Cuando Cristóbal Colón salió con sus tres calaveras buscando una nueva ruta comercial que comunicara a Europa con la India (aunque en el camino se cruzó con un nuevo continente que no sabía que existía), lo hizo basado en una aparentemente simple, pero a la vez muy poderosa idea: el mundo era redondo, el mundo no era plano, tal como se creía para aquella época. Y, por lo tanto, no había posibilidad de que él y el resto de su tripulación se cayeran del planeta al llegar al borde del precipicio.
El mundo cambió para siempre después del descubrimiento de aquel nuevo continente, que terminaría por llamarse América. Un cambio que se produjo basado en una idea. Una idea que se convirtió en palabras, luego en decisiones, luego en acciones. Acciones que, finalmente, se convirtieron en unos sucesos que dividieron en dos la historia del mundo conocido hasta ese entonces.
Y es que la humanidad avanza y evoluciona en la medida que es capaz de generar nuevas representaciones y conceptos que, simples en apariencia, tienen la fuerza y el poder de modificar y transmutar la realidad conocida.
La humanidad requiere de esa clase de pensamiento transformador para producir los cambios que ha necesitado para avanzar a lo largo de varios siglos de existencia. Ejemplos del poder de las ideas como poderosos transformadores están por todas partes: la rueda, la escritura, el telegrama, el ferrocarril, la radio, el automóvil, el cine, el teléfono, la computadora, la televisión…Cada una de estas invenciones humanas significó una verdadera revolución, y esas revoluciones terminaron por convertirse en evoluciones.
Las ideas son más poderosas que las palabras y que las acciones. Albert Einstein, el reconocido científico que formuló la teoría de la relatividad (que revolucionó el mundo de la física y la concepción del Universo) lo sabía y lo expresó en una frase que da testimonio de la absoluta profundidad de su genialidad: “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad” … y qué es la voluntad más que la capacidad para llevar a la realidad aquello que pensamos, aquello que concebimos y queremos… La voluntad es eso que convierte “el querer” en “el poder”.
Las ideas tienen tanto poder que son extemporáneas a la época en la que se formularon; con el tiempo, pueden reciclarse, adaptarse, mejorarse y repetirse a sí mismas tanto como sea necesario. Son tan poderosas que no dependen de sus creadores, una vez lanzadas al mundo, son completamente independientes y le pertenecen a la humanidad entera. Son tan poderosas que los grandes dictadores las han perseguido, censurado, prohibido y quemado hasta el hartazgo, pues no hay nada que teman más que una idea sembrada en el corazón de un hombre dispuesto a luchar y morir por aquello en lo que cree.
Las ideas han tenido muchos nombres a lo largo de la historia y todos esos nombres han aportado algo positivo a la humanidad: ideales, valores, invenciones, inventos, patentes, literatura, arte, música, filosofía, ciencia, cultura… todo eso que le da forma a nuestra psiquis, todo eso que nos permite expresarnos, comunicarnos, desarrollarnos y avanzar como especie… está basado en el etéreo mundo de la mente y el espíritu.
Las generaciones que seguirán a las nuestras serán responsables de generar nuevas formas de concebir, definir y cambiar al mundo. Serán responsables de generar un pensamiento innovador que les permita superar los errores que estamos cometiendo en el presente y los errores que heredamos de aquellos que nos precedieron. Serán responsables de reciclar las ideas que puedan permitirles avanzar, crecer y desarrollarse; y de dejar atrás aquellas que se conviertan en lastre.
El futuro de nuestra especie depende en gran medida de que el ser humano sea capaz de entender que la realidad que le rodea es producto de algo que no puede ser tocado, medido ni pesado; de algo que es tan etéreo que no tiene forma, color, olor o sabor, de algo que es tan poderoso que ha costado la vida de millones de personas a lo largo de siglos de historia; de algo que es capaz de generar gigantescas fortunas con la misma velocidad que es capaz de destruirlas…
Se trata de algo que no es más grande que un impulso eléctrico, que sucede en el mínimo espacio que separa a una neurona de la otra, de un concepto más abstracto que el arte moderno, de un producto que, al parecer, es monopolio de nuestra especie: el pensamiento humano.
Tan simple o complejo como suena. Una idea puede salvar o condenar a nuestro mundo para siempre.
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