Pablo Piccaso fue un genio porque no era un artista, sino un vidente, un analista, un gran detallista y perfeccionista de las luces y las sombras, las perspectivas y las matemáticas.
Se destacaba en hacer autorretratos, lo que para muchos aparentaba ser una señal del alto ego.
Lo que hay que entender es que pocos como él, “nos animamos” a conducir en el sentido correcto que para la mayoría es el opuesto. Él dibujaba cómo lo veían de loco los demás y no cómo se veía él a sí mismo. Es por eso que no era un ego, sino una demostración de “me importa poco” lo que digan los demás. Era una inspiración.
Además, mientras más autorretratos elaboraba, más se estudiaba a sí mismo y sin penas mostraba sus propias fallas y locuras tratando de mejorar.
Personalmente su pintura nunca me gustó que digamos mucho. Prefiero a un Velasquez que a un Picasso que pensaba “imitarlo de forma moderna”.
Basta con aproximarme a alguna de ellas para contemplar lo poco de esmero “higiénico” que inspiraba a este señor la belleza de una obra aunque en sus comienzos fuesen agradables para la vista y la sensibilidad de cada quien.
También, el trato que les deba a las mujeres (entre las cuáles sus compañeras e hija) demuestran el horror, el excentrisismo y el ego de este señor.