Para los judíos estadounidenses, la luna de miel ha terminado

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Durante las últimas décadas, la comunidad judía de Estados Unidos ha vivido una especie de luna de miel.

Los judíos han sido parte de los Estados Unidos desde la Guerra de Independencia de 1776, cuando aproximadamente 2000 judíos vivían en el país. La inmigración judía a EEUU comenzó a principios del siglo XIX, principalmente hacia el sur a ciudades como Charleston y Savannah, y se expandió durante el siglo XIX a Nueva York y otros lugares de la nación. Sin embargo, la primera emigración masiva a Estados Unidos tuvo lugar durante las dos últimas décadas del siglo XIX y el primer cuarto del XX: casi tres millones de judíos europeos llegaron al país durante este período. Había mucha discriminación, y aún se desconocía el futuro de los judíos en esta nación.

Luego vino el establecimiento del Estado judío de Israel en nuestra patria ancestral, seguido de victorias militares enormes y milagrosas para el naciente Estado judío, que impulsaron el orgullo y la identidad judía en todo el mundo. Poco a poco, la comunidad judía de Estados Unidos encontró su lugar, en parte como resultado de cambios en la legislación y también por los cambios en el panorama sociológico. En cierto modo, siempre hemos sido parte del tejido de la vida estadounidense.


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El ataque terrorista contra la sinagoga “Árbol de la Vida” de Pittsburgh en 2018, el acto antisemita más mortífero en la historia de Estados Unidos, marcó un antes y un después para el judaísmo en ese país
(Foto: El Mundo – Madrid)

Desafortunadamente, también permitimos que esa época nos ablandara como pueblo. Bajamos la guardia colectiva. Comenzamos a intelectualizar nuestra identidad en un intento infructuoso de encajar.

Desde la comodidad de nuestros hogares de estilo estadounidense, pasamos las últimas décadas perdiendo nuestra conexión con nuestras raíces, nuestra historia judía, nuestro pueblo, nuestra religión, nuestra tierra y nuestra identidad. Muchos simplemente han olvidado quiénes son. Pero por si sirve de algo, siempre podemos contar con los antisemitas para recordárnoslo, a aquellos de nosotros que necesitamos que nos lo recuerden. Mientras los antisemitas lo dicen con desdén, yo lo digo con orgullo: no importa cuán exitoso, cuán conectado, cuán americanizado creas que eres, siempre eres judío.

Durante la última década hemos visto aparecer el antisemitismo en lugares que nunca esperábamos. En campus universitarios, lugares de culto, legislaturas estatales, ayuntamientos, el Congreso; en mítines de derecha, mítines de izquierda, mítines anti-Israel; en comunidades árabes, comunidades negras y comunidades blancas, el antisemitismo ha vuelto (si bien muchos argumentan que nunca desapareció, los números simplemente no respaldan esa afirmación).

Tratar de comprender la lógica de los antisemitas es un esfuerzo complicado y, francamente, inútil, pero una cosa está absolutamente clara para los judíos de la diáspora: la luna de miel ha terminado.

¿Qué sigue?

Debemos reconocer que ya no podemos permitirnos ser complacientes. No podemos permitirnos divisiones internas dentro de la comunidad judía. Debemos unirnos, no solo de palabra sino de hecho. Las diferencias políticas deben quedar a un lado. El hecho de que usted crea en un gobierno más robusto, lleno de programas subsidiados por el gobierno, mientras que yo creo en un gobierno pequeño que grava a la gente lo menos posible y genera incentivos para que trabaje más duro, no importa en absoluto cuando nos están disparando en la sinagoga, tanto figurativa como literalmente.

Debemos unirnos para luchar contra nuestros enemigos.

Incluso aquellos de nosotros que todavía no sentimos ninguna incomodidad debemos hacerlo, porque la historia nos enseña que los tiempos cambian, y que cuando nos volvemos complacientes nos volvemos vulnerables

Debemos luchar por la verdad, en una época en la que las opiniones parecen importar más que los hechos. Debemos luchar por nuestro lugar en esta asombrosa democracia. Pero también debemos luchar todos juntos por nuestra patria judía, el Estado de Israel, y su lugar en este mundo.

Debemos luchar para educarnos a nosotros mismos y a nuestros hijos. Debemos luchar para asegurarnos de que nuestros hijos tengan fuertes conexiones con nuestra identidad colectiva, historia, religión y condición de pueblo. Debemos luchar contra las llamadas a escondernos eliminando nuestros rasgos identificativos como judíos, como nuestras kipot. Por supuesto, debemos luchar para protegernos a nosotros mismos y a nuestras comunidades de cualquier peligro.

Debemos continuar enseñando a nuestros hijos sobre nuestras raíces, nuestra religión, nuestra historia, nuestro futuro, nuestra tierra de Israel, nuestro Estado de Israel, y cómo defenderse tanto física como intelectualmente. Incluso aquellos de nosotros que todavía no sentimos ninguna incomodidad debemos hacerlo, porque la historia nos enseña que los tiempos cambian, y que cuando nos volvemos complacientes nos volvemos vulnerables.

También debemos recordar que una de las razones por las que el pueblo judío ha sobrevivido y prosperado, a pesar de generación tras generación de antisemitismo, calumnias, expulsiones, pogromos e incluso el Holocausto, es que al final del día nos unimos, volvemos a nuestras raíces, nuestra religión, nuestras tradiciones y nuestra hermandad, y juntos perseveramos. Sin embargo, esta respuesta no ocurre por sí sola. Requiere compromiso y un verdadero cambio de paradigma en la comunidad judía. Lo hemos hecho antes. Podemos y lo haremos de nuevo.

Como dijo Natan Sharansky, “No hay poder en el mundo que pueda oponerse a nosotros cuando nos sentimos parte de nuestra historia, parte de nuestra gente y parte de esta lucha histórica”.

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