los indocumentados sino para la economía estadounidense en general. También aprovecharon para reconocer que la Cámara Baja probablemente se tomaría su tiempo, aunque aclararon que la Casa Blanca esperaba resultados pronto y con algunas variables indispensables, como la inclusión de un camino claro hacia la ciudadanía para los millones de indocumentados en el país.
Después, durante la entrevista que me concedió, Obama subrayó el mismo mensaje: el momento para la reforma migratoria es ahora, el Congreso tiene derecho a presentar su proyecto en sus tiempos, pero ese proyecto debe incluir un camino no sólo a la legalización sino a la ciudadanía para la comunidad indocumentada. “Toda la evidencia indica”, me dijo Obama, “que una reforma migratoria integral será buena para Estados Unidos”. Antes de terminar, le pregunté a Obama qué le diría a los republicanos que insisten en que no se puede confiar en el presidente en asuntos de seguridad fronteriza. En contraste con las semanas de parálisis que lo precedieron, Obama aprovechó el momento para defender sus logros: “les diría que vean lo que hemos hecho (…) mi gobierno nunca ha tendido a tomar con poca seriedad la seguridad en la frontera”.
Obama ha dejado de equivocarse. La responsabilidad, ahora, es de los republicanos en la Cámara de Representantes. La reflexión sobre el camino que podrían seguir los conservadores en las próximas semanas la dejamos, también, para la siguiente entrega.
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