Palabra y despalabra

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… si bien los hechos –y en tal caso las palabras en cuanto hechos– nos dan conceptos reales, no nos dan en cambio sus relaciones; para esto necesitamos otra clase de conceptos; y sólo con esto se puede superar la mera pluralidad de los simples hechos. (Carlos Cossio, ‘El sustrato filosófico de los métodos interpretativos’).

Palabras. Cargadas de ideología. O ni siquiera. De purita intención de embadurnarle la realidad a aquel al que se las aplica. A Israel. Palabras que, como decía el jurista argentino Carlos Cossio, pueden ser consideradas como hechos y como significaciones. Unos hechos y unas significaciones que no se adaptan al uso que tienen –como no sea para desacreditar, ultrajar; vamos, decirle al receptor que aquello que se mienta es la materialización del menoscabo–. Palabras que hoy son –y mañana, si le cambia el beneficio– la vergüenza, serán otra cosa: negación y olvido; y esa fatua adulación de tres centavos.

Palabras extraídas de otro contexto, de otra realidad, para aplicarlas falazmente al conflicto árabe-israelí, incluso hasta el significado de refugiado, adulterado por las propias Naciones Unidas exclusivamente para este caso. Exclusivamente para los árabes.

Sostenía Carlos Cossio: “Si bien los hechos —y en tal caso las palabras en cuanto hechos– nos dan conceptos reales, no nos dan en cambio sus relaciones; para esto necesitamos otra clase de conceptos; y sólo con esto se puede superar la mera pluralidad de los simples hechos”. Se puede, pues, superar la mera pluralidad de los simples hechos. Algo así como que hay que superar el “mató” y vincular esa palabra-hecho a una serie de relaciones (causales, por ejemplo), que den un dibujo más acabado de la situación. Pero estos vínculos no deben ser hechos exclusivamente de palabras o conceptos, deben tener otras formas de establecerlos y de ser corroborarlos. No puede ser el capricho de un articulista, de un testigo o de un político en eterna campaña de conveniencias.


Ejemplo apresurado: palabra/hecho ocupación debería ser antecedida por palabras/hechosnegativa árabepromesa árabe de masacreataque árabeocupación árabe.

Palabras convertidas en lugares comunes. Repeticiones para calar en la inocencia o el prejuicio de los destinatarios de esa insistente animosidad.

Mas las palabras no pueden desconectarse de su significado. Por mucho que se haga por estirarlas con la torpeza de a quien apremia el afán de difamar, banalizar, manosear, bastardear, la sustancia de las palabras terminará, antes o después, por definirlos, por resumirlos, atrapados en la arquitectura de aquéllas.

“Levantar cada palabra que encontramos/ y examinar mejor debajo”, anotaba el poeta argentino Roberto Juarroz. Debajo de las palabras que se empecinan contra el Estado judío hay al menos dos notorios residuos: el activismo antiisraelí y la mala praxis periodística (negligencia –en el mejor de los casos–, falta de documentación, falta de voluntad para ofrecer fuentes contrastadas y equilibradas).

Ambos restos caen en la trilladísima práctica de la omisión: forma de la censura que escamotea al lector, al televidente, a la audiencia radiofónica, toda aquella realidad (y es mucha) que menoscaba la falsificación que se pretende erigir. Con palabras como acusaciones.

El gran poeta argentino escribía:

No podemos ni siquiera sostener mucho tiempo
las proporciones del silencio
cuando algo lo visita.
Y menos todavía
cuando nada lo visita.

Pero Juarroz seguramente no conocía la cobertura en español sobre este conflicto. Una cobertura que es capaz de sostener la ocultación, un silencio casi absoluto –que es, en definitiva, una forma de la complicidad con los líderes palestinos (es decir, con su incitación al odio y la violencia, su glorificación del terrorismo y su recurso al mismo; su declarado objetivo de eliminar a Israel –al que perciben como algo transitorio–, su corrupción, el trato dispensado a mujeres, homosexuales y minorías religiosas).

“Porque las palabras del año pasado pertenecen al idioma del año pasado./ Y las palabras del año que viene esperan otra voz”, escribía T. S. Eliot (Four Quartets). Aunque, admirado Eliot, al menos en este caso, las palabras siguen siendo las mismas. Siempre. Tercas como el rencor elaborado sin ofensa; que terminan por elaborar un pobre idioma que es apenas un ceñudo repudio. Y la voz, un eco que se pasa la injuria de un año a otro.

“Bocas que tenéis mucho que decir/ y la palabra os elige para tumbas”, decía Kostas Karyotakis. Y sí, algo de eso hay por aquí. Las voces de la amplísima mayoría de periodistas en español que cubren el conflicto mencionado tienen la voz repleta de engañosos decires o sonidos que sontumbas de la realidad.

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