Por qué la valla de Bibi no es el muro de Trump

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Los críticos izquierdistas de Israel tuvieron un día grande la semana pasada cuando el primer ministro Netanyahu anunció, durante una gira por la frontera con Jordania, sus planes de “rodear todo el Estado de Israel con una valla”. El proyecto extendería las vallas ya existentes en las fronteras con Gaza y el Líbano, territorios gobernados por fuerzas hostiles, y se pretende que incluya características que impedirían la construcción de túneles como los empleados por Hamás en 2014 para facilitar operaciones de secuestro y asesinato en territorio israelí. Dada la cada vez más caótica situación regional, con los terroristas del ISIS campando a sus anchas por el Sinaí y la amenaza del Estado Islámico en una Siria donde la autoridad central ha colapsado, la medida es de puro sentido común, pero los detractores de Israel no lo ven así.

Los comentarios de Netanyahu, en los que afirmó que el Estado judío tenía que actuar paradefender a sus ciudadanos de los “predadores” de la región –expresión que ha sido mal traducida de manera generalizada como “animales salvajes”–, han sido interpretados en algunos sectores como una nueva prueba de su supuesto racismo hacia los árabes. Otros representantes de la izquierda no sólo menospreciaron la preocupación del premier por el terrorismo, sino que la compararon con la promesa del candidato presidencial norteamericano Donald Trump de construir un muro en la frontera sur de Estados Unidos y hacer que México lo pagara. Una postura que han seguido algunos partidarios de Trump, como la web conservadora Breitbart, que ha proclamado que “Netanyahu actúa a lo Trump”.

Si bien los partidarios proisraelíes de Trump están satisfechos con la comparación, su intento de vincular ambas cuestiones es tan erróneo como el de de los enemigos del Estado israelí. Entre el problema fronterizo que tiene Israel y el que afrontan los dirigentes estadounidenses hay la misma diferencia que existe entre los terroristas que cruzan la frontera israelí y los inmigrantes económicos que entran ilegalmente en Estados Unidos.


Es cierto que el principio existente tras la seguridad fronteriza estadounidense es el mismo que guía los esfuerzos israelíes de proteger su territorio. Ambos países no sólo tienen el derecho sino la obligación de defender sus fronteras. Así, aunque uno puede burlarse de las despreocupadas afirmaciones de Trump sobre construir el equivalente a la Gran Muralla china junto al Río Grande y hacer que otro país pague la cuenta, no hay nada de absurdo en que los estadounidenses quieran asegurar una frontera enormemente porosa. Que una frontera desprotegida tiene implicaciones para la seguridad nacional también resulta indiscutible, ya que el empleo habitual de los pasos ilegales por narcotraficantes y la amenaza potencial de que unos terroristas puedan hacer lo mismo es un peligro real y presente. Los líderes israelíes también quieren frenar, hasta donde les sea posible, el flujo de inmigrantes económicos que les llega de África, como los latinoamericanos que quieren entrar en Estados Unidos.

Pero ahí acaban las comparaciones.

Por mucho que la inmigración ilegal sea un problema grave que debe abordarse, México es una nación amiga, y el motivo por el que tanta gente de allí quiere entrar sin permiso en Estados Unidos es que quiere aprovechar las oportunidades económicas que hay aquí, no asesinar a norteamericanos. Los comentarios de Trump de que los mexicanos que atraviesan la frontera son en su mayoría narcotraficantes y violadores son tan falsas como ofensivas.

Pero cuando Netanyahu habló de los predadores que acechan al otro lado de las fronteras de Israel no estaba haciendo un juicio de valor sobre árabes y musulmanes; se limitaba a señalar el hecho innegable de que fuerzas terroristas a gran escala pretenden entrar en territorio israelí, matar a sus gentes, desmantelar su Estado y sustituirlo por otro Estado islámico como el que actualmente existe en Gaza.

Algo que olvidan los críticos estadounidenses antiisraelíes es que últimamente Netanyahu ha sido criticado de manera enérgica por la oposición de izquierdas en su país por permanecer pasivo ante las crecientes amenazas terroristas. Los habitantes de la zona próxima a la frontera sur de Israel dicen que pueden oír cómo Hamás excava túneles bajo la valla con Gaza, y la Unión Sionista, de centroizquierda, se ha quejado de que el premier no hace nada al respecto. Pese a que ulteriores informaciones apuntan a la posibilidad de que Israel haya intervenido en el reciente derrumbamiento de varios túneles de Gaza, las críticas han dado en el blanco, y las declaraciones de Netanyahu tienen como finalidad convencer a los israelíes de que no deben temer que su Gobierno se esté limitando a esperar de brazos cruzados a que los vuelvan a atacar.

La valla de seguridad israelí en la Margen Occidental es criticada duramente por la izquierda, que la considera un “muro segregacionista”, pero con ello demuestra no entender que no fue construida con la intención de separar al Estado judío del mundo, sino para dificultar que los terroristas suicidas palestinos siembren el caos en las calles, autobuses y restaurantes del país. Lo mismo sucede con la idea de Netanyahu de vallar el país.

El primer ministro israelí sigue siendo duramente criticado por gurús progresistas como Thomas Friedman, del New York Times, por contribuir a acabar con la solución de dos Estados, aunque las esperanzas de que algo así llegara a conseguirse nunca fueron realistas. Mientras ni siquiera los palestinos moderados puedan llegar a reconocer la legitimidad del Estado de Israel, independientemente de sus fronteras, las filípicas de Friedman sobre los dos Estados carecerán de sentido. Pero las vallas que los israelíes siempre han querido construir alrededor de su Estado pretenden sentar las bases para la paz, no evitarla.

Como escribió el pensador y líder sionista Zeev Jabotinsky en los años 20, lo que necesitaban los judíos era un muro de hierro en torno a la patria judía que estaban reconstruyendo. Era necesario porque sólo después de que los mundos árabe y musulmán llegaran a convencerse de que los sionistas no podían ser destruidos aceptarían la oportunidad de la paz. Esa idea se ha visto parcialmente refrendada cuando naciones árabes, como Egipto y Jordania, han abandonado la guerra contra los judíos al darse cuenta de que semejante iniciativa resultaba fútil. No harán falta más vallas cuando los palestinos lleguen a una conclusión similar y estén dispuestos a aceptar las ofertas de paz que los dirigentes israelíes les han hecho en los últimos 15 años, y que les habrían dado la independencia que afirman ansiar.

Pero por mucho que los israelíes anhelen cumplir esa visión, sólo un tonto creería que los fanáticos islamistas de Hamás y Hezbolá, o sus patronos iraníes, están dispuestos a renunciar a su plan de destrucción del Estado judío. Eso mismo ocurre con los asesinos del ISIS. Mientras esas fuerzas sigan en activo e incluso sean aceptadas como socias por Estados Unidos, Israel necesitará vallas y un fuerte Ejército tras ellas.

Estados Unidos tiene sus propios problemas de seguridad, aunque, gracias a la geografía, unos anchos océanos han facilitado la defensa del país, lo mismo que unas fronteras con países amigos, Canadá y México, que no precisan ser defendidas. El territorio estadounidense se defiende mejor en el extranjero no dejando que los terroristas se acerquen más. Eso no significa que la frontera no deba ser vigilada o que no haya que censurar la violación del imperio de la ley patente en las iniciativas del presidente Obama de conceder amnistía a los ilegales.

Pero cualquier intento de comparar a Trump con Netanyahu se viene abajo cuando miramos lo que pretenden y los problemas que buscan resolver. Puede que ambos países necesiten vallas, pero los fines y motivos de esas iniciativas son muy distintos, y los estadounidenses deberían dar gracias al cielo porque, por muy justificados que sean sus temores respecto a sus fronteras, ni se acercan a los miedos que deben afrontar los israelíes.

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