Hay fechas y días que vivimos y cursamos conforme a los dictados de la cotidiana rutina. Un compromiso ineludible, algún inolvidable aniversario, un trastorno excepcional o alguna reflexión poco cotidiana sobre lo cotidiano: hechos que sólo entonces nos obligan a mirar las horas de otro modo. Por inocencia o por desmemoria olvidamos que, en rigor, todos los días sin excepción guardan algún importante hecho o levantan un recuerdo o bien anticipamos el fin de los otros y el nuestro.
Si fuéramos insoportablemente eruditos o memoriosos, sabríamos que no hay minuto alguno – antes y después- huérfano de experiencias y recuerdos.
Por ejemplo, hace algunos días, recorriendo calles de Tel Aviv, me abrumó una imagen que parecía olvidada. Aludía a una mujer y escritora mexicana que falleció en esta ciudad en una noche trastornada por traicioneros relámpagos. Recordé: Rosario Castellanos.
Vio ella la luz en Comitán, Chiapas, en el sur mexicano apenas conocido por los capitalinos. Desde el nacimiento y la adolescencia se miró extraña, diferente, en un entorno de indígenas y mestizos explotados por una minoría de blancos. Sensación que marcó su vida como mujer y escritora. Pues esta explosiva e injusta discriminación también afectaba al ser femenino, constantemente desfigurado en su país y en otros por el hombre-macho.
Y no por accidente reunirá más tarde experiencias y letras en un volumen que llamará Mujer que sabe latín. Ciertamente, los conocedores de esta atinada frase podrán completarla: “Mujer que sabe latín ni encuentra marido ni tiene buen fin…”
Balún Canán es su novela más importante. Describe la venenosa distancia entre los indígenas – que son mayoría – y los blancos en el sur mexicano, y entre los lenguajes regionales y el castellano que pretende imponerse. Un espinoso relato que seguirá hilvanándose en otros de sus escritos como Oficio de Tinieblas. Temas a los que aludirá como catedrática en México, en Estados Unidos, y en la Universidad jerosolimitana.
Llegó a Israel como embajadora de su país y aquí acontecerá su lamentada muerte en 1974. En torno a su fin no faltaron preguntas y especulaciones. ¿Falleció como resultado de un inesperado choque eléctrico al conectar, con húmedas manos, algún aparato? ¿O se trata de un suicidio empujado por una acentuada melancolía que apenas conocía treguas? Sea como fuere, su dormido cuerpo llegará a México y allí fue enterrado con los homenajes que bien merecía.
Como mujer y escritora, Rosario frecuentemente enhebró ácidas críticas a los escritores de su país, especialmente a aquellos que, parafraseando un lenguaje presumiblemente marxista, nunca tuvieron reparos en vivir a costa del presupuesto público.
En su ensayo Tendencias de la narrativa mexicana contemporánea que vio la luz un año antes de su fallecimiento, aludió a la Revolución mexicana de 1910, ” la única que nuestros historiadores le han conferido el honor de una R mayúscula…” Y se explica: ” participaron en ella todos los ciudadanos, y los escritores no constituyeron entonces una raza aparte. Y sobrevivieron los caudillos con sus andanzas, los políticos con sus intrigas, los gobernantes rapaces, la arbitrariedad de los militares, y la deshonestidad de los burócratas… ”
Un triste cuadro que algunos escritores de su tiempo – Mariano Azuela, Carlos Fuentes, José Revueltas y otros – ampliaron sin lograr, a su juicio, ni un lenguaje sincero ni la justa y honesta identidad. Todos ellos habrían olvidado la presencia del indígena que habitó el país antes de los españoles y criollos, y ninguno atinó a evaluar con justicia la condición femenina.
Estos son los temas que normaron los escritos de Rosario Castellanos. En la intranquila rutina de estos días merece el recuerdo.
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