La sorpresa y el desconcierto por el terremoto que sacude al mundo árabe y áreas aledañas guardan un notable parecido con las reacciones que en su tiempo suscitó el derrumbe del bloque comunista. Así como nadie pudo prever el desmoronamiento súbito de los regímenes tras la cortina de hierro, tampoco hay ahora quienes hayan pronosticado la oleada de protestas populares que están cambiando el panorama total del Oriente Medio, incluido por supuesto el Magreb. Prevalece por tanto una especie de estupor ante los últimos acontecimientos, sin brújulas que puedan orientar hacia dónde se dirigen los destinos de una multiplicidad de Estados en los que habitan millones de personas. La preocupación se ve aumentada además, por el hecho de que se trata de países cuyo peso en el mantenimiento de la estabilidad económica y política del planeta es altamente significativo.
Las especulaciones y conjeturas se multiplican por doquier sin que se vislumbre la posibilidad de pronosticar el rumbo que finalmente imperará. Por lo pronto, y a fin de ejercitar una primera aproximación analítica de lo que ocurre, vale la pena subrayar que ninguno de los países hoy barridos por el tsunami de las protestas es igual a otro por las numerosas particularidades que distinguen a cada caso. Aparecen en el cuadro ricos productores de petróleo con poca población y escaso territorio (Bahrein) al lado de un país como Yemen cuya pobreza afecta a millones de sus ciudadanos de forma especialmente lacerante. Está Egipto con sus 85 millones de habitantes y Libia con tan sólo 6.5 millones, ambos con territorios enormes, mientras que Túnez constituye, comparado con ellos, un pequeñísimo enclave territorial que sin embargo, guardaba un mucho mejor récord en cuanto a los derechos humanos de sus mujeres.
La misma diversidad aparece en lo referente al grado de fuerza y atractivo que el Islam ejerce y es capaz de capitalizar a futuro, como también varía en cada caso el carácter de sus relaciones con Estados Unidos, la Unión Europea y Occidente en general. Mubarak era un cómodo y leal aliado de ellos, no así Gadhafi, quien a lo largo del tiempo dio bandazos fenomenales en cuanto a dicha relación. Y si pensamos en que también Siria y el no árabe Irán se hallan en la cuerda floja, tenemos que se trata de países cuyos regímenes sostienen relaciones altamente conflictivas con Washington y los europeos sin que ello signifique que no sean igualmente satrapías en las que la brutal represión de las libertades ciudadanas son la norma.
¿Qué hay entonces en común en todas estas sociedades que hoy se rebelan? Lo primero que salta a la vista es que todas ellas se definen como islámicas y lo segundo es que absolutamente todas desde su constitución como Estados independientes, han sido regidas por autocracias eternizadas en el poder, sin mecanismos que permitan un mínimo juego democrático capaz de producir alternancias, oposición política organizada e institucional y una libre expresión de la disidencia. Los grados de corrupción derivados de una situación como ésa han sido monumentales, al amparo de la impunidad gozada por las cúpulas políticas y económicas que han permanecido inamovibles a lo largo de décadas.
En síntesis, ya se trate de formas monárquicas o republicanas de organización política formal, de aliados o enemigos de Occidente, de signatarios de acuerdos de paz con Israel o de entidades en estado de beligerancia con éste, de ricos o de pobres, de islamistas duros o de medianamente seculares, de líderes extravagantes o discretos, de sunnitas o de chiitas, de promotores del terrorismo internacional o de combatientes contra éste, en todos ellos se registra un mismo mal de fondo: dictaduras de larguísima data, represión, sofocamiento, violaciones generalizadas a los derechos humanos, falta de desarrollo, oportunidades de trabajo y equidad para sus nutridas poblaciones juveniles, arbitrariedad y corruptelas sin límite. Antes de las actuales revueltas tanto la comunidad internacional como los medios de comunicación, aun los que se definen como progresistas a ultranza, muy poco se ocuparon de estos temas. Hoy sin duda es menester reconocerlos y abordarlos con la seriedad debida.
Fuente: Excélsior
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