El autor es presidente del Consejo Ciudadano de la Ciudad de México .
Por si nos faltara algo en el inicio del año, nuestro principal socio comercial, y la economía más poderosa del continente, entró en una crisis política sin precedentes, una condición a la que, tristemente, nos estamos acostumbrando desde al aciago 2020 que acaba de terminar.
Estos ‘nunca’ que todos los días observamos, hicieron volar por los aires los pronósticos de estabilidad mientras se alcanza la meta de vacunación que podría darle estabilidad a una economía mundial bajo una extraordinaria presión para demostrarnos que, en la lógica del poder, no hay pandemia que cuente.
Pero esta ausencia de voluntad y de compromiso para tomar decisiones correctas puede ser contagiosa y alterar otros frágiles equilibrios en la región y en un mundo globalizado, como no había estado en la historia de la humanidad. Si nuestros líderes no entienden esto (parece que no, por lo visto) la recuperación económica no solo está lejos, sino que tendrá resultados muy distintos a los que esperamos.
Es aquí donde el papel de los empresarios no puede ser solo el cálculo, cuando no la especulación; esta ha sido una crisis provocada por una emergencia de salud, es decir, tuvimos que asumirla en aras de seguir vivos, lo que significa que no es una situación de quiebra económica como en otros momentos del pasado. Actuar para fortalecer la economía, las instituciones y los mensajes de unidad hacia sociedades disgustadas es un requisito para no caer en un abismo financiero mayor, ahí sí estar ante la siguiente debacle de las economías internacionales.
Olvidemos por un momento indicadores, pronósticos y metas de desempeño, de lo que hablamos ahora es de contar con mercados, condiciones de inversión y ecosistemas para apostar en proyectos sólidos que generen prosperidad. Lo otro que ocurre es la guerra política exacerbada por vacíos de autoridad moral en los que se ha perdido absolutamente la confianza en quienes están encargados de tomar las decisiones públicas en muchos países.
Ejemplos los conocemos todos, sin embargo, para lo que nos ocupa, que es México, debemos participar de otra manera y organizarnos para defender la institucionalidad pública y privada como espacios únicos para generar avances en lo económico y social. Ponernos de acuerdo en lo importante, así de sencillo y así de complejo a veces.
No podemos esperar, como le sucedió a nuestro vecino, activar las alarmas cuando el daño ya estaba hecho, simplemente porque no tenían la prevención de que este escenario de inestabilidad podía presentarse. La realidad es que esta fallida revuelta estaba anunciada desde hace años, pero era tan improbable, que las instituciones nunca se prepararon para ella.
Que las cosas no se piensen, no quiere decir que no ocurran o, peor aún, que alguien más no esté pensando en ellas. De acuerdo con reportes de la prensa estadounidense, la entrada por la fuerza a su Capitolio fue organizada en redes sociales y en conversaciones por mensaje directo, los mismos canales que usamos a diario para un sinfín de motivos de comunicación.
La imagen de un país pendiente de ese tipo de movimientos radicales, que contaba con instituciones preparadas como ninguna otra nación en el mundo para enfrentarlas antes de que hicieran daño, se desmanteló apenas a seis días de un año que considerábamos que no podía ser peor que el de la pandemia.
Bueno, ese era otro pronóstico mal calculado, porque nuestra historia, y la Ley de Murphy, son claras: si algo puede empeorar, es muy probable que lo haga. Sin esa referencia de país, tenemos dos caminos en México, perder la brújula o establecer un rumbo sólido nosotros mismos para que los daños económicos, ocasionados por los intereses políticos, no sean la marca que nos deje 2021.
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