Recientemente, debido al coronavirus, han surgido muchos ataques antisemitas. Unos más intensos que otros, pero se percibe una fuerte ola de ataques discriminatorios.
Si los judíos son causantes del virus (lo cual es un gran absurdo ilógico) o si logran la cura o la vacuna, igual van a ser estigmatizados y maltratados y acusados.
La envidia es una pulsión destructora, a nivel individual, social y política. En este caso, es posible hablar de grandes envidias, que destruyen sin lógica. Este virus, desconocido, y letal, causa miedo y por lo tanto, propicia que las pasiones surjan, entre ellas la envidia.
Así hay quienes se plantean que debe obstaculizarse un medicamento, porque fue producto de investigaciones judías. Esto se vuelve válido para algunos antisemitas por absurdo que parezca.
Deberíamos entender el antisemitismo, como envidia a la resiliencia del pueblo Judío: un pueblo que ha sido atacado constantemente desde siempre, y que se ha podido recuperar volviendo siempre a ser un pueblo admirado y admirable.
Está por demás señalar que por más duramente golpeado, este pueblo se vuelve a recuperar, y con creces. La resilencia lo caracteriza.
Es un orgullo pertenecer a este pueblo, resiliente y creativo, pero eso no quita esa sensación continua, constante de antisemitismo, que quizás siga siendo infinita.
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