Ramos y Chuayffet

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En 1934 comencé los seis años de primaria en la Escuela República del Perú, M-2-4-24 (nunca supe qué significaba tanto signo), San Jerónimo 112 bis, cuando nos hicieron memorizar el Himno Nacional, la Marsellesa en español y francés (apenas la entendíamos en español), la Internacional y un artículo tercero a la medida de la época: “La educación que imparta el Estado será socialista y tenderá a dar una idea racional y exacta del universo”. A seis cuadras por Pino Suárez, Lázaro Cárdenas iniciaba en Palacio Nacional su propio sexenio. Y a 10 por Correo Mayor, en el viejo barrio universitario, Samuel Ramos publicaba el libro que habría de iniciar el estudio filosófico del mexicano: “El Perfil del Hombre y la Cultura en México”, que “…vino a abrir un nuevo campo a la investigación y al pensamiento, que, por lo general, había sido poco explorado”, según prologó el autor su primera edición en ese mismo 1934.

La última persona a la que oí mencionar a Ramos fue Emilio Chuayffet, quien lo juzgó fuente indispensable para planear la educación en México y con justos elogios describió la obra del maestro. Al escuchar la referencia del actual secretario de Educación Pública busqué el viejo libro de Ramos para completar lo que sus páginas habían dejado en mi interior después de casi siete décadas de la primera lectura.


Me alegró la inesperada mención del señor Chuayffet, porque estoy convencido de la necesidad de fortalecer, mejorar y extender los sistemas educativos y, en los propósitos del nuevo secretario encontré coincidencias alentadoras. El libro mantiene su frescura y vigencia a pesar de los cambios experimentados por México. Dice: “La idea del libro germinó en la mente del autor por un deseo vehemente de encontrar una teoría que explicara las modalidades originales del hombre mexicano y su cultura…cuyo conocimiento me parece indispensable como punto de partida para emprender seriamente una reforma espiritual de México”.

Ramos analiza las raíces que hacen del mexicano lo que es, desde las huellas históricas, las influencias de las culturas española y francesa, el “pelado”, el citadino, el burgués mexicano, el abandono de la cultura, la cultura criolla, la educación y el sentimiento de inferioridad. Atribuye a José Vasconcelos el cambio radical en el destino de nuestra educación cuando en 1919 la hizo popular y la elemental extensiva con un sentido de justicia social que nadie hasta entonces había agitado.

En la búsqueda fallida de mi libro encontré otro junto al cual debió estar el fugitivo: “Nuestro Samuel Ramos”, editado en 1960, poco después de su muerte, con opiniones de amigos, colegas y discípulos recopilados por Adela Palacios. De Octavio Paz se toma una frase de su “Laberinto de la Soledad” (investigación del mexicano siguiendo la huella de Ramos): “Su libro continúa siendo el único punto de partida que tenemos para conocernos”.

El sentido humanístico de la obra de Ramos asoma en las argumentaciones del presidente Enrique Peña Nieto para pedir la aprobación de su plan: “Esta reforma constitucional reafirma la rectoría del Estado mexicano sobre la política educativa nacional”. El miércoles en Tijuana ofreció “…la democratización de la cultura… se trata de un derecho social de los mexicanos y el gobierno debe garantizar su materialización plena…”. Y fue más allá porque el problema de la delincuencia y el narcotráfico no tenían, en la época de Ramos, la dimensión de hoy: “Crearemos espacios para la cultura y las bellas artes, para evitar que los jóvenes sean víctimas y secuestrados por el crimen organizado.”

El texto de la iniciativa y los comentarios del presidente y el secretario reflejan una preocupación profunda por el futuro de la cultura y la educación en México que supera la anécdota de la rivalidad gobierno-sindicato, convertida por editorialistas banales en tema principal de la información. Lo fundamental se logrará mediante el procedimiento escogido: partir del pensamiento de Samuel Ramos porque según Paz: “La mayor parte de sus observaciones son todavía válidas y la idea central que lo inspira sigue siendo verdadera: el mexicano es un ser que cuando se expresa se oculta, sus palabras y gestos son siempre máscaras”.

Podría subrayar la esperanza que el proyecto transformador impulsa, reproduciendo una frase más de don Samuel, maestro de San Ildefonso: “Hasta ahora los mexicanos sólo han sabido morir; pero ya es necesario adquirir la sabiduría de la vida”.

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