Razonar es como atrapar una mosca. Cuando queremos atrapar una mosca suspendemos la respiración, los latidos del corazón y los impulsos musculares. Hablo, claro, figuradamente (recuerdo que a Spinoza, hereje y gloria judía, le gustaba ver cómo la araña atrapaba a la mosca). Atrapar no es matar, sino poseer. Podemos poseer sólo lo que es más pequeño que nosotros, lo que es menos inteligente que nosotros y lo que es más débil que nosotros. Podemos razonar, del mismo modo, sólo objetos, en general, inferiores a nuestra razón (tal explica la grandeza de la filosofía griega, dice Ortega y Gasset).
La razón se encarga de hacer conceptos sobre los objetos genéricos (martillo, caballo, casa), conceptos con los cuales nuestro entendimiento puede manejar lógicamente los productos de la intuición (colores, olores, texturas). Las intuiciones son como la mosca y los conceptos como el vaso de cristal que usamos para atraparla. Nuestra mano, a su vez, es como el entendimiento. Sin comprender lo dicho no comprenderemos por qué la palabra “felicidad”, tan usada por la opinión pública, provoca la estupidez.
La “felicidad” no es un objeto, y por lo tanto no puede atraparse. Distingamos lo que es “estado” y lo que es “condición”. Una cosa es ver una manzana en estado de putrefacción y otra ver las condiciones que pudren una manzana. Una cosa es ver a un hombre feliz y otra ver las condiciones para que sea feliz. La frase “el hombre feliz” no es igual a la frase “la manzana podrida”; la segunda es analítica y la primera, para recordar a Kant, es sintética. Toda manzana puede pudrirse, pero no todo hombre puede ser feliz.
La infelicidad llega cuando el hombre concibe tan abstrusos juegos lingüísticos. El hombre, para no ser podrido por la infelicidad abraza la estupidez. La “manzana podrida”, frase analítica, es similar a “el hombre es estúpido”, también analítica. Que “todos los hombres pueden ser estúpidos” es una verdad incuestionable. La estupidez es tan peligrosa porque no puede razonarse, atraparse. ¿Pero qué es la estupidez? Es lo contrario de la razón.
El estúpido no piensa, sólo intuye nubosidades particulares (importa mucho atender la diferencia que hay entre intuir y pensar), acto intuitivo con el cual el entendimiento no puede conformar objetos. El estúpido es como la mosca que vuelve al lugar amenazante dos, tres, siete veces, para gozar del manjar que la atrae.
El “Talmud”, “Tratado de Berajot”, dice: “Rabí Iojanán dijo en nombre de Rabí Shimón ben Iojai: Está prohibido para una persona llenar su boca con risa en este mundo”. La risa es un gesto de afirmación, una certeza. Sólo podría ser feliz, reír siempre, un superhombre capaz de ser certero durante toda su vida, como el metafísico charlatán, la bestia o el dios pagano. Nietzsche, que en un libro escribió que el gran filósofo es el que sabe cuándo reír, imprecó: “Der Rest ist bloß die Menschheit. Man muß der Menschheit überlegen sein durch Kraft, durch Höhe der Seele, durch Verachtung…”.
Pero la metafísica espiritista, por tratar de las nubosidades que están más allá de nuestro campo de acción, siempre yerra. Los filósofos han encontrado en la lógica una solución para la metafísica de fantasmas, para la estupidez: el nominalismo. Los cabalistas conocieron el arte del nominalismo, de pensar en las cosas reales y ausentes.
Todo nombre tiene dos lados, a saber: el significante, real (“significatio”), y el conjetural, ideal (“suppositio”). El hombre razonable procura pensar siempre en el lado “significante”, mientras que el estúpido piensa constantemente en el “conjetural”. El razonable, al oír la frase “el hombre feliz”, se pregunta por el hombre concreto del que se habla y por las condiciones en que existe, pero el estúpido no se lo pregunta. La razón o erudición talmúdica, sabiendo que no todos los hombres pueden ser felices, aconseja la prudencia, no reír, no para formar sabios, pero sí para evitar la estupidez.
Leon Wieseltier, editor judío de la revista “The New Republic”, en su artículo más reciente, titulado “Reason and the Republic of Opinion”, que confieso inspiró el presente texto, afirma que hay gente que prefiere el “pensamiento ardiente”, fiel, al “pensamiento claro”, estricto. ¿Por qué? Porque no todos los hombres pueden filosofar, pero sí desbarrar.
Cualquiera puede ser idealista, ver nada más conjeturas, felicidad, humanidad (“Menschheit”) y no hombres (fuerza, espíritu, gallardía); pocos pueden ser razonadores áridos, cabezas inteligentes capaces de equilibrar idealidad y realidad, tales como Marx, Freud, Kafka, Einstein, Babel, Koestler, Wilder, Lenny Bruce, Bellow, Roth, Heller, judíos que después de la caída de los últimos guetos, según refiere Hitchens en su libro “Dios no es bueno”, cap. “La resistencia de la razón”, salieron del “pequeño círculo de la precisión” talmúdica para dejarse llevar por la “loca necesidad de movimiento” (uso construcciones de Horacio Quiroga) que provoca una razón libre de la metafísica mural y que desea “dialectizar”, hablar con palabras llanas, dialectales, con otros hombres.
Wittgenstein, en sus “Observaciones filosóficas”, Axioma II, expresa lo siguiente, que bien sintetiza todo nuestro discurso: “¡Qué extraño sería que la lógica se ocupara de un lenguaje “ideal” y no del “nuestro”! Porque ¿qué expresaría ese lenguaje ideal? Supuestamente lo que ahora expresamos en nuestro lenguaje común: en este caso, es éste el lenguaje que la lógica debe investigar. O debe investigar algo diferente: pero en ese caso ¿cómo podría ya saber lo que ello es? – El análisis lógico es el análisis de algo que tenemos, no de algo que no tenemos”. Riéndose, respirando agitado, bailoteando, el ardiente estúpido pretende atrapar lo inexistente, lo que lo supera en fuerza, espíritu y gallardía.
Profesor Edvard Zeind Palafox
Siempre buenos reportajes!!!!