El escribidor consulta su grueso diccionario y encuentra:
Refugiado: Persona que, debido a la guerra, persecuciones políticas o el deseo de huir de un peligro, busca amparo fuera de su país.
No vayamos a los tiempos antiguos. Quedémonos con un punto de partida y señalemos los años treinta del siglo XX.
El gobierno alemán desplazó a tantos millones de personas de todos aquellos territorios que deseaba dominar, que la desbandada fue colosal. Regiones enteras de Europa se llenaron de gente que huía – o era expulsada – de esas zonas. Mis pobres judíos hermanos, padres y demás parientes, inicialmente sufrieron esas descargas de racismo y eventual expulsión. Sabemos cómo devinieron éstas en despojo y Holocausto.
En la España de Francisco Franco, el fenómeno fue serio, mas por fortuna leve en comparación. En nuestro México, los “refugiados españoles” fueron recibidos con los brazos – y la política gubernamental – abiertos.
La Historia nos indica que sólo mil trescientos judíos pudieron ingresar al país en esa calidad, peyorativa por cierto.
Las razones aducidas fueron, a la luz de nuestros días, absurdas, por decir lo menos. Pero ya vimos: esos pocos pudieron mucho. Ahí están los resultados, los vivimos en la Comunidad (que para el escribidor es una sola).
Los cambios subsecuentes, luego del final de la Segunda Guerra, con el surgimiento de nuevos regímenes y diferentes ideologías políticas en el mundo, así como las necesidades traducidas en hambre tanto de alimento como de libertad, provocaron migraciones a lo largo y ancho de este sufrido planeta, en todos sus continentes. ¿Necesita el escribidor mencionar a la U.R.S.S., a sus “satélites”, las particiones de Asia subcontinental ( Pakistán, Bengla Desh, etc), o África, sus hambrunas y deshumanización en Sudán, Namibia, Senegal) o acaso todo América Central – y algunas naciones del sur – que expulsan a su gente, queriéndolo o no?
“Rara Avis” – Palestina. Está comprobado, por más que no se quiera ver, que cuatrocientos mil árabes estaban asentados en ella durante la partición que dio como resultado el nacimiento del Estado de Israel.
De ellos, algunos, la minoría. no se movieron; se acogieron a las nuevas reglas y recibieron todo el respaldo político y cívico del gobierno israelí. Los demás se asentaron, como pudieron, en lo que el Occidente desarrollado llama “West Bank”, en Líbano, Jordania y Siria, pero sus asentamientos fueron y siguen siendo campos de refugiados, hacinamientos humanos sin servicios ni consideración de sus “anfitriones”.
La inefable O.N.U. creó la U.N.R.W.A. para ayudar a esos a quienes sus hermanos árabes no extendieron la menor ayuda y, como consecuencia, se volvió un negocio de sátrapas. La ayuda humanitaria comenzó a fluir al grado que los Estados Unidos han llegado a contribuir con 250 millones de dólares anualmente, pero ya sabemos quién la administra.
Aquellos primeros refugiados, con el paso del tiempo, se han convertido en casi tres millones de seres humanos a los que nadie quiere, pero que sirven como punta de lanza para atacar a Israel. Ningún país árabe, particularmente los anfitriones referidos, ha tenido la voluntad humanitaria o política de absorber a sus “refugiados” a lo largo de seis décadas. Han dedicado sus esfuerzos en los diversos foros mundiales a exhibir a Israel como sabemos: discriminador, racista, conquistador, etc., con otra peligrosa variable: el derecho de retorno.
Lo que no dicen es lo que sucedió con los judíos de sus países, a los cuales denigraron, robaron y expulsaron desde 1948.
Tienen sus fondos de la U.N.R.W.A. – y otras contribuciones “humanitarias”-
pero ¿Cuánto reparten y qué les dan a esos necesitados?
Ningún país miembro de la O.N.U. ha reconocido que Israel ha absorbido a millones de seres humanos de todos los orígenes y condiciones. ¿Que la mayoría fueron y son judíos? Cierto, pero…¿qué esperaban? Los suyos son árabes y “ni los pelan”.
Este escribidor agradece a D-os la experiencia de haber vivido y convivido con israelíes y árabes – y seguir haciéndolo – antes y después de las guerras provocadas por aquellos cuya intención es la de borrar del mapa a nuestra única representación política y cívica a nivel mundial.
El mundo acepta “la República Árabe de….”, pero rechaza al Estado Judío como tal. ¿De qué privilegios gozan aquéllos? ¿Por qué no podemos tener un estado denominado Judío?
Y pensar que en nuestro seno están los Friedman, Klugman, el inefable New York Times y Ha’Aretz y demás medios políticamente correctos que abogan porque Israel sea para todos, árabes, judíos y demás…
Pero volviendo al tema de refugiados: ¿Hasta cuándo se les seguirá dando esa denominación a los palestinos? ¿A cuántos? Si la Agencia de referencia fue constituida como provisional, ¿cuánto más debe durar?
La famosa Margen Occidental y el territorio de Gaza gozan hoy de un P.I.B. que ya lo quisieran muchas naciones europeas. La calidad de vida de sus habitantes es superior a la de muchos sirios, jordanos y libaneses. ¿Entonces?
Lo bueno es que los “yanquis” ya se dieron cuenta (ya era hora) y su Congreso recibió recientemente la iniciativa de restringir los fondos que proporciona su gobierno a la U.N.R.W.A., por considerarlos como arrojados a un barril sin fondo. Las restricciones adheridas a la iniciativa fueron rechazadas, pero la sustancia quedó en pie.
El escribidor pregunta, como siempre: ¿Alguna vez las Naciones Unidas crearon un fondo para ayudar a Israel a recibir a los millones de nuestros “refugiados”?
¿Cuándo fueros estas víctimas de la persecución utilizadas para atacar a alguien? ¿Alguna vez fueron compensadas por un país árabe por sus pérdidas?
No me cabe la menor duda: la O.N.U. es y seguirá siendo una rémora.
Artículos Relacionados: