Purim: La victoria que la providencia concedió a los judíos

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Las fiestas en Israel tenían, desde la antigüedad, un propósito bien definido. Establecidas por el Dios que les había librado de la esclavitud en Egipto, habían de servir para recordar al pueblo aquella gran liberación, a quién se la debían y el carácter de la misma. Aquellas fiestas planificadas en el desierto antes del establecimiento de la nación eran como un rosario de cuentas que iban desde Pascua hasta Sucot, cada una con su significado y enseñanza específicos. Entre las mencionadas fiestas de ese calendario litúrgico levítico no figuraba Purim. Y es que el origen de esta fiesta responde a una situación histórica que todavía no se había dado.

Después que Israel, aquel pueblo nómada de ex-esclavos se asentara en la tierra y que pasaran siglos, Dios se enojó seriamente con este pueblo que se obstinaba en coquetear con otros dioses -por cierto falsos- que no fueron los que le habían dado la libertad. Y así fue que fueron invadidos por Babilonia y llevados a cautividad. Tras un tiempo de reprobación, y bajo el decreto de Ciro, muchos pudieron volver del exilio y reconstruir Jerusalén y su templo, pero otros quedaron en la diáspora.

Reinaba en Persia Asuero, un descendiente de Ciro. Organizó una fiesta palaciega durante la cual recibió un desplante de su esposa, la reina Vasti. Esto le movió a destituirla y a poner en marcha un proceso por el que escoger a otra, de belleza reconocida, que pudiera compartir el trono con él en forma adecuada. Así fue como Ester llegó a ser esposa del rey Asuero.


Ester (Hadasa) era una joven judía huérfana que vivía en Persia al cuidado de Mardoqueo su pariente. Este era un judío que no se escondía de serlo, aun si el clima social en Persia no era muy favorable a este pueblo. Pero he aquí que en cierta ocasión llegó a rendir un servicio al rey dando aviso de una conspiración que se estaba tramando en su contra.

En contraposición estaba Amán, primer ministro de Asuero. Era éste un hombre ambicioso y falto de escrúpulos que vio una posibilidad de escalar posiciones a costa de los judíos. “Majestad vino a decir al rey-, en este país hay un pueblo cuyas costumbres y leyes son distintas a las de Persia y que no respeta los decretos del rey: los judíos. Si a tí te place y me concedes permiso, yo haré que sean destruidos y sus posesiones pasarán a engrosar tu hacienda. Solamente dame autorización para organizarlo.” Y preparó el edicto por el cual, en una fecha determinada, en todos los territorios del imperio se procediera a matar a los judíos. Esto produjo gran conmoción, mientras el rey y su ministro celebraban bebiendo.

Poco le duraría la felicidad a Amán, pues el rey, en una noche de insomnio, se puso a leer las crónicas de su reinado y cayó en la cuenta de la ayuda que en cierta ocasión había recibido de Mardoqueo. Creyó conveniente reconocérselo. Así que consultó con su ministro qué premio se podría conceder a alguien a quien el rey quisiera honrar. Pensando que el afortunado era él mismo, Amán insinuó un acto público acompañado de toda la pompa posible. “Hazlo, pues así al judío Mardoqueo”. Su horizonte empezaba a nublarse.

Entretanto Mardoqueo puso al corriente a Ester de la situación que afectaba a su pueblo. Le conminó a presentarse ante el rey para interceder a favor de los judíos. Para ello Ester organizó un banquete para el rey, al que invitó también a Amán. Y lo hizo dos veces. Tras el segundo banquete la reina explicó al rey cual era la situación de peligro en que Amán había puesto a su pueblo. Aquello significó la caída en desgracia de Amán y su muerte en la misma horca que él había preparado para colgar a Mardoqueo. A continuación se publicó otro edicto por el que los judíos podrían organizar su defensa contra los ataques que recibieran. Lo que podría haber sido una tragedia se tornó en una victoria, y su celebración es el origen de la fiesta de Purim: la victoria que la providencia concedió a los judíos.

En un momento de esta historia, y cuando Amán contaba su frustración por tener que honrar públicamente a Mardoqueo, con mucha perspicacia Zeres, su mujer, le dijo: “Si de la descendencia de los judíos es ese Mardoqueo delante de quien has comenzado a caer, no lo vencerás, sino que caerás por cierto delante de él”. Y es que, como dijera el profeta Zacarías: “El que os toca, toca a la niña de sus ojos”.

Fuera cuando fuera escrita la historia de Ester, la verdad es que desde entonces hasta nuestros tiempos no ha habido muchos períodos de paz y tranquilidad para los judíos. Incluso en algún momento de la historia pudo parecer que tal pueblo desapareció definitivamente, al menos como nación, como ha sucedido con tantos otros en el mundo. Y si a nivel personal parece que las palabras de Zeres no se han cumplido en muchos judíos que han sufrido persecución y muerte violenta, lo cierto es que como pueblo sigue estando en pie.

No en vano, creo, sigue vigente el compromiso de quien había liberado a su pueblo de Egipto: “Si guardareis mi pacto, seréis mi especial tesoro”. Alguien está al cuidado de Israel. Quizá sea esto lo más importante de recordar en esta fiesta de Purim, sin olvidar la primera parte del compromiso.

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