Lo que ocurre en Somalia podría ser excelente material para obras de ciencia ficción o de tinte groucho-marxiano si no fuera porque constituye una trágica aberración que golpea con crueldad a millones de seres humanos. Y es que en medio de la vorágine de conflictos tribales prevaleciente en este fragmentado país árabe africano -que ha captado la atención esporádicamente en razón de sus piratas que secuestran navíos internacionales-suceden cosas increíbles. La más reciente fue que el movimiento islamista Al-Shabaab y el partido Hizbul Islam, dominantes en diversas regiones del país, prohibieron de manera enérgica que la gente viera las transmisiones por televisión de los juegos del Mundial de futbol bajo el argumento de ser una pérdida de tiempo y, además, una práctica antiislámica. Cerca de la capital, Mogadiscio, un grupo fue sorprendido presenciando un partido en secreto, y la consecuencia fue que dos de los espectadores fueron ejecutados y el resto paró en prisión.
Pero eso no es todo. Hace unos días un oficial del mismo Hizbul Islam convocó a una conferencia de prensa, especialmente para anunciar nuevas disposiciones para los hombres del país: éstos tienen 30 días para dejarse crecer la barba y cortarse los bigotes, y, de no hacerlo así, enfrentarán castigos severos impuestos por la autoridad. Textualmente el Sheik Mohamad Farah, gobernador de la capital somalí, expresó: “No permitiremos el crecimiento simultáneo de barbas y bigotes, y no permitiremos el afeitado de ambos; los hombres deben dejar crecer su barba y cortarse los bigotes”. Estas órdenes, que recuerdan a las parodias de Woody Allen en la película Bananas, se suman a otras ya en vigor, como la de la reglamentación del largo de los pantalones masculinos, la obligatoriedad del yihab, o velo para las mujeres, y la prohibición a las estaciones de radio de transmitir música.
Más grave aún ha sido la prohibición de Al-Shabaab al Programa Mundial de Alimentos de la ONU de realizar su labor en Somalia, bajo la acusación de que su ayuda tiene propósitos políticos. Esto, en un país donde 40% de la población depende de esta organización para alimentarse, y cuyos índices de desnutrición infantil alcanzan 20%; un país donde según la ONU existen internamente más de 1.4 millones de personas desplazadas por las interminables guerras tribales, y 600 mil que han huido por la misma causa. En cuanto a la cifra de muertos, la mayoría de los reportes estiman que desde 1991 en que se intensificó el torbellino de las luchas sectarias, han perecido cerca de 300 mil. Es en este río revuelto donde proliferan las disposiciones absurdas y grotescas mencionadas arriba, las cuales a menudo se emiten bajo la cobertura del respeto a la religión musulmana.
Y ni qué decir acerca de cómo este escenario se parece cada vez más a lo que fue Afganistán durante el proceso de fortalecimiento del movimiento Talibán, por lo que Somalia es cada vez más el prototipo perfecto de un Estado fallido y por tanto el santuario ideal donde se refugian activistas de Al-Qaeda para desde ahí proseguir con sus proyectos.
Por desgracia, no existen esfuerzos internacionales serios para sacar a Somalia del nudo de sus aberraciones. Las grandes potencias sólo intervienen intermitentemente cuando de manera directa se afectan sus intereses. Por otra parte, a pesar de ser Somalia miembro de la Liga Árabe, es un hecho que ésta permanece paralizada y muda ante lo que ahí ocurre, prefiriendo voltear la vista hacia otro lado y dejar la responsabilidad a la Unión Africana, la cual al menos ha enviado tropas de paz para tratar de controlar la situación.
Y tal como lo expresa el periodista árabe Muhamad Diyab, ante la gravedad de lo que ocurre en Somalia sería necesario que los predicadores islámicos que durante las 24 horas del día predican sermones difundidos ampliamente por satélites, salgan a condenar las aberrantes disposiciones y conductas somalíes, siendo que éstas son profundamente inhumanas y además falsean y avergüenzan al propio islam.
Fuente:Excélsior
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