Desde el quinto mes a partir del nacimiento comenzamos a percibir sonidos. Nuestro oído comienza a funcionar en su totalidad percibiendo sonidos. El oído es el sentido que se desarrolla con más antelación que el olfato, la vista y el gusto. Principalmente es por el oído que aprendemos casi todo lo que sabemos. A grado tal que si un bebé nace con algún problema en su audición no podrá hablar aunque sus cuerdas vocales estén en perfectas condiciones.
Todo lo que oímos lo vamos procesando, al principio por asociación. Escuchamos un sonido cada determinado tiempo y tal vez lo asociamos con la hora de comer o de dormir, etcétera. Escuchamos un sonido que sentimos que proviene de tal lugar y asociamos distancia, alerta, peligro, placer, prontitud, etcétera. Escuchamos un sonido mirando hacia determinado lugar y podemos deducir que es eso lo que hace ruido. Y así vamos aprendiendo, por asociación incluso los timbres de voz de nuestros familiares más cercanos.
Para elaborar por asociación esos sonidos, antes deben ser procesados durante mucho tiempo en nuestro cerebro por medio de repeticiones y constancias.
Todo lo que oímos queda en nuestro cerebro a grado tal que nuestra misma voz la utilizamos cambiando los tonos para comunicarnos. A veces con balbuceos suaves, llantos fuertes o leves, cánticos (o así lo percibimos los mayores). La voz propia también es un sonido audible a uno mismo y podemos darnos cuenta cuándo, cómo y para qué usar en determinado momento cada tono, volumen, timbre, temblor, espacios y velocidad.
Todo queda en nuestro cerebro y así lo vamos procesando. Este sistema no concluye jamás, ni siquiera cuando ya somos adultos, ni siquiera siendo grandes oradores. Los sonidos los seguimos oyendo y nuestro cerebro los sigue procesando y asociando a nuevas experiencias, formas, métodos…
Nos damos cuenta cuando oímos, pero no cuando nuestro cerebro está procesando ni durante cuánto tiempo procesa y asocia. A veces ni siquiera nos damos cuenta de un sonido hasta que este deja de ser audible. Sea como sea, todo queda en nuestro cerebro y se procesa, hayamos o no prestado atención al mismo.
El cerebro, al ser un músculo inquieto, que jamás se detiene sino hasta la muerte (hay quienes dicen que incluso poco después de la muerte sigue funcionando, pero eso poco importa ahora), por lo tanto requiere energía constante. Para obtener esa energía precisa principalmente de dos factores, que son la glucosa y la proteína. Es decir que desde que nacemos nuestro cerebro está consumiendo glucosa y proteína de nuestro cuerpo. Estemos atento o no, él siempre estará procesando, siempre estará atento, siempre estará en alerta. Todo, sin excepción, todo lo que oímos queda en nuestra mente para ser procesado. Tal vez no lo utilicemos nunca, pero siempre ese proceso quedará ahí. Y si no lo utilizamos nunca es porque hemos procesado que no debemos utilizar lo que nuestro cerebro procesó, pero eso no quita que el cerebro haya usado energías para ese proceso. Y esa energía ha hecho en nuestro cerebro un ejercicio ya imposible de quitar, de eliminar. No existe la posibilidad de “desejercitar”, de “desprocesar” lo ya ejercitado y ya procesado. Sólo existe la posibilidad de no hacer uso de lo oído. Y como ya hemos dicho, si no hacemos uso es porque nuestro cerebro procesó que no hagamos uso. Si ese proceso se borrara (cosa que es imposible, tal como hemos dicho que no se puede “desprocesar”) entonces tal vez haríamos uso de eso que ya que fue procesado, por eso no hacemos uso. O sea que de manera eterna (al menos hasta la muerte) ese proceso estará ahí para que lo utilicemos o no.
He notado en la música moderna que lamentablemente se escuchan cosas aberrantes, abominables, despreciables. Se cosifica el amor, a la mujer, a los cuerpos, a casi todo. Y se dicen palabras muy despreciables, que hacen que la imaginación pueda ver lo que durante años hemos evitado con nuestros ojos.
Eso que se oye en esas aberrantes letras modernas queda en nuestro cerebro para siempre, continuamos procesándolo hasta nuestro último instante. Nuestro cerebro requerirá energía para banalidades, energía que podríamos utilizar para momentos interesantes, para estar más alerta, para absorber mejor y más rápido conocimientos, para ser más atentos, para aprender, para sacar conclusiones, para razonar…
En resumen, muchas de las cosas que escuchamos hacen que seamos menos capaces, más incapaces (por no decir que por esas músicas somos cada vez más tontos, menos pensantes). Claro que esas músicas existen porque seguramente algo pasó antes que nos hemos vuelto menos pensantes.
Todo lo que oímos influye en nosotros.
Artículos Relacionados: