¿Otra vez nos vamos a quedar callados?

Yom HaShoá en México: una ceremonia que nos sacudió el alma Por:
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¿Puede un silencio estremecer más que un grito? El pasado 24 de abril, en el Monumento al Holocausto del Panteón de la Kehilá Ashkenazí en la Ciudad de México, se vivió una de esas ceremonias que no solo se recuerdan… se sienten. El Día de Recordación del Holocausto (Yom HaShoá) no fue un acto más en el calendario: fue una llamada urgente a la conciencia, al alma y a la memoria colectiva.

Desde el primer momento, se sintió una energía especial. Las sillas llenas, los rostros atentos, la solemnidad… y sobre todo, el corazón latiendo al ritmo de seis millones de ausencias. Se guardó un minuto de silencio. Un minuto que se replica cada año en comunidades judías de todo el mundo. Un minuto que grita lo que las palabras no alcanzan: no los olvidamos.

La presidenta de la Kehilá Ashkenazí, Raquel Feldman, fue quien abrió la ceremonia con un poderoso mensaje: habló del poder de la palabra. De cómo, durante la Shoá, a seis millones de personas les arrebataron su voz, su identidad, su humanidad. Y de cómo hoy, en un mundo donde las palabras de odio y mentira corren libres, no podemos quedarnos callados. Tenemos la responsabilidad de hablar, de educar, de transmitir la verdad. Porque quien no alza la voz, también contribuye al silencio.


No fue un discurso más. Fue una herida abierta hablándole al presente. Fue la voz de alguien que no solo vivió el infierno, sino que aún carga con el eco de las ausencias.

Un sobreviviente se levantó y habló. No necesitó levantar la voz. Bastó con mirar su rostro, con escuchar cómo describía lo que fue despojado de su identidad, de su dignidad y casi de su vida. Pero su mensaje no se quedó en el pasado. Lo que dijo nos habló al presente con fuerza demoledora.

Ese hombre es Luis Opatiwsky. Y dijo algo que se nos quedó clavado en el pecho: “Lo que más me duele no es la maldad de quienes intentaron asesinarme. Lo que más me duele es el silencio… la indiferencia… de los que no hicieron nada.”

Hoy, advirtió, estamos viendo cómo el antisemitismo vuelve a tomar fuerza, cómo se disfraza de discursos políticos, de supuestas causas, de desinformación. Y en este escenario, nadie puede quedarse callado. “Ni judíos ni no judíos deben mirar hacia otro lado. Todos debemos alzar la voz.” Porque, como él lo vivió en carne propia, el silencio también mata.

Después vinieron los testimonios. Tres historias que nos hablaron de amor, de sobrevivencia y de reconstrucción.
Primero, una historia que parece sacada de una película: dos niños que se enamoraron de pequeños, fueron separados por la guerra, sobrevivieron por milagro a los campos de concentración, y se reencontraron en México para formar la familia Kawa. Un relato donde el amor venció al horror.

Luego, Orly Brigel, hija de sobreviviente, nos compartió la historia de su madre, cuya fotografía icónica ha dado la vuelta al mundo como símbolo de la vida que resiste. Pero también lanzó un mensaje muy claro: el Holocausto es único, incomparable. No se debe minimizar ni equiparar con ningún otro evento. Fue una tragedia de la humanidad entera y debemos cuidar esa memoria como algo sagrado.

El hijo del señor Majzner también compartió el legado de su padre, testimonio vivo de lucha y reconstrucción.

Cada uno de ellos encendió una vela. No fueron antorchas, fueron seis velas, cada una representando a un millón de vidas. Pero también, como se dijo en la ceremonia, esas luces no solo representan a los asesinados. Representan a los que alzaron la voz, a los que resistieron, a los que educan, a los que enseñan y a los que, con su existencia, iluminan nuestro futuro. Son luz… y son esperanza.

Uno de los momentos más emotivos fue cuando los jazanim Jacky y Mendelshon entonaron el Yizkor y el Male Rajamim, oraciones tradicionales en memoria de los fallecidos, y todos los presentes dijeron juntos el Kadish.

Pero no fue cualquier Kadish. Fue por los que ya no tienen quien lo diga por ellos. Por los niños, las familias enteras, las comunidades desaparecidas. Decir el Kadish por ellos es un acto de amor, de justicia y de memoria. Como dijo el rabino Liberson, “hoy es nuestra obligación hacerlo en su nombre”.

El rabino Liberson también recordó la historia de otro rabino que, tras perder a su esposa y a sus diez hijos en la Shoá, entendió que su sobrevivencia era una señal: vivir para ayudar a otros. Porque la vida no solo es un regalo, es una responsabilidad.

Y así, con el corazón en un puño pero el espíritu elevado, la ceremonia cerró con el canto del Hatikvá, el himno de Israel. No fue solo una canción. Fue una declaración. Una promesa de que el pueblo judío sigue de pie, sigue soñando con la paz, con la libertad, con un futuro mejor. Y en ese momento, las seis velas seguían encendidas… como si se negaran a apagarse. Como si nos recordaran que, mientras haya quien recuerde, habrá también quien sueñe.

Te invitamos a ver los videos de la ceremonia, a escuchar cada testimonio, a estremecerte con cada palabra y a sentir lo que ahí se vivió.
Porque recordar no es suficiente. Tenemos que transmitir, compartir y actuar.
Déjanos tus comentarios, tus reflexiones, tu historia. ¿Qué significó para ti esta ceremonia? ¿Qué podemos hacer, juntos, para que el “nunca más” sea una realidad?

Más fotos:
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