OLGA OROZCO es una poeta grande. Su nombre se debería escribir todo con mayúsculas: su voz es un grito, una ráfaga. Lo que les envío me lo acabo de encontrar. Hay que leerlo varias veces para sentir la vehemencia. Prueben en voz alta, frente al espejo. Ya sé que no hay tiempo pero dénse esta pausa. Ella es toda fuerza, dénle un espacio a su voz. Ya saben, de repente hago mis subrayados. este poema tendría que ir por completo marcado. Pero ahi, les dejo mi huellita que mañana sería distinta si lo volviera a hacer.
Duro brillo, mi boca
Olga Orozco
Como una grieta falaz en la apariencia de la roca, como un sello traidor fraguado por la malicia de la carne, esta boca que se abre inexplicable en pleno rostro es un destello apenas de mi abismo interior, una pálida muestra de sucesivas fauces al acecho de un trozo de incorporable eternidad.
Casi no se diría con los labios cerrados. Más bien sólo un error, un soplo de otra especie en la obra incompleta. Y de pronto, un desliz, un relámpago acaso, un salto de animal que descorre los bordes del paisaje sobre la sumergida inmensidad, y se enciende el peligro y estalla la amenaza. Un lugar de barbarie bajo el fulgor lunar.
Dientes como blancura tenebrosa, verdugos alineados en feroces fronteras al filo de la luz, amuletos de viva hechicería erigidos en piedras para la inmolación; y en su sitial el monstruo palpitante, el ídolo cautivo, la leviatán de felpa, esta oficiante anfibia debatiéndose a ciegas desde su raigambre hasta las nervaduras de su propio sabor, de mi dulzona insipidez.
¿Quién hablaba de bocas celestiales para la eucaristía, para el trasvasamiento con los ángeles?
Me adhiero por mi boca a las posibles venas del planeta, extraigo la sustancia de mi vida y mi noche en las arterias de la perduración, y sólo paladeo brebajes y alimentos adulterados por el latido contagioso de la muerte.
¡Ah, me repugna esta voracidad vampira de inocencias, esta sobrevivencia siempre colmada y siempre insatisfecha bajo la mordedura de los tiempos!
¡Y esta risa, con retazos de huesos que iluminan la exhumación a medias de mi cara final! ¡Tanto exceso en la fatua, innoble alegoría!
¡Y tanta ambivalencia en esta boca, bajo el siglo de la carencia y la embriaguez, bajo los dobles nudos ceñidos por el amor y el aislamiento!
¿Aquí no empieza acaso ese maelstrom ardiente que arrebata los cuerpos y trueca los alientos y aspira el corazón de cada uno hasta el fondo del otro corazón, y que a veces devuelve sólo un grano de sal, un jirón de intemperie en medio del invierno?
Y un poco más acá de lo visible, debajo de esta lengua que celebra el silencio y escarba en la prohibida oscuridad, ¿no comienzan también las canteras del verbo, las roncas fundiciones de la poesía, el acceso a las altas transparencias que hacen palidecer la pregunta y la respuesta?
Duro brillo, este oráculo mudo.
PRECIOSO POEMA OLGA, GRACIAS POR EDITARLO.
ESTHER KERSHENOVICH
Maravilloso tu recuerdo a “una gran poeta”, sí, le corresponde el elogio. Es un placer (aunque a veces duela) volver a leer una y otra vez sus poemas. Este es especialmente fuerte, tan vital que … tenés razón, hay que leerlo en voz alta, ¡gracias por el consejo!
Imágenes que sobrecogen, siempre.
Cariños, gracias por el poema y tu comentario, Cecilia