Paradashâ

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Un pescador de Amristar, que retejía sus redes cerca del río, se vio asaltado de pronto por el sonido de una palabra extraña, una palabra tan insistente que le picaba en la garganta y le hacía estornudar sin motivo, una palabra cuyas cuatro sílabas no había oído nunca. Preguntó a las gentes de su pueblo si la conocían y  sabían  qué lengua era aquella que de pronto soltaba una palabra al azar, la enviaba como una paloma  y la dejaba caer por sorpresa en la  boca de un pobre pescador sin familia, aturdiéndolo y mareándolo con un sonido inédito.

La palabra era paradashâ.

-Seguro que en Mathura o en Agra te dan razón de ella-le decían.


-A lo mejor en Benarés hay alguien cuya sabiduría la descifra-le explicaban.

Pero también había quien se reía en su cara explicándole que ninguna palabra, así sea la más bella, merece nuestra obsesión. Ni siquiera un nombre propio amado tiene el hábito de acechar con tanta insistencia la mente de un hombre, pues  si acaso lo hace bien pronto lo licúan las lágrimas o lo absorbe el recuerdo. Es identificado y en la identificación desaparece o migra a otra parte. Pero que la sombra y la luz de una palabra lo persigan a uno durante días, brote de los labios una y otra vez y confunda la propia vida con otras, lejanas o futuras, es un hecho perturbador para cualquiera. Mucho más para un pobre pescador de Amristar.

La palabra era paradashâ.

-Si fuera una orden debería ser más clara-le decían.

-Y si fuera un mensaje del más allá, por ejemplo del alma de alguno de los pescados que has vendido, hubieses percibido también su olor a agua y su aspereza de escama-le explicaban.

-Si fuera una oración para rezar te hubiese llegado con música-le insistían.

Tan invadido se sentía el pescador por esa palabra que decidió dejarlo todo y viajar en busca de alguien que se la descifrase. Se despidió de sus amigos y conocidos y atravesó mercados de alfombras del color de la púrpura, surcos recién arados, valles polvorientos,  montañas nevadas, caseríos de uno o muchos fuegos; pasó junto a pastores dormidos en medio de sus rebaños y cuando se sentía cansado hacía un alto en el camino y pensaba qué vano era seguir el eco de una palabra, qué estúpido era su propósito, pero entonces la palabra lo volvía a asaltar y le acariciaba los lóbulos de las orejas con voz de mujer, con voz de agua fresca, con voz de flor de manzana, con voz de bulbul, estremeciendo todo su ser con los invisibles dedos de un amor remoto y, al mismo tiempo, presente.

Entonces se ponía en pie y se decía que había que continuar la marcha, hacer caso omiso del calor, las moscas, el frío de las noches, la poca o ninguna simpatía de los hombres y las mujeres con las que se encontraba. Que nadie le negara un plato de avena o un hueso para roer, interpretó, era una buena señal.

¿Qué querría decir aquella palabra, paradashâ?

En Benarés, cerca de las hogueras en las que se cremaban cadáveres, vio a un viejo con ojos sonrientes y turbante verde. Carecía de dientes y leía un libro de oraciones. El pescador había reservado unas monedas para pagar la información y agradecer la ayuda.

-Voy detrás de una palabra-le dijo al viejo de turbante verde-, una palabra que me perturba y no me deja en paz. Paradashâ.

El anciano cerró el libro, levantó su flaca mano para protegerse del sol, miró al viajero y le dijo:

-Vuelve a casa.

-¿Es eso lo que significa, ´´vuelve a casa´´? ¿Es eso lo que he estado oyendo desde hace meses una y otra vez?

-Todo el mundo sabe partir-dijo el viejo de turbante verde-, volver muy pocos. Todo el mundo mira con los ojos, sólo alguno que otro con la nuca.

El pescador se desplomó junto al viejo y apretó las mandíbulas. Sentía rabia, dolor, miedo, angustia, desesperación. Su sangre era una única ola fría.

Paradashâ quiere decir el lugar más elevado. Si estás en el agua, la tierra, si estás en la tierra una montaña, si estás en la montaña su cumbre, si estás en la cumbre una nube. Eso, paradashâ o el paraíso es una nube éxtasis de la que procedemos y hacia la que vamos.

-¿La has visto tú?-preguntó el pescador.

-Mira mis ojos-dijo el anciano, señalándole las cataratas que dificultaban su visión-la nube siempre está allí.

Cuando regresó a su casa, el pescador sintió que amaba cada uno de sus detalles.

 

Mario Satz: Revelaciones

Acerca de Mario Satz

Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Cábala y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Cábala con su profesión de escritor.Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.Publicó su primer libro de poemas, Los cuatro elementos, en la década de los sesenta, obra a la que siguieron Las frutas (1970), Los peces, los pájaros, las flores (1975), Canon de polen (1976) y Sámaras (1981).En 1976 inició la publicación de Planetarium, serie de novelas que por el momento consta de cinco volúmenes: Sol, Luna, Tierra, Marte y Mercurio, intento de obra cosmológica que, a la manera de La divina comedia, capture el espíritu de nuestra época en un vasto friso poético.Sus ensayos más conocidos son El arte de la naturaleza, Umbría lumbre y El ábaco de las especies. Su último libro, Azahar, es una novela-ensayo acerca de la Granada del siglo XIV.Escritor especializado en temas de medio ambiente, ecología y antropología cultural, ofrece artículos en español para revistas y periódicos en España, Sudamérica y América del Norte.Colaborador de DiarioJudio, Integral, Cuerpomente, Más allá y El faro de Vigo, busca ampliar su red de trabajos profesionales. Autor de una veintena de libros e interesado en kábala y religiones comparadas.