Orden y Progreso

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En 1839 el mundo conoció un neo-logismo, la Sociología, término inventando por Auguste Comte y popularizado por Herbert Spencer.

El primero veía un deplorable estado de anarquía en su tiempo y juzgaba que su física social, al abordar directamente las necesidades y dolencias principales de la sociedad, contribuiría a poner orden en el caos. Para Irving Zeitlin, el francés esperaba que esta “ciencia” atrajera la atención de los estadistas, quienes debían dedicarse a la tarea de resolver la alarmante constitución revolucionaria de las sociedades modernas.

Comte combatió la herencia de los filósofos y en el proceso elaboró su propia filosofía. El orden y el progreso, que los antiguos consideraban irreconciliables, debían unirse de una vez por todas. Para el sociólogo francés, la gran desgracia de su época era que se consideraba contradictorios los dos principios que estuvieron representados por partidos políticos opuestos. El partido que él llamaba retrogrado estaba por el orden, mientras que el partido anárquico estaba por el progreso. El principio del orden, según Zeitlin, derivaba del estado católico feudal o teológico de la filosofía social, cuyos exponentes eran Bonald, Maistre y otros. En cada crisis, el partido retrógrado argüia que el problema emanaba de la destrucción del orden anterior y, por tanto, exigía su completa restauración. En contraste con esto, el partido anárquico consideraba que los inconvenientes obedecían al hecho de que la destrucción de ese orden era incompleta y, por ende, que la revolución debía continuar. Comte, como Saint Simon, apreciaba ciertos aspectos del orden teológico- feudal y no los rechazaba totalmente.


Durante la década de 1840 a los intelectuales le cautivaron diversas formas de socialismo utópico que no sólo prometía la perfección social, sino el desarrollo económico y partir de 1870, el positivismo penetró profundamente en el Brasil cuyo lema nacional es todavía el comtiano: orden y progreso.

El progreso, es decir la emancipación respecto de la tradición- tanto en lo que refiere a la sociedad como a los individuos- parecía implicar una ruptura radical con las antiguas creencias. La ciencia fue el núcleo de esta ideología secular.

La ciencia y la industria fueron las causas principales de la declinación del orden teológico feudal, y el surgimiento del espíritu científico impidió según Comte, la restauración de este orden. El orden social, escribe, …debe ser incompatible con un examen permanente de los fundamentos de la sociedad.

Según Zeitlin, para Comte la anarquía social y moral era el resultado de la anarquía intelectual, la cual es a su vez consecuencia del hecho de que por una parte, la filosofía teológica metafísica había decaído y, por otra, la filosofía positiva no había alcanzado el punto en que puede brindar una base intelectual para una nueva organización y, de este modo, librar a la sociedad del peligro de aniquilamiento. Para Comte la filosofía positiva es indiscutiblemente superior, pues la verdadera libertad no es más que la sumisión racional a la preponderancia de las leyes de la naturaleza. En este estadio, según el francés, la elite científica tendría la última palabra acerca de cuáles son estas leyes, e indicaría el grado en que es posible mejorar lentamente la suerte de las clases inferiores.
Para Comte, el espíritu teológico tuvo que ser, durante mucho tiempo, indispensable para la combinación permanente de ideas morales y políticas.

El segundo estadio, el metafísico puede, pues, considerarse como una especie de enfermedad crónica inherente por naturaleza a nuestra evolución mental, individual o colectiva, entre la infancia y la virilidad. Los filósofos, dice el francés, no han podido ellos mismos salir del modo metafísico. No se han puesto nunca en el punto de vista social, el único susceptible de una realidad plenaria, científica o lógica, puesto que el hombre no se desenvuelve aisladamente, sino en colectividad. Los principios de los metafísicos- término que según Zeitlin, usa Comte para referirse a los pensadores del Iluminismo- eran esencialmente críticos y revolucionarios. Contribuyeron al progreso, pero solo en sentido negativo. La etapa metafísica fue necesaria porque resquebrajó el viejo sistema y preparó el camino para la etapa siguiente, la positiva, que pondría fin al período revolucionario mediante la formación de un orden social capaz de unificar los principios de orden y progreso.

El tercer estadio, el positivista o científico, sería para Hobsbawm, la expresión más adecuada del liberalismo. Para Comte, solo la filosofía positiva podría realizar gradualmente aquel noble proyecto de asociación universal que el cristianismo había bosquejado prematuramente en la Edad Media.

La imagen básica que Comte se hacía, según Hobsbawm. era biológica, ya que consideraba a la sociedad como un organismo social, es decir, la cooperación funcional de todos los grupos de la sociedad, tan diferente a la lucha de clases. Para el historiador que hizo fama en Gran Bretaña, se trataba del viejo conservadurismo vestido con ropajes del siglo XIX, y era difícil de combinar con la otra imagen biológica del siglo que tendía al cambio y al progreso, a saber, la evolución. La teoría de la evolución por la selección natural se extendió fuera del alcance de la biología, y en ella reside su importancia. Ratificó el triunfo de la historia por sobre todas las ciencias, aunque la historia en este sentido fue confundida por sus contemporáneos con el progreso. El error era significativo y comprensible. En la ciencia como en la sociedad hay períodos que son revolucionarios y otros que no lo son, afirmó el historiador.

Bibliografía:
Comte Auguste, Discurso sobre el espíritu positivo.
Hobsbawm Eric. La era del capital, 1848-1875.
Zeitlin Irving. Ideología y teoría Sociológica.

Acerca de David Malowany

Nací en Montevideo en 1967. Egresé de la Universidad de la República en 1992 con el título de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.Soy docente universitario en la cátedra de derecho comercial en la Universidad Católica y en la Universidad de la República, en las carreras de contador público y administración de empresas.Desde el 2008 soy columnista de Mensuario Identidad.

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