Cuando aparece un enemigo común es frecuente que adversarios con largas historias de confrontación, suavicen sus posturas en función de la imprescindible necesidad de resolver el desafío más inmediato que amenaza a ambos. Eso ha sido al parecer lo que ha venido ocurriendo en las últimas semanas, cuando las dirigencias políticas en Israel y Gaza luchan por evitar la propagación de los contagios por coronavirus. La vecindad geográfica y los inevitables contactos entre ellos, además de la crisis humanitaria que sobrevendría para la población de Gaza en caso de la no contención de la epidemia, tuvieron el efecto de detener, momentáneamente al menos, la violencia que usualmente prevalece como escenario permanente en esa zona.
No cabe duda que eso ha sido lo que ha movido a Yahya Sinwar, líder del Hamas, a expresar disposición a negociar un intercambio de prisioneros con Israel, luego de una discreta mediación de rusos y egipcios, quienes vieron en esta coyuntura la oportunidad de echar a andar un tema que tenía ya cinco años congelado. La declaración de Sinwar el 3 de abril, se refirió a su voluntad de realizar concesiones parciales a Israel –léase la devolución dos civiles, y de dos soldados prisioneros, vivos según el Hamas, muertos según Israel–. A cambio, Israel tendría que liberar a un importante número de presos palestinos, sobre todo los enfermos, los ancianos y las mujeres, muchos de ellos liberados anteriormente como contraparte de la liberación del soldado israelí Gilad Shalit en 2011, pero vueltos a encarcelar posteriormente.
Cuatro días después, el 7 de abril, la respuesta del premier israelí Netanyahu fue positiva. Encargó a los organismos nacionales responsables de tratar los asuntos de sus ciudadanos cautivos y desaparecidos, el establecer los mecanismos de diálogo y mediación necesarios para ese propósito. Al parecer, la prioritaria atención puesta en la emergencia sanitaria, está promoviendo una atmósfera más propicia a atenuar los niveles de hostilidad mutua en función de la amenaza de una inminente crisis humanitaria en la región a causa del coronavirus.
En este contexto, donde ni a israelíes ni a palestinos les conviene que la epidemia se desboque y quede fuera de control, la cooperación y la coordinación en cuanto a medidas y esfuerzos, se han impuesto por encima de las rencillas y desacuerdos políticos.
El gobierno de la Autoridad Nacional Palestina que rige en Cisjordania se ha convertido en un interlocutor cotidiano con su contraparte israelí a fin de ejercer vigilancia epidemiológica sobre los cruces de población entre un territorio y el otro. De igual manera, la prensa israelí reportó en días pasados que Israel entregó a Gaza un equipo de detección de coronavirus, y que varias decenas de médicos y personal de enfermería de la Franja de Gaza, fueron recibidos en Israel, en el Barzilai Medical Center de la ciudad de Ashkelon cercana a Gaza, para recibir adiestramiento en el manejo de los pacientes con coronavirus.
Esta cooperación, nacida primordialmente de la necesidad de salir delante en esta crisis, refleja, por encima de todo, una actitud sabiamente pragmática. No hay duda de que tienen más oportunidades de superar el reto que actualmente agobia al mundo entero las naciones cuyos gobiernos son capaces de cerrar filas, de unir en la lucha contra la infección y los desastres económicos que se avecinan tanto a los aliados como a los adversarios. No es casual que varios de los protagonistas de conflictos armados en curso en el planeta antes del COVID-19, hayan aceptado una tregua temporal. Ojalá a nuestro gobierno le cayera el veinte de que ese es el mejor camino para superar o al menos paliar la catástrofe que se avecina. Como decía Eclesiastés, hay un tiempo para todo, y es evidente que éste no es tiempo para amarrar navajas, sino para conciliar y cooperar en la inmensa tarea de hacer que esta crisis sea lo menos dolorosa posible en todos los aspectos.
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