¡Qué extraño es extrañar!

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En casi todas las culturas, ya sean religiosas o sociales, existe la idea del fin del mundo. Muchos creen afirmar que el fin ya pasó, que este mundo es uno de los tantos más que están existiendo en paralelo a otros. Otros afirman que siempre existió uno solo al mismo tiempo, que se va acabando con el paso del tiempo, se destruye y nace uno nuevo, que es en el que estamos y conocemos con los límites de nuestro alcance.
En lo que todos coinciden es que el mundo es una entidad pasajera. Por lo tanto, si el mundo es efímero, todo lo que hay en él ha de tener la misma condición, pues sería casi imposible que todo acabe y solamente quede alguna que otra cosa. Aunque también es discutible esa teoría en algunos pensadores que creen que en cada nuevo mundo quedan partículas del anterior.

Y si todo tiene un final por estar dentro de un lugar que se acaba por completo, lo mismo sucede con las cosas, las ideas, los pensamientos, los sentimientos, lo tangible y lo intangible en general. Podemos afirmar entonces que la palabra eterno solo existe en la imaginación o en el mundo que está más allá de este mundo. Pero esa teoría también es refutable pues, según los pensadores más profundos en el tema, si todo acaba también acaba ese mundo al cual denominamos eterno. Tal vez, así le llamamos dado que hasta ahora nadie nunca ha atestiguado ni con pruebas ni nada, saber de la existencia de un “más allá”, y por eso solemos creer algo para nuestro relax al imaginarnos que las cosas perduran. Tal vez sea una manera de consuelo para seguir amando (u odiando) a todo lo que ya no está. Tal vez creamos eso para justificar que aunque el tiempo se acabe, siempre encontraremos un momento para cobrar una deuda. Y así podemos decir muchas cosas que nunca hemos comprobado más que con la fe que, a mi modo de pensar es totalmente irracional. Alguien que tiene fe no requiere pruebas, y aunque le demuestren lo contrario no cambiará su fe. Lo mismo alguien que no cree en algo, aunque se lo demuestren no lo creerá.

Existen dos categorías de extrañar. Una es extrañar cada vez menos todo aquello que creemos imposible de volver, ya sea un lugar o una persona o un momento o lo que sea. Con el paso del tiempo, reparador de todas las cosas, vamos extrañando menos todo aquello a lo que estamos seguros que no volveremos ni volverá. La segunda manera de extrañar es algo antagónica a la primera, pues se extraña más a algo que está a nuestro alcance y por circunstancias diversas no tenemos acceso, pero la posibilidad es existente. Y yo creo que eso duele más que extrañar lo que ya no está, pues lo inalcanzable provoca más un sentimiento de nostalgia que de extrañar. Y la nostalgia, con el tiempo y la lejanía va mermando, incluso a veces desapareciendo por completo hasta el olvido.


Separarse de alguien puede ser un alivio, que, por motivos no buscados se tuvieron que separar. Eso hace que el sentimiento de extrañar sea muy fuerte, pero nada que el mismo tiempo reparador de todas las cosas, no solucione. Pues aunque así hubiera sido que, el motivo de la separación no haya sido voluntario, provocando un extrañar muy arraigado, también va mermando y a veces hasta el olvido.
Padres que son separados de sus hijos, parejas que se separan, madres malvadas que se aprovechan de la ley y de su femeneidad para “usar” a los hijos de rehenes en contra del padre, parientes que están en la cárcel, amigos o parientes que radican en otros países… Todo este tipo de separaciones es dolorosa por lo que es el extrañar en sí mismo, teniendo en la práctica la posibilidad de volver. En algunos casos, cuando ya se pasa a la imposibilidad puede ser un consuelo acompañado de dolor temporal, pasajero. Por ejemplo el divorcio o la muerte.

Cuando la posibilidad se vuelve en imposible, pasa de extrañarse a acongojarse con nostalgia, y aún así es por tiempo limitado. No quiere decir que se cae en el olvido forzosamente, sino que con el paso del tiempo es más fácil sobrellevar el peso de extrañar cuando algo es imposible de volver, y a veces sí se olvida por completo.
Es por eso que muchas veces nos arraigamos a no divorciarnos, aunque estemos separados y sufriendo, porque creemos que separados podemos volver y divorciados ya no. Lo que no tomamos en cuenta es que realmente no queremos volver y preferimos sufrir por no conocer el sentimiento de la imposibilidad que, en muchas ocasiones es reconfortante y más curable, que divorciarnos y creer que el sentimiento de extrañar será “eterno”.

Acerca de Rob Dagán

Mi nombre es Gabriel Zaed y escribo bajo el seudónimo de Rob Dagán. Mi pasión por la escritura es una consecuencia del ensordecedor barullo existente en mis pensamientos. Ellos se amainan un poco cuando son expresados en tinta, en un escrito. Más importante es expresarse que ser escuchado o leído, ya que la libertad no radica en hablar, sino en ser libre para pensar, analizar.

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