El panorama está más abierto que nunca y las certezas prácticamente han desaparecido. Las revueltas en Oriente Medio y el norte de África se hallan en un punto crítico ante la necesidad de enfrentar las decisiones propias de ese momento definido como “el día siguiente”, posterior al derrocamiento del antiguo régimen. La inminente desaparición del yugo de Gadhafi en Libia conduce a la interrogante acerca de qué sucederá en el futuro próximo, quiénes asumirán el control político del país y cuál será todavía el costo en sangre de la consolidación de un nuevo gobierno. Los pronósticos optimistas, que consideran que el país renacerá a una vida nacional más justa, libre y democrática, lo hacen confiando en la capacidad y buena voluntad del actual dirigente del Consejo Nacional de Transición, Mustafa Abdel Jalil, en la riqueza natural del país, su vastedad territorial y sus inmensas reservas de petróleo y gas y, también, no menos importante, en el apoyo internacional previsto para la reconstrucción nacional.
Para los pesimistas hay, sin embargo, numerosos motivos para prever un panorama mucho menos prometedor. Libia es —dicen— un país fragmentado en una diversidad de tribus, cuyas lealtades primordiales anuncian choques sangrientos, ejecución de venganzas postergadas y luchas interminables por el poder. Entre estas dos posiciones extremas existe una cantidad considerable de posibilidades intermedias cuya viabilidad es aún desconocida. El signo de interrogación es así la marca definitoria de la actual situación libia.
Cerca de ahí, Túnez y Egipto, con sus respectivas dictaduras ya derrocadas, no ofrecen tampoco una gran claridad acerca del rumbo que seguirán. A pesar de tratarse de sociedades más homogéneas e históricamente consolidadas, presentan también un cuadro en el que se desconocen los alcances y magnitudes de las fuerzas políticas existentes. En Egipto, por ejemplo, la represión a lo largo de décadas de todo lo que no fuera parte del aparato oficial de gobierno, generó un vacío político que aún no se sabe cómo se llenará, ahora que ha desaparecido la mano de hierro que sofocaba totalmente a las voces alternativas. El reciente conflicto con Israel, a raíz de un grave incidente terrorista contra éste, que provino del Sinaí, enfrentó a ambos países y provocó una crisis diplomática que reveló el grado de animosidad popular egipcia contra el tratado de paz que rige las relaciones entre esos dos vecinos desde 1979. Pero al mismo tiempo se mostró la cautela con la que el Consejo Militar Supremo que hoy gobierna a Egipto prefiere tratar este tema. No cabe duda que las fuerzas que finalmente dirijan en el futuro el país del Nilo enfrentarán desafíos formidables, ya que se trata de una nación que llegará el próximo año a los 90 millones de habitantes, de los cuales, 28% es analfabeta, 21% vive por debajo de la línea de la pobreza y sufre una permanente falta de empleo y oportunidades para sus jóvenes, muchos de los cuales están ansiosos por emigrar a zonas más prometedoras, laboralmente.
Y por otro lado, está también la incertidumbre emanada del caso sirio y del israelí-palestino. En el primero, prosigue la sanguinaria respuesta del régimen de Bashar al-Assad contra su población ávida de justicia, libertad y reformas sociales, sin que, por lo pronto, se aprecie la posibilidad de una caída próxima de la dictadura. En el segundo, se pasa hoy por un momento ciertamente plástico y lleno de señales contradictorias. Contra la postura del gobierno israelí actual, la Autoridad Nacional Palestina está por formular en la ONU su demanda de reconocimiento internacional al nacimiento del Estado palestino, mientras que Hamas y agrupaciones fundamentalistas afines actúan a contracorriente, disparando andanadas de cohetes contra ciudades israelíes. Ello, en medio de una movilización social de las masas israelíes que también, desde hace unas cuantas semanas, han tomado las calles y plazas para exigir de su gobierno cambios radicales, no sólo en las políticas económicas, sino igualmente en la manera general de definir las prioridades de la vida nacional. Así las cosas, los signos de interrogación han pasado a suplantar la mayoría de las certezas de tiempos pasados.
Fuente: Excélsior
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