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Acabo de finalizar la lectura de Volverse Palestina, de la escritora chilena Lina Meruane, es un libro corto, ameno, de fácil lectura y de difícil digestión.

Para aquellos que viven en estas playas de occidente disputadas por el caos y la locura colectiva, debo advertirles que sería conveniente leerlo después de ingerir o Baben o lorivan, alguno de esos productos que usamos para calmarnos los nervios, ya que el libro es el relato desde el otro lada, más aun, del otro lado del otro lado.

Lo leí después de haber terminado con Sumisión de Michel Houellebecq, libro que me había preparado psicológicamente para empatizarme con los oponentes a las propuestas de la derecha europea contra la segregación provocada por la estética del multiculturalismo.
La escritora, que hoy vive en Nueva York, hija de inmigrantes árabes cristianos de lo que hoy son los territorios ocupados, que llegaron a Chile en 1915 desde Beit Jala, realiza un viaje a la nostalgia de su abuelo paterno a través de la escritura.


La palabra escrita es el arma que utiliza para jugar con lo que el escritor Libanes Elías Khoury llama en su novela La Cueva del Sol, al cuento del cuento, el recuerdo heredado, ya que no es un recuerdo propio, sino de aquellos que nos antecedieron en nuestra cadena familiar, pero que sin embargo los lazos de cariño le han otorgado a esos recuerdos un carácter mítico, casi religioso, y como provienen de nuestra infancia llegan con un plus valor que nos impulsa a tomar parte en algo alejado en el tiempo y la geografía, creo que nosotros los judíos podemos entenderlo sin grandes esfuerzos.

La escritora, una muchacha inteligente, que ha escrito otros libros, que yo no he leído, ha recibido el premio Sor Juana Ines de la Cruz de México en 2012 y Anna Seghers de Berlín en 2011, además de becas de distintas instituciones europeas, sus libros han sido traducidos a varios idiomas.

Una de las primeras reacciones que arranca el libro a un lector interesado por los acontecimientos cotidianos y la historia, es que pone sobre la mesa las preguntas acerca de la verdad y la realidad, así como la dualidad cristiana entre el bien y el mal, lo realiza lentamente en un viaje real al pasado de los afectos de sus parientes, pero también a un pasado narrado desde las profundidades del sentimiento de aquellos que han sido las víctimas de una expulsión organizada por el otro, el enemigo.

Ese otro, nosotros, nos contamos un cuento con varios colores diferentes, según sea nuestra forma de mirar los acontecimientos en este perdido planeta. Y Lina, una escritora culta e informada, utiliza todos nuestros colores para zambullirse en la pileta del conflicto desde una visión anti colonialista, regada por su Latino América juvenil de los años setenta que la conduce a conclusiones que a ella no la comprometen, más que nada por la distancia donde vive su cotidianidad, pero el todo o nada de sus conclusiones permiten al lector entender que la no solución de este conflicto puede dejarnos en un perpetuo escenario de violencia.

En el desarrollo de la narración pone en evidencia todos los problemas a los cuales nos enfrentamos en el día a día, quienes son los judíos, cuantos tipos de judíos hay, y quien es el que determinará qué es ser judío, la falta de una constitución que permite el continuo atropello a los derechos humanos y por supuesto levanta el cuestionamiento de la alternativa sionista; lo que para unos fue el intento de incubar el huevo del ave Fénix, para otros fue la incubación del de el pájaro loco.

Desde la visión que los europeos vieron las espaldas de las personas que huían del horror generado por el holocausto, permitiendo culminar con la limpieza de Europa de judíos por un lado, y por el otro alejarse de las culpas, los palestinos veían la cara del colonizador europeo llegando a sus tierras, y el comienzo de una historia de perdidas después de perdidas, que según las políticas actuales de los últimos gobiernos israelíes, después de la guerra de los seis días, les da un panorama de una tragedia que jamás tiene fin.

Es desde esta forma de ver el conflicto lo que le permite atacar a Amos Oz casi sin piedad, y aunque a David Grossman lo trata con mayor delicadeza, no deja dudas, somos el enemigo terrible e inhumano que nosotros reconocemos en las políticas de los colonos, aunque intentamos separarnos de ellos, el otro nos ve así, como un todo, ese que envía sus hijos al ejército de ocupación para llevar adelante las políticas de seguir empujando a ellos, los palestinos fuera de un territorio que debería ser parte de otro país, y la pregunta que a mí me plantea es si no hemos perdido el tren, si realmente es posible decir soy judío, sin ser creyente, colono y racist.

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