‘Oh, Carol’, o la gloriosa disputa entre Neil Sedaka y Carole King

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En 1958, en la próspera Norteamérica de Eisenhower, cuando por las calles de Nueva York todavía se podían ver pandillas de chicos peinados a raya y grupos de colegialas bobby soxers, con su peculiar estilo de falda larga, calcetines tobilleros blancos y zapatos planos, Neil Sedaka alcanzó uno de sus mayores éxitos con Oh, Carol. Banda sonora de aquella época en blanco y negro y considerada como un clásico de la historia del pop, este juguetón himno de amor platónico esconde un relato puñetero, un verdadero encontronazo entre su famoso intérprete y la protagonista a la que estaba dedicado: toda una Carole King. Ciertamente, pocas veces el fascinante universo del jukebox tuvo un choque de estrellas tan rutilante.

En aquel año, en el que rock’n’roll ya había hecho tambalearse los cimientos de muchas cosas pero el pop todavía dominaba las ondas norteamericanas, Neil Sedaka buscaba otro éxito desesperadamente tras haberse dado a conocer a todo el país con un esplendoroso debut, The Diary, una dulce e intensa balada ideal para bailar en las fiestas de instituto. Sus dos siguientes composiciones I Go Ape y Crying My Heart Out For You habían fracasado y en las oficinas de RCA -y en el propio cantante- empezaba a cundir el pánico.

Por entonces, los músicos vivían de sencillos. Era un tiempo en el que los chartsse medían por singles, antes de que el LP cambiase el concepto de consumir música entre los adolescentes, y Sedaka tenía pinta de quedarse “frío”, tal y como se decía en aquellos días cuando un artista acumulaba más de un fracaso. En un mercado tan competitivo como el de la música pop, con un público adolescente con cierto poder adquisitivo y ávido por consumir nuevas canciones, coger esa temperatura suponía ser rápidamente olvidado y, en el caso de Sedaka, entrar a formar parte del indeseable y abundante saco de músicos one-hit wonder, maravilloso intérprete de un solo éxito.


Ante esta situación, Sedaka se puso las pilas. Revisó a conciencia los éxitos de Billboard del último año en todo el país y se los estudió. Su idea era componer una canción que incorporase los elementos esenciales del sonido de aquel Estados Unidos de barra de diner, batidos de chocolate y sirope y guateques de graduación. Aconsejado por Don Kirshner, fundador de la compañía Aldon Music, hacedora poco después del auténtico sonido Brill Building, el cantante neoyorquino tomó como modelo Little Darlin’, un bucólico canto amoroso de doo-wop blanco de The Diamonds. Con su amabilísimo envoltorio pop, Oh, Carol nació apropiándose de su línea de bajo y su sugerente y adictivo cha cha.

Pero eso, en un período de constantes intercambios, en el que los artistas compartían compositores, arreglistas y productores, fue lo de menos. La colorida canción de Sedaka, que alcanzó el número 9 de las listas, era una oda a su novia de instituto, Carol Klein, que, tras abandonar el colegio, terminó por añadir una “e” a su nombre y cambiar su apellido familiar por otro artístico. Para cuando Oh, Carol sonaba en las radios y la tatareaban los adolescentes, especialmente las chicas, el público potencial al que estaba dirigida por ser más consumidor de sencillos, Carol Klein se llamaba ya Carole King, y, gracias a sus dotes al piano, trabajaba en el Brill Building.

A la compositora no le hizo ninguna gracia. King y Sedaka eran de Brooklyn, barrio neoyorquino prolífico en esa época en dar importantes músicos como Doc Pomus, Neil Diamond, Paul Simon o Harry Nilsson. Ambos coincidieron en la escuela secundaria y salieron juntos. Ella le admiraba porque en el colegio había pertenecido a The Tokens, un grupo que terminó teniendo un tímido éxito regional, pero siempre aseguró que no fue más que una cita. Sin embargo, a Sedaka le gustaba pavonearse de su noviazgo con aquella belleza rubia, que despuntaba como una talentosa pianista, e incluso llegó a afirmar que no continuaron juntos porque su madre la cohibió para que le dejase y se centrase en sus estudios.

Como toda canción pop, Oh, Carol tenía una letra sencilla y efectiva. “¡Oh! Carol, no soy más que un tonto. Querida, te quiero, aunque me tratas de forma cruel. Me has hecho daño y me haces llorar”, rezaba en su primera estrofa. Carole King no tardó en responder. Apoyada por su pareja artística y en la vida real, el letrista Gerry Goffin, compuso Oh, Neil. Ella puso la música, él se encargó de la letra. Ambos parodiaron el éxito de Sedaka. Con patrones sonoros idénticos, Oh, Neil,que pasó bastante desapercibida en las listas, se burlaba del amor del intérprete de la futur il, te he amado por tanto tiempo. Nunca soñé que me escribieras una canción. Soy Carol. Y vivo en Tennessee. Nunca me esperaba que me recordases”, empezaba. En los siguientes versos, llegaba a referirse al deseo de ser la “señora Neil Sedaky” y se cachondeaba de su estilo “chicle” en el canto, nada recomendable para el abuelo de la muchacha de la canción que en la última estrofa hace una aparación estelar con un efecto de disparo, como si acabase con el romántico pretendiente.

Sedaka dijo que le parecía divertida la respuesta a modo de canción, pero, en realidad, le cayó como un jarro de agua fría. Dejó de dirigir la palabra a la pareja mientras la competencia se instaló entre ellos en las oficinas del Brill Building. Como esos adolescentes para los que cantaban en sus canciones, se reprocharon sus dimes y diretes. De cualquier forma, el pop salió ganando con estas dos delicias mientras lo mejor de Sedaka y King estaba por llegar. La era del jukebox tenía estas gloriosas cosas.

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