‘One of Us’: la vida fuera de la comunidad jasídica

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La imagen de los judíos jasídicos ha sido muy dulcificada por la cultura popular: el rabino Herzl Krastosky (el padre de Krusty el payaso en Los Simpsons), la película noventera de Melanie Griffith Una extraña entre nosotros o las inolvidables aventuras de RabíJacob, concebidas por ese maestro del humor llamado Louis de Funès, son la aproximación más habitual a esa comunidad cerrada y desconocida.

Sin embargo, el documental One of Us, producido por Netflix, huye de la anécdota amable y se adentra en ese mundo con todas las consecuencias. A través del testimonio de tres jóvenes que abandonaron a la comunidad, One of Us nos introduce en una sociedad que vive al margen del mundo que le rodea. Más allá de los shtreimlej, de las gabardinas negras lacadas, de los tirabuzones y de las pelucas, los jasídicos han conseguido implantar, en la mismísima ciudad de Nueva York, una burbuja invisible que la separa de todo.

Etty, una de las protagonistas, relata el alto precio que ha tenido que pagar. Casada a los 18 años, “no quería vivir una mentira” y decidió irse de casa con sus hijos y abandonar a su marido, que la maltrataba. Recurrió a una organización, Footsteps, que ayuda a quienes quieren abandonar el jasidismo, muy parecida a la israelí Hillel. Los jasídicos son una de las ramas más importantes del judaísmo ultraortodoxo o jaredí.


Ari, el segundo protagonista, dejó la comunidad antes de la edad a la que los jóvenes suelen casarse, y ha vivido desde entonces totalmente desorientado. Cayó en la adicción a las drogas y ahora intenta formarse para llevar una vida normal: “No sé nada, ni matemáticas básicas. El día más feliz de mi vida fue cuando descubrí la Wikipedia”. Un rabino jasídico que conversa con él le da la clave del éxito del movimiento: “El jasidismo se centra en hacer algo y repetirlo sin cuestionarse nada; lleva milenios funcionando”. Es cierto. Con una reglamentación extrema, y al amparo de la solidaridad de la comunidad, el individuo encuentra protegido y tiene su lugar. Pero la presión colectiva que recae sobre quien reme contracorriente o directamente piense abandonar es claustrofóbica.

Luzer, el tercer protagonista, sostiene que los jasídicos han diseñado su sistema de tal forma de que, si alguien sale, no puede sobrevivir en el mundo exterior; por eso muchos de los que abandonan tienen problemas de integración, o caen en la delincuencia, la indigencia o las drogas. Luego, los líderes de la comunidad los utilizan como ejemplo de las consecuencias que acarrea el apartarse del camino marcado.

Que sea una sociedad apartada de la gran sociedad no implica que los jasídicos no se sirvan del sistema político bajo el que viven. En Nueva York tienen una suerte de Estado paralelo, regado con subsidios públicos. Disponen de una estructura propia de ambulancias, escuelas, policía. Como también han hecho en Israel, conquistan espacios públicos e imponen su modelo, y la tolerancia por parte de las autoridades se explica en buena medida por el cálculo electoral: son muchos (200.000 en el estado de Nueva York) y están bien organizados.

La directora de Footsteps, ella misma exjasídica, apunta que los judíos jasídicos, oriundos Ucrania y Bielorrusia, sufrieron el peor exterminio de la Historia, por lo que decidieron huir a otro continente pero seguir llevando su vida, así que se encerraron en sus barrios. Intentaron trasladar los shtetlj a Brooklyn y lo consiguieron. Pero ese hermetismo no se mantiene con facilidad. Si no se levantan muros, aunque sean sociales, todo eso se desmorona. De ahí que, por ejemplo, en un reunión multitudinaria celebrada en el estadio de béisbol de Queens, uno de los gerifaltes del movimiento clamara duramente contra internet. La Red es una puerta al mundo que quieren cerrada a cal y canto.

Estas comunidades tienen el apoyo moral y económico de muchos judíos laicos o tradicionalistas, por afección sentimental, respeto religioso o superstición. Pero esas comunidades tan cerradas hacen con frecuencia un gran daño a la imagen de la religión judía, especialmente a la vertiente ortodoxa. Cómo sorprenderse de que en la ortodoxa Cross-Currents lamenten profundamente lo que vieron en el documental de Netflix.

Los jasídicos no son, desde luego, únicos. En cualquier grupo con identidades marcadas con trazo grueso ocurre algo parecido, especialmente cuando proveen a los fieles de un propósito y un sentido para todo. Cuanto más difícil es salir del grupo, más cerca se encuentra de ser una secta. Los jasídicos, hoy en día, lo son, y One of Us da cuenta de ello.

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