Escribir para existir
para dejar huellas en la nieve
para saber que estuve viva
y poder llorarme si me voy
Escribir como una excusa
como oda a las musas
como ofrenda al sol
Escribir a pesar de la luna
a pesar del silencio
a pesar del dolor
Escribir en forma de lamento
mientras ardo en un incendio
mientras me alcance la voz
Escribir en forma de grito
rompiendo el deseo
venciendo al león
Escribir para no ser pasajera
y tener la certeza de ser lo que soy
Escribir
para partir y quedarme
para romperme y armarme
para cerrar la ecuación
Muchos se preguntarán por la extraña formulación del título y del motivo central de este poema que les comparto en mi primera publicación como columnista de Diario Judío, pues es lógico pensar que primero debes existir para luego poder escribir.
Sin embargo, me he descubierto a mi misma como a un ser lleno de contrastes y contradicciones, un ser que necesita expresarse por medio de las palabras para poder dar testimonio de su propia existencia. Y que, por lo tanto, debe escribir para existir.
No se trata de filosofía, no trato de hacer referencia a la célebre frase que reza “pienso y luego existo” que nos dejó René Descartes con la intención de volvernos locos a todos los que tratamos de entender la profundidad de su mensaje.
Mi enunciado, en realidad, es más una confesión intimista que un intento por formular consignas filosóficas.
Yo solo puedo descubrir quien soy cuando leo lo que escribo. Hacer poesía se ha vuelto la mejor y más efectiva de las terapias. Me descubro a mi misma en los poemas que realizo. Soy un ser en construcción. Las palabras son mi materia prima, la poesía es mi amalgama, mi cemento.
Cuando escribo, abro mi alma con un cuchillo y dejo que sangre. Es un acto privado que vuelvo público cada vez que comparto mis poemas.
Cuando el lector me lee, debe entender que estoy confesándome y confesándole (al mismo tiempo) cuáles son mis zonas luminosas, pero también cuales son mis sombras… cuáles son mis fortalezas, pero también cuáles son mis debilidades… cuáles son mis mayores certezas, pero también cuáles son mis principales temores.
Este poema “Escribir para existir” es también una forma de confesar que estoy obsesionada con la trascendencia, que me asusta no dejar huellas evidentes y visibles de mi paso por este mundo. Que temo la posibilidad de ser ligera y pasajera como el viento.
Me gustaría irme de este mundo dejando atrás evidencia de que estuve realmente viva mientras viví. Y me permito ser redundante, pues lo que persigo es tener una existencia plena, repleta, inundada de emociones, pasiones, sueños que perseguir, motivos para sonreír, pero también motivos para llorar, aunque, claro, en menos cantidad de ser posible.
Quiero sentir, vibrar, disfrutar, temblar, palidecer, degustar, enrojecer, palidecer, recitar, cantar, saborear, quebrarme, doblarme, enmudecer, angustiarme, alegrarme y entristecerme… necesito ser y estar a plenitud todo el tiempo que me toque ser y estar…
Con el tiempo, he descubierto que el lugar en dónde más soy y estoy es en las palabras que construyo y que me construyen, el lugar donde más soy y estoy es en los versos que escribo para mi misma, pero también en los versos que me atrevo a compartir con mis lectores.
Espero que mientras dure esta aventura que es compartir con ustedes una columna regular en Diario Judío, me permitan conectar con sus almas, con sus psiques, con su emocionalidad, con su lado más vulnerable y humano… pues si lo logro, será evidente para mí y también para ustedes, que debo escribir para poder existir.
Gracias por leerme, gracias por dejarme entrar…
¡Nos vemos en dos semanas!