La semana pasada Oriente Medio atestiguó dos acontecimientos importantes que marcan el inicio de potenciales cambios, tal vez trascendentes, para la zona. El primero fue el retiro de 50 mil soldados estadunidenses de Irak, con lo cual el presidente Obama cumple con una de sus promesas de campaña. A pesar de que aún permanece en ese país árabe una fuerza militar norteamericana de magnitud similar a la que regresa a casa, se supone que las tareas de combate están concluidas y que lo que resta es colaborar mediante entrenamiento, asesorías y apoyo a fuerzas institucionales locales a fin de lograr la estabilización del país y el control o sofocamiento de las agrupaciones terroristas.
La pregunta central sobre esta situación es por supuesto qué le espera a Irak tras la retirada estadunidense. ¿Podrá el país efectivamente transitar a una institucionalidad eficiente y a formas de organización más democráticas eliminando paulatinamente el riesgo implícito en la fragmentación étnico-religiosa propia de su población? O por el contrario, ¿se sumirá Irak en el caos de las luchas sectarias, el terrorismo y la guerra civil? Las señales son mixtas, lo cual vuelve nebuloso el futuro. Porque si bien es cierto que se han celebrado ya elecciones con marcos democráticos relativamente aceptables, es un hecho que después de los últimos comicios efectuados hace meses, aún no ha habido el acuerdo necesario para formar gobierno. También es inocultable que a pesar de que pasó el tiempo de la guerra abierta y de los combates generalizados en calles y ciudades, sigue azotando a la población el flagelo de los atentados terroristas que arrasan repentinamente con las vidas de civiles inocentes. La lucha por el poder entre sunitas-chiitas no termina de resolverse, y no obstante los notables avances autonómicos de los kurdos en el norte, sigue vigente la amenaza de la guerra civil. Y otra gran pregunta es qué papel desempeñará el apetito del Irán chiita de Ahmadinejad, ávido de acrecentar su poder regional aprovechando la arena iraquí ya despejada de las fuerzas de EU, arena en la que, por cierto, hay participación de muchas otras fuerzas, como la de Al-Qaeda por ejemplo.
El segundo acontecimiento a comentar es la reunión promovida en Washington por Obama entre el premier israelí Benjamin Netanyahu y el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas. Por fin, después de 20 meses sin contacto, la presión internacional consiguió la reanudación oficial de las conversaciones directas entre israelíes y palestinos. Las declaraciones en este primer encuentro que se espera sea seguido por reuniones bimensuales entre las partes, contuvieron los típicos conceptos usados en estas ocasiones en el sentido de mostrar un entusiasta interés por llegar a soluciones que consigan la paz. Sin embargo, y sin menospreciar la “ventana de oportunidad” que se abre con el diálogo, el ánimo escéptico prevalece tanto entre ciudadanos directamente implicados en la situación, como entre los observadores internacionales. Y es que resulta apabullante la naturaleza compleja de los problemas a tratar como lo son la cuestión de la definición de las fronteras, los asentamientos israelíes en Cisjordania, la disputa por Jerusalén oriental, la pretensión palestina de conseguir el derecho del retorno a Israel de los refugiados palestinos y la demanda israelí de que su contraparte oficialmente acepte que Israel es el Estado del pueblo judío. Todos estos puntos son sumamente explosivos y difíciles de conciliar.
Por otra parte, hay muy pocas expectativas de que las negociaciones logren fructificar debido a las fuerzas que están en contra, tales como el sabotaje que de manera descarada intentan realizar los sectores más extremistas de ambos pueblos para impedir cualquier avance. Los atentados de Hamas que cobraron esta semana la vida a cuatro israelíes y las declaraciones amenazantes de los colonos que rechazan por principio la negociación de la paz por las concesiones que habría que hacer, son ejemplos claros de ello. Lo que consuela es que hay quien dice que en este tipo de situaciones, justo cuando las expectativas son tan bajas, hay mejores oportunidades de conseguir algo, de que haya sorpresas positivas. Ojalá que tanto en este caso como en el iraquí, así sea.
Fuente: Excélsior
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