El arte de conversar hay que crearlo y contextualizarlo. ¿Qué y con quién? Todos tenemos cosas que platicar, pero es importante no solo pensar en uno mismo sino poder ser parte de una conversación grupal y respetar el contexto en que estamos. Puedo tener un sentimiento que me ahoga, tengo que medir con quien estoy, no se puede platicar de todo con todos y en todo momento. La discreción no es una virtud en todos los humanos, hay quien cuenta secretos personales o familiares para llamar la atención o provocar a los oyentes.
Cuando veo a Renato acariciarse la frente con gesto inquieto, me pongo nerviosa porque está tratando de disimular con buenos modales un sentimiento que lo hace sufrir, que surge desde lo profundo y que le hace desear ser el centro de atención, necesita sentirse importante. Cuando lo interrumpen se molesta. A pesar de ser bastante mayor no ha logrado manejar esa sensación de incomodidad que lo hace hablar demasiado. Cuando era chiquillo sus berrinches surtían efecto. El tiempo ha pasado.
Sabemos que hay distintos tipos de amistades, todas interesantes, pero no iguales entre sí. Lo mismo que sabemos a quién le hacemos caso cuando nos recomiendan un libro o una película. ¿Con quién coincido y con quién no? ¿Con quién puedo hablar mis asuntos personales? Yo pienso con algún buen amigo o familiar, no es conversación general ni les interesa a todos.
A lo largo de la vida, me he topado con personas que no platican sus cosas personales y otras que todo el tiempo hablan de su intimidad. He tenido que decir basta en ambos casos. Los extremos son incómodos. He escuchado comentarios sobre el disgusto que ocasiona el que no participa como el que no deja de participar. Es importante tomar el micrófono y soltarlo a tiempo.
Lidia ha aprendido a conversar, durante parte de su vida ha sido muy silenciosa, ahora se fue al otro extremo. No se avergüenza de hablar, pregunta y comenta todo aunque no tenga el conocimiento para hacerlo. Parece que pasó de una punta a la otra. Cuando su mejor amiga le llama la atención contesta ya no me da pena como antes, me siento libre y puedo hablar de lo que me plazca. ¿Creen que esto es adecuado? Parece que no mucho. Es una forma de mostrarse.
Rubén es introvertido y a veces habla por hablar. Tuve una reunión con él, le había llegado el agua al cuello, logró abrir esa llave que estaba cerrada. ¡Qué forma de hablar. Lo único que le pude decir es: Te quiero y me gustas más ahora que estás expresando sentimientos, te queda bien el desmoronamiento de tu racionalismo. Eres muy inteligente y usar tu cerebro en forma tan intensa te aparta de los otros y de tus propios sentimientos. Casi se puede escuchar los engranes y tuercas de tu cerebro. No debemos guiarnos sólo por la razón o por los sentimientos. Combinar la razón con el sentimiento nos equilibra y convierte una conversación en algo útil y agradable.
Cuando hay algún accidente grupal, expresamos nuestra opinión y gritamos al mismo tiempo movidos por un sentimiento de angustia y miedo. En estos casos tenemos que confiar en alguien que conozca la situación y organice las conductas. Cuando todos opinan gritando, el responsable del grupo se siente incompetente, se pone nervioso y con voz ronca solo logra confundir al grupo. Todos se convierten en jefes, gritan e intercambian instrucciones personales. Cada uno está seguro de tener la razón. Hay quién comenta no puedo contener mi agitación, me calma el gritar, dar órdenes, incluso expresar sonidos y sentimientos inarticulados alivia mi tensión.
En eventos que no controlamos, inesperados, ajenos a lo razonable, hay un desequilibrio interno que necesitamos calmar. Se implanta un silencio extraño afuera y adentro. Sobreviene el miedo y la confusión, las personas lo quieren romper para alejarse de ese sentimiento que lastima y agita las neuronas. La inquietud personal produce un parloteo ansioso. Este mezclado con la gravedad del evento, produce enojo en los otros por la falta de empatía. El hablador, no se da cuenta de los gestos de aburrimiento de quienes lo escuchan. Si prestara atención podría aparecer, cierta depresión y enojo consigo mismo al confirmar su impertinencia y falta de empatía.
En una ocasión, un grupo de amigos sale a caminar y escalar una montaña. Uno de ellos pierde el paso y cae al vacío, los demás quedan mudos y paralizados. Aún no saben qué pasó con su compañero que está tirado sin moverse unos metros debajo de donde ellos se encuentran. Hay que tomar una decisión organizada y con el desasosiego, cada uno piensa que tiene la solución, si no hay quién ponga orden, el caos se instala como distractor del sufrimiento. Cada quien se deja guiar por sus propios recuerdos y fantasías que le enchinan la piel. No hay manera de apagar esos recuerdos con un control remoto, son parte de la mente y deben quedarse allí, pero no siempre son una guía adecuada.
El cúmulo de emociones contenidas que acosan el pensamiento es ilimitado, y cuando se desbordan producen tal energía que la gente siente necesidad de correr, brincar o lo que sea para aligerar la tensión. Una forma es hablar demasiado. La pregunta escondida es: ¿estoy a salvo? En estas situaciones la compañía organizada, comida y agua pueden contribuir a tranquilizarse y actuar adecuadamente sin permitir que la ira o la euforia dominen el ambiente caótico per-se. En esas ocasiones nos comportamos en forma egocéntrica, cada uno cree que tiene la verdad en sus manos. Puede ser que hay opiniones valiosas pero no todas se pueden seguir, hay quien ordena y quien obedece.
En cualquier grupo solo uno o dos pueden ser los organizadores, los demás se comportan de forma respetuosa esperando que la situación se resuelva. Esa es la meta resolver y dejar fuera la necesidad personal y egoísta de ser los salvadores. Tratar de dirigir las acciones los hace sentirse importantes y pierden de vista a los demás. Un grupo con muchos jefes no funciona. Aquí es determinante el silencio de aquellos prepotentes que no juegan un papel en la acción. Recordemos que calladitos nos vemos más bonitos y que hay ocasiones en que el silencio es oro. Hay conversaciones útiles y otras que sólo abruman a los oyentes. El arte de conversar hay que crearlo y contextualizarlo. ¿Qué y con quién?
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