Oleadas de personas que huyen de la guerra y la violencia criminal recorren el mundo, cruzan mares y desiertos afrontando peligros mortales, con la finalidad de llegar a algún lugar seguro que los acoja. Y dependiendo de su suerte, una parte de esos “condenados de la Tierra” logran su objetivo mientras que quienes no lo consiguen regresan a los infiernos de donde provienen o simplemente mueren en el trayecto.
La Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, firmada en Ginebra en 1951 por una mayoría de los países integrantes de la ONU, estableció el compromiso de éstos a brindar asilo a quienes llegaran a sus territorios huyendo de riesgos reales de sufrir persecución u otras violaciones graves a los derechos humanos. Hoy, ese compromiso es ignorado por muchos de los firmantes, violando con ello normas de derecho internacional y principios humanitarios fundamentales. Cada caso específico presenta sus peculiaridades. Ejemplos de lo que al respecto ocurre hoy en países de Europa Oriental, en México e Israel son ilustrativos de ello.
Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia han sido impermeables a la recepción de refugiados de Siria y Afganistán, a pesar de las demandas de la UniónEuropea de la que son miembros. Sus respectivos gobiernos, apoyados por la opinión pública de sus sociedades, han expulsado sin contemplaciones a quienes lograron llegar a sus territorios. La xenofobia ha cobrado calidad de valor positivo en la ideología dominante de esas sociedades, por lo que fuera de las presiones venidas del exterior para aceptar cuotas de refugiados, no hubo movilización ciudadana que se opusiera a la política gubernamental, sino al contrario, la ciudadanía fue fuente legitimadora de las decisiones de expulsión.
En México hemos conocido en días recientes la crítica postura de Amnistía Internacional hacia nuestro país al haber denunciado que el Instituto Nacional de Migración había procedido a deportaciones de solicitantes de refugio llegados del triángulo de la violencia integrado por zonas de Guatemala, Honduras y El Salvador, sin cumplir en el 75% de los casos, con la obligación de informarles de su derecho a solicitar asilo, no obstante que la propia legislación mexicana dispone que así se haga. En este caso, puede afirmarse que la opinión pública de la sociedad mexicana, por indolencia o desinformación, no juega un papel relevante, ya que sólo las organizaciones dedicadas a la defensa de los derechos humanos, se manifiestan críticamente acerca de este tema.
Y otro país en el que actualmente hay una gran polémica acerca de los refugiados es Israel. Desde hace poco más de cinco años lograron llegar a territorio israelí miles de sudaneses y eritreos que huían de la guerra y los genocidios perpetrados en sus países. Hasta ahora no ha habido un reconocimiento gubernamental de su derecho a recibir asilo, por lo que las autoridades han decidido deportarlos a terceros países en África incumpliendo con ello con lo signado en la Convención de Ginebra. Pero en este caso, sí está registrándose una movilización ciudadana a fin de evitar las deportaciones. Además de las protestas de organizaciones defensoras de derechos humanos, ha habido reacción de la sociedad civil. Estudiantes de las universidades, académicos e intelectuales, lo mismo que rabinos y sobrevivientes del Holocausto nazi, han manifestado mediante marchas, documentos y proclamas su rechazo a la expulsión forzada de cerca de 40 mil africanos que habitan en el país y que además ya hablan hebreo y pueden ser la mano de obra que Israel requiere y que usualmente importa de otras latitudes.
Quienes se oponen a la deportación sostienen que “refugiados no deportan a refugiados”, haciendo alusión a la trágica historia del pueblo judío en la que la búsqueda de refugio fue una constante a lo largo de siglos.
En ese contexto, toda esta resistencia, así como la expresada por pilotos y tripulantes de la aerolínea israelí El Al consistente en negarse a transportar a los solicitantes de refugio a África, son encomiables al representar la convicción, justo ahora cuando se conmemora el Día Internacional de Recuerdo del Holocausto, de que la consigna de “nunca más” no es un simple lema vacío de contenido real.
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