Otis y los niños en peligro en Acapulco

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Hay un concepto acuñado por los guionistas de ficción para describir una serie de condiciones atípicas que se alinean para crear un desastre devastador e imprevisible. Un futuro distópico tan improbable como destructor. Le llaman “la tormenta perfecta”.

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Eso sucedió en la madrugada del 25 de octubre, cuando lo que se suponía sería una simple tormenta tropical se transformó en un monstruoso huracán categoría 5 con una rapidez inesperada. Su destino tampoco tenía antecedentes: golpearía como un buque acorazado a Acapulco, el tradicional destino turístico mexicano con casi un millón de habitantes y que jamás en sus 150 años de fundación moderna había vivido un ciclón similar en fuerza.


Pero Acapulco no es sólo atardeceres dorados empañados por nubarrones grises. O una clásica costera convertida en zona de guerra. O un mar profundo admirado por Elvis Presley y Elizabeth Taylor que devoró personas, hoteles, casas y lanchas de pescadores. El puerto más importante de Guerrero es también el destino número uno de turismo sexual contra niñas y niños en México, según un diagnóstico de 2018 elaborado en la Cámara de Diputados.

La devastación del huracán Otis podría agravar ese problema. Uno, de por sí terrible, si se toma en cuenta que la Unicef ubica a México como el segundo país con mayor producción de pornografía infantil sólo superado por Tailandia. Acapulco es, según el Consejo Nacional de Evaluación de Desarrollo Social, el municipio tiene el mayor número de habitantes que viven en pobreza extrema a nivel nacional: más del 60% de sus 300 comunidades rurales.

Antes de Otis, miles de niñas y niños ya vivían sobre aguas negras, escuelas preciarías, casas sin agua potable, sin acceso a recolección regular de basura ni alumbrado público. Después del huracán categoría 5, es probable que el porcentaje se eleve hasta 80%. O incluso más, si los esfuerzos de reconstrucción se concentran mayoritariamente en las zonas turísticas en lugar de compartirlas con las zonas rurales, costeras e indígenas.

Para hacerlo aún peor, Acapulco es el centro de operaciones de, al menos, diez grupos criminales de distintos tamaños: el Cártel Jalisco Nueva Generación, de Sinaloa, del Sur, Gente Nueva, el Independiente de Acapulco, los Beltrán Leyva, La Familia Michoacana, Los Rojos, Los Ardillos, Guerreros Unidos. Y decenas de mafias regionales.

En semejantes condiciones, la niñez de Acapulco está más vulnerable que nunca. Ya sea para ser cooptada a la fuerza para turismo sexual o para ser usada por familiares y vecinos como divisa a cambio de despensas, materiales de construcción o ayudas para salir adelante que dejó la destrucción de Otis.

Esa es es la “tormenta perfecta”. La alineación de condiciones funestas, repentinas y demoledoras. Esas niñas, niños y adolescentes dependen del resto del país para que la borrasca que se forma sobre sus cabezas se aleje y abra paso a un futuro soleado y despejado de las amenazas de la explotación sexual.

POR ROSI OROZCO
@ROSIOROZCO

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