Setenta

El periodista norteamericano, Larry King, decía que la mejor definición de Israel que escuchó era que en una discusión entre diez personas, hay al menos once opiniones diferentes. La fragmentación sectorial, la diversidad de corrientes, el pluralismo de ideas, el encuentro de orígenes y el desencuentro de intereses atomiza a su Parlamento hasta tal punto que este año, en su aniversario, Israel presume – o lamenta – haber tenido 34 gobiernos.

La fórmula de “más ideas que personas” es la causa del éxito tecnológico y científico pero también de la habitual crispación en el debate público y la imposibilidad de llegar a un consenso para un acuerdo con los palestinos.

Setenta años después de su creación, Israel se convirtió en el lugar en el mundo donde residen más judíos. Más incluso que Estados Unidos. 6.500.000 judíos viven en el “hogar nacional” que visionó Herzl. ¡Seis millones! Una cifra dramáticamente simbólica.

A los setenta, Israel superó la barrera de 8 millones de habitantes. De 806.000 en 1948 a 8.708.000 en 2017. Más de 100.000 bebés nacieron el año pasado. Hay 1.690.000 árabes israelíes – en su mayoría musulmanes -, 310.0000 son cristianos no árabes y de otras creencias – en su mayoría inmigrantes y sus familiares – procedentes de las repúblicas ex soviéticas.

Israel doblega así a Estados Unidos manteniéndose por ahora Francia en el tercer puesto, aunque la aliá de ese país aumenta cada vez más debido al antisemitismo y al terrorismo islámico. “Hoy en día en el mundo hay casi 15.000.000 judíos”, afirmó el profesor Sergio Della Pergola de la Universidad Hebrea de Jerusalén. El incremento de judíos en Israel contrasta con el descenso en el resto del mundo debido entre otros motivos a la asimilación y el hecho que haya más muertes que nacimientos.

Este año los israelíes homenajearán en el “Día de Recuerdo a los Caídos” a 25.800 muertos y desaparecidos – 23.300 efectivos de las fuerzas de seguridad y 2.500 civiles – en guerras y atentados terroristas. No obstante, Israel sigue emboscado en un conflicto político, territorial y religioso mientras sus vecinos cercanos de Oriente Medio arden.

En su 70 aniversario, Israel amuralla sus fronteras con fina tecnología ante países cada vez más inestables. Por un lado, en la cúpula militar reconocen que se redujo la posibilidad de una guerra convencional con un ejército árabe. Por otro, alertan ante el aumento del número de terroristas a pocos metros de su territorio aprovechando los dramáticos cambios regionales.

Más allá del temor ante los arsenales de organizaciones terroristas como Hezbolá en Líbano y Hamás en la Franja de Gaza, el Estado hebro sella su líneas divisorias con un Egipto controlado por un gobierno semi de facto y con una Siria en violenta desintegración étnica controlada por Rusia y Turquía, mientras observa con preocupación lo que puede suceder en Jordania y sobre todo afronta lo que considera la amenaza existencial del proyecto nuclear iraní.

Con todo, Israel es considerado el octavo país más feliz del mundo, según varios índices internacionales. Una encuesta del Instituto Panels Politics reflejó que el 83% de la población se siente orgullosa de ser israelí mientras el 71% sostuvo que Israel es un buen lugar para vivir.

El Estado judío, que nació exportando naranjas y bajo la romántica idea colectiva de los kibutzim, se entregó a la creación de chips y cámaras para Smartphones; de inventos agrícolas y prestigiosas investigaciones científicas a la innovación de más de 4.000 Start-up cuyos productos, aplicaciones e ideas se usan de alguna u otra forma en todo el mundo.

La tierra bíblica es hoy una incubadora tecnológica. Las Tablas de la Ley compiten con sofisticadas tabletas en un país donde las multinacionales más importantes instalaron decenas de centros de desarrollo e investigación para renovar sus productos. Como dijo Bill Gates hace algunos años: “Israel forma parte del Silicon Valley”.

El presidente fallecido, Shimón Peres, solía afirmar que el futuro de Israel no pasaba por sus gobiernos sino por los grandes centros de tecnología. Decía: “Los gobiernos están diseñados para un orden mundial que ya no existe. Eran más apropiados a un mundo donde la economía se basaba en la tierra y había que defenderla, repartir y crear ejércitos. Cuando el mundo empieza a basarse en la ciencia, el orden anterior dejó de ser vigente. Antes los gobiernos tenían el monopolio sobre el conocimiento; ahora alcanza con un teléfono inteligente”.

¿Judío y democrático o judío o democrático?

En lo que respecta al discurso político israelí, éste se rige por la presunción de que es necesario decidir si el país es un Estado occidental o un Estado judío. Aparentemente, el interrogante es: ¿Israel debe ser más judío o más democrático? Pero el sentido implícito señala una elección entre un Estado que decide adoptar la aplicación de los derechos humanos individuales u otro que impone un lenguaje específicamente judío.

Se trata de una suposición falsa. Israel no se debate entre ser judío o democrático, sino en la elección entre dos viejas tradiciones: la del Iluminismo, con su énfasis en el favorecimiento de las libertades individuales y la división de poderes, o la del Romanticismo Político, donde impera el vínculo entre una entidad llamada “Nación” y otra llamada “Tierra”.

Gran parte de la sociedad israelí – cada vez mayor – sostiene una posición según la cual Israel no debería primordialmente aprobar el lenguaje de los derechos humanos individuales aceptado en la política internacional, sino insistir en su derecho a ser un Estado puramente étnico. Debido a ello, sigue defendiendo el argumento de que los judíos tienen la inalienable prioridad sobre ciertos territorios, en particular todos aquellos que se mencionan en la Biblia, y de que una patria judía no puede ser, al mismo tiempo, una patria para individuos de una etnia diferente. Esa parte de la sociedad asegura que el derecho de los judíos a toda su patria ancestral constituye el fundamento del sionismo y la única justificación que éstos tienen para su propio Estado. Su principal argumento es que existe una relación total entre tierra, pueblo y soberanía. De lo contrario, no habría ninguna otra razón que acredite su estancia en esta región del planeta.

Esa es otra suposición errónea. Uno de los mayores logros de la diplomacia sionista fue obtener el reconocimiento otorgado por la ONU en 1947 para la creación en Palestina de un Estado judío y otro árabe. Las Naciones Unidas, y de hecho casi toda la comunidad internacional, entendieron que el pueblo judío tiene la necesidad y el derecho de un Estado al cual llame su Patria y en el que pueda cumplir con su necesidad de autodeterminación nacional. Ello no se decidió considerando que los pastores hebreos habían vivido en la Canaán histórica cinco mil años antes; lo que se tuvo en cuenta fueron las necesidades y los derechos del pueblo judío en esa precisa situación. Hoy en día, Israel es un Estado aceptado internacionalmente, no sobre la base de su narrativa antigua, sino en razón del reconocimiento que goza como parte del orden político y jurídico internacional.

La razón por la cual Israel se encuentra actualmente criticado – no siempre fue así – no se debe a que la gran mayoría de las naciones no reconozca su legitimidad, sino a que no acepta su ocupación militar de los territorios en Cisjordania sin otorgar a los palestinos los derechos que la mayor parte de la comunidad internacional, y lógicamente la occidental, dan por sentado para cada individuo.

La elección, por lo tanto, al cumplir setenta años, no es entre un Estado que sea totalmente judío y otro que sea verdaderamente democrático. La alternativa es entre un romanticismo político, con sus desastrosas consecuencias, o admitir el mismo orden jurídico que nos permitió a los judíos regresar como ciudadanos libres y soberanos a formar parte de la sociedad de las naciones. Cuando hablo de que el fin del conflicto con los palestinos exigirá concesiones dolorosas, me refiero a que Israel deberá decidir, antes que nada, entre esas dos opciones. Ningún otro asunto es más importante.

Mientras tanto, ¡Feliz Cumple, Israel! Hay muchas, demasiadas razones para festejar. Después de todo, la revolución sionista fue la única de todas las revoluciones del siglo XX que consiguió cumplir con el programa que se propuso de antemano. Todas las demás terminaron en desastres humanitarios.

¡Jag Sameaj!