“Habíamos estado casados 14 años y teníamos una empresa lechera exitosa. Además,
yo tenía un buen trabajo en el Sistema de Servicio Social. Teníamos una casa
recién remodelada con casi todo pagado, estábamos sanos y hacíamos viajes
ocasionales a Disney con los niños. Por supuesto que nuestro matrimonio tenía
problemas, que yo interpretaba como crisis de la mitad de la vida o las
diferencias entre hombres y mujeres.
Los primeros signos
Probablemente su adicción al juego estuvo frente a mí mucho tiempo, pero yo no
podía, o no quería verla: Cuando los cobradores llamaban a casa, dirigía las
llamadas a mi esposo. Más tarde, varios directivos de instituciones financieras
locales de nuestras cuentas llamaron para decir que había rumores de que
estábamos involucrados en apuestas. Cuando le pregunté a mi esposo por qué nunca
me dijo nada, respondió que creía que yo ya sabía. Muchos de nuestros acreedores
no estaban preocupados porque yo tenía un salario profesional y creían que con
el tiempo pagaríamos las cuentas. Mientras lidiábamos con préstamos y deudas
todo el tiempo, ellos entendían tan poco como yo acerca del juego compulsivo y
todo lo que conlleva.
Vivir con un jugador compulsivo
En sólo unos meses, los niños y yo nos enfrentamos a varias realidades:
La repentina aparición de numerosas tarjetas de crédito con mi nombre como
titular principal, que se habían obtenido a través de aplicaciones por correo.
Mientras que los acreedores ampliaban el crédito sin verificar la identidad,
no estaban dispuestos a perdonarme las deudas, a pesar de que los cargos
estaban claramente relacionados con casinos.
Mudarnos de nuestra casa y regresar con un actuario para ver si podíamos
recuperar algo.
Regalar el perro de la familia.
Tener que cambiar a los niños de escuela.
Violencia familiar.
Tener un tutor designado por el tribunal para mis hijos.
Cambiar los beneficiarios de nuestros seguros de vida
Perder la confianza de mis padres.
Tratar de negociar ante la ejecución de la hipoteca de nuestra casa.
Explicar a los niños por qué no podríamos vivir en nuestra casa, nunca más.
Tratar de explicar y convencer a los niños que no fue su culpa.
Tener amigos y familiares diciéndome que están sorprendidos de que yo haya
permitido que esto sucediera, y tener que tratar de ser amable con ellos.
Hablar con los terapeutas, médicos y especialistas, para tratar de entender lo
que estaba pasando.
Viajes a casinos y bancos para rastrear los fondos de la familia.
Pérdida significativa de peso y de pelo además de vómitos constantes debido al
estrés.
Los viajes a las casas de empeño para tratar de encontrar mis joyas.
No más clases de piano, de natación o cursos de verano.
Insomnio / depresión.
Tratar de encontrar dónde vivir, empacar, mudarse y desempacar.
Divorcio.
Quiebra.
Nuestro nombre en el periódico local en la sección de la delincuencia.
Cinco años después, sigo pagando altas tasas de interés sobre los préstamos
que soy capaz de conseguir debido a la quiebra.
En ese momento, no había ninguna consideración para nuestra familia porque
nuestro jugador no estaba en tratamiento.
Y la lista sigue…
El juego compulsivo nos sigue afectando a mí y a mis hijos, incluso 5 años
después de la crisis. Nuestro trabajo es seguir adelante y movernos con lo que
tenemos. Poco a poco nos hemos recuperando, y hoy un pequeño perro es parte de
nuestra modesta familia. Vivimos unos por los otros, y somos una versión de la
felicidad que se adquiere después del largo y doloroso camino de la
recuperación”.
* Fragmento tomado y traducido de”Beyond the Odds” (boletín trimestral sobre los
problemas de juego, financiado por el Departamento de Servicios Humanos de
Minnesota)
Si crees tener problemas con tu forma de jugar o conoces a alguien que los
tenga, no sientas miedo de pedir ayuda. Acércate a nosotros y te haremos una
valoración para determinar si necesitas tratamiento. No esperes a perderlo todo…
En Umbral, la puerta está abierta.
Oficinas: 52450595
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