Paz en la Tierra…

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“A los hombres de buena voluntad”.
Gran frase pero sutil ironía del género humano

El hombre en compensación a su “racionalidad”, ha encontrado una forma eficaz para destruir y exterminar a sus semejantes.

Permítaseme una comparación:


Algunos animales, tan irracionales como se les supone, defienden hasta el último hálito que les queda de vida a la compañera y sus cachorrillos; en cambio, el hombre para satisfacción de su egoísmo, por pueril que sea su motivo, es capaz en ocasiones, hasta de matar a los suyos. ¿No es ésta una clara muestra de nuestro amor e inteligencia?

La meta de este afán fue alcanzada durante la Segunda Guerra Mundial. Auschwitz, Dachau, Buchenwald, Ravénsbruck, Bergen-Belsen, etc., fueron el escenario de esta gran tragedia humana en la cual se revela al mundo una de las más terribles y gigantescas exterminaciones del género humano a través de la historia, desde el tiempo de los Césares hasta nuestros días.

Han pasado mucho años ya desde la caída del Tercer Reich, pero en el recinto formado por las cercas de púas electrificadas, en las barracas para los prisioneros, en las fábricas subterráneas, en las salas de experimentos “médicos”, en las cámaras de gas, en todos estos lugares, no ha podido desaparecer todavía el hedor de la sangre de millones de mártires que antes de encontrar la muerte, fueron arrastrados por la ciénaga, para satisfacción de la sed de sangre de sus congéneres.

Pero concentremos nuestra atención sobre los hechos y acciones que se produjeron en estos lugares “malditos”.

Esto es, no para producir en nuestros lectores un odio en contra de ciertos criminales de guerra que aún gozan en la actualidad de una libertad absoluta, sino simplemente hacer un poco de memoria y recordar esta pesadilla. Como en este mes de abril de 2008 se conmemora el LXIII Aniversario de la liberación de los Campos de Concentración y como el mundo está olvidando lo sucedido ya que tiene una memoria muy exigua, nos sentimos con el deber de rebelarnos y gritar:

“No se olvide jamás”

Este infierno comenzó con el envío de miles de seres humanos en furgones, en los cuales aunque normalmente cabían de 30 a 40 personas como máximo, eran apilados en ellos de cien a ciento cincuenta personas y duraban allí sin ningún alimento ni agua, de ocho a diez días, lo que producía la muerte de muchos de ellos por asfixia o inanición.

Al llegar a la estación de los Campos, los sobrevivientes de este macabro convoy eran conducidos bajo la amenaza de golpes y vejaciones, así como de los mordiscos de los perros, hacia las barracas que antes fueron ocupadas por sus infortunados predecesores.

Inmediatamente después eran desnudados y sus guiñapos y pocos objetos que todavía poseían, eran confiscados por las “aves de rapiña” que los recibían; los enfermos eran separados del grupo y conducidos hacia afuera en donde la crepitación de las ametralladoras daban fin a su sufrimiento; después sus compañeros los llevaban sobre sus hombros hacia los hornos crematorios; algunos todavía vivos.

Al día siguiente, los prisioneros restantes eran agrupados, seleccionados y llevados en grupos a los lugares de trabajos forzados, donde muy pocos fueron los que sobrevivieron.

Así podríamos continuar relatando hechos que pueden contarse por millares; pero no deseamos hacer esto más triste de lo que ya fue.

Sólo queremos rendir una vez más, como cada año, homenaje a nuestros mártires, sin ninguna distinción y repetir una vez más:

“No se olvide jamás”

Acerca de Marcel Lotwin

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