Salmo 3, salmo histórico

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La antropología de Carlyle, uno de los padres del nazismo, creía que los héroes eran más fuertes que las sociedades que se “alzan”, según dice el Salmo 3, sólo para destrozar al que tiene fe, al que ambiciona el futuro y la gloria. Desgraciadamente son pocos los héroes que procreamos y muchos los hombres que terminan pisoteados por las construcciones humanas, por las creencias fanáticas y por las mitologías economicistas. El poder de la propaganda política demuestra la flaqueza del espíritu humano, pues ha logrado, cuando las condiciones históricas son propicias, movilizar millones de almas hacia el abismo de consensos ciegos, es decir, vacíos, sin teoría sustentadora y sin plan rector. La propaganda ejecutada con maestría no aparenta ser propaganda, sino conjunto de informaciones nacidas “naturalmente” de la opinión pública, de la que se piensa que es hija de la democracia y de la igualdad, conceptos harto complicados y abstrusos para pueblos que no se han tomado la molestia de leer sus textos fundacionales ni sus constituciones políticas, y menos a los autores clásicos de la teoría política, que son los que enseñan quiénes son nuestros amigos y nuestros enemigos, ora naturales, ora construidos por la posición geográfica y por las ideologías trocadas en religión.

En 1945, cuenta Leonard W. Doob (`Goebbel´s Principles of Propaganda´, 1950), autoridades norteamericanas encontraron en Berlín un documento dictado por Goebbels, el publicista de Hitler, cuyo contenido consta de 6.800 páginas saturadas de reglas para enarbolar una eficiente propaganda política. Uno de los axiomas del comentado documento arbitra que todo material propagandístico debe contener temáticas políticas, es decir, debe hablar de problemáticas económicas causadas, aparentemente, por decisiones políticas extranjeras. Los etnólogos han hablado hasta el hartazgo de las formas en las que todo pueblo, cuando padece pobreza, se remite a sus textos fundacionales y a sus mitologías para paliar, al menos un poco, sus dolores. Todo propagandista, nótese, es un gran conocedor de la religión de su pueblo y del pueblo enemigo. Todas las naciones, para ser naciones, tienen una consciencia histórica, y ésta, sobremanera lenta, trabaja ciegamente día a día; mas los individuos, que conforman dicha consciencia, no admiten imposiciones ni imperialismos, y adaptan a su gusto las tradiciones que reciben, aunque pocas veces critican sus fundamentos, pues haciéndolo perderían su identidad.

Así las cosas, el primer argumento de toda campaña propagandística hablará, para capitular sus objetivos, de la identidad (“¿Quiénes somos?”, traduciría Kant), de la cultura que podría perderse en perdiendo una guerra. La guerra, que es extensión de la política, metafísica hecha física, que a su vez es teoría económica embozada con arengas, es aceptada cuando los pueblos se sienten amenazados y no perciben más opción que la violencia (“No temo a esas gentes que a millares se apostan en torno contra mí”, dice el versículo 7 del Salmo 3). La propaganda que quiere persuadir de locuras a un pueblo derrumbará, al menos conceptualmente, las certezas materiales de éste. Martin Buber, pensador lleno de fe y que al hermoso alemán tradujo la Biblia ayudándose de la erudición de Franz Rosenzweig, en su libro `¿Qué es el hombre?´ señala un fenómeno psíquico fundamental de nuestra naturaleza: “Una imagen mental del mundo que se levanta en el tiempo, jamás podrá proporcionar aquel sentimiento de seguridad propio del edificio en el espacio”.


Muchos arrogantes afirman que los judíos no se defendieron, cuando podían hacerlo, del ataque de los nazis. Tal acusación, además de delatar ignorancia psicológica, delata ignorancia política y religiosa. “Un instante dura su ira, su favor toda una vida”, dice el versículo 6 del Salmo 30. El pueblo judío, más que otros pueblos, ha meditado en las leyes de “su” Historia, y sabe perfectamente qué significa el ser siempre extranjero; y quien siempre se siente extranjero mucho siente el paso del tiempo, mucho los paisajes cambiantes, mucho las divergencias culturales. ¿Qué amenaza representaba la vetusta y etnocentrista ideología alemana para un pueblo cosmopolita que desde sus inicios ha lidiado con enemigos políticos mortíferos? ¿No era Hitler para el pueblo judío un “héroe” más de las numerosas naciones que siempre se “alzan” en son de enemistad? La sabiduría judía, aunque milenaria, yacía en hombres de carne y hueso, es decir, en gente que temía como todos temen y que esperaban como todos esperan. Pero, ¿es el pueblo judío el pueblo que más ha esperado y espera, pues para éste el Mesías está por llegar? Paradójico resulta que la religión más antigua de las tres grandes sea la poseedora de una de las naciones más jóvenes.

Pero dejemos que los eruditos hablen. Gershom Scholem, en la sección llamada `Cábala y mito´ de su libro `La cábala y su simbolismo´, apunta: “El hecho de involucrar el exilio en Dios es tan temerario y atrevido en su paradoja gnóstica como decisivo en cuanto a la enorme repercusión de estas ideas en el judaísmo. Ante el tribunal de una teología racional estas ideas harían sin duda un mediocre papel. En el mundo de la experiencia humana de los judíos constituirían, por el contrario, un grandioso y atractivo símbolo viviente”. La razón judía, su “espíritu de geometría”, citando a Pascal, supo que debía defenderse, hacer un ejército judío, una nación; pero la mística judía, el “espíritu de fineza”, decía otra cosa. Exiliado, acostumbrado a la amenaza, el pueblo judío sintió lentamente el movimiento de la Historia; pero al entender lo que ocurría ya no pudo decir lo del Salmo 3: “Me acuesto y me duermo, me despierto: Yavhé me sostiene”. La explicación que aventuro no pretende justificar, pero sí comprender la cuestión judía, al menos en parte; no afana sacar a la luz lo que muchos historiadores judíos han iluminado, pero sí poner sobre la mesa de la Política, para citar a Arendt, las peculiaridades de lo judío, peculiaridades que se han mantenido valerosamente a pesar de la desgracia sucedida. “En Yavhé está la salvación, baje sobre tu pueblo tu bendición”.

Acerca de Edvard Zeind Palafox

Edvard Zeind Palafox   es Redactor Publicitario – Planner, Licenciado en Mercadotecnia y Publicidad (UNIMEX), con una Maestría en Mercadotecnia (con Mención Honorífica en UPAEP). Es Catedrático de tiempo completo, ha participado en congresos como expositor a nivel nacional.

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