Escuche esta magnífica obra de la literatura Yiddish “Si no más alto” de I. L. Peretz en voz de Michael Ben-Avraham, la cual forma parte del disco “Masters of Yiddish Prose: The Chasidic World in Yiddish Literature” que puede Usted escuchar completo en SaveTheMusic.com oprimiendo aquí.
Mientras Usted escucha “Si no más alto” de I. L. Peretz, lo invitamos a leer esta excelente traducción al Español, realizada por Ruth Murphy, quien amablemente la envió a nuestra redacción.
“Si no más alto” de I. L. Peretz
Y cada mañana cuando es el tiempo de las oraciones penitenciales de Yom Kippur, el rebbe Nemirover desaparece. ¡Se esfuma!
Nadie pudo encontrarle en ningún lugar, ni en la sinagoga, ni en cada una de las casas de estudio, ni en reunión alguna de rezos y más que nunca ni en casa. La casa se quedaba abierta. Cualquier persona que quiera, puede entrar o salir; nadie robaría al rebbe. Pero en la casa no se pudo encontrar ni una criatura viva.
¿Dónde puede estar el rebbe?
¿Dónde debería estar él? ¡En el cielo, por supuesto! ¿No cree que un rebbe tiene muchos asuntos en que ocuparse? Judíos, que Dios nos proteja, necesitan ganarse la vida, necesitan paz, buena salud, conseguir buenos matrimonios para sus hijos, desean ser buenos y obedientes. Pero los pecados son grandes y Satanás con sus mil ojos les observa de un lado del mundo al otro y les ve, y los culpa y los denuncia . . . — ¿y quién está para ayudar, sino el rebbe?
Así es como piensa la gente.
No obstante, un día llega al pueblo un Litvak , y se ríe de esto. Ya conoce cómo son los Litvaks. No les importan los textos sagrados de la moralidad ni el buen comportamiento, en su lugar se llenan las cabezas con los comentarios rabinos. Ellos le muestran un texto explícito del Gemora mientras le claven la mirada — aún Moishe Rabayni — le dice él — no estaba permitido ascender a los cielos durante su vida, ¡pero tuvo que pararse diez manos de ancho por debajo del paraíso! Bueno, ¡vaya e intente discutirlo con un Litvak!
Pues, ¿a dónde va el rebbe?
— ¡No me preocupe! — contesta él, escogiéndose de hombros, y en ese momento, decidió enterarse de que de verdad sucede con el rebbe.
* * *
La misma noche, poco tiempo después de las oraciones nocturnas, el Litvak entra furtivamente al dormitorio del rebbe, se acuesta debajo de la cama, y se queda allá. Él esperará allá toda la noche, para ver adónde va el rebbe, y qué hace.
Otro hombre quizá pudiera quedarse dormido y malgastar la oportunidad: un Litvak aprovecha del tiempo; ¡él se permite recitar un versículo entero de Talmud de memoria! No me acuerdo si era ´´las leyes dietéticas´´ o ´´votos´´.
Antes de amanecer, oye la llamada de los hombres por las oraciones de Selichot.
Hace un rato que el rebbe ya está despierto. Desde hace una hora, el Litvak oye como gime el rebbe.
Todos los que han oído alguna vez como gime el rebbe, saben muy bien cuánta aflicción siente el rebbe por Los Hijos de Israel, cuánta angustia permanece en cada gemido . . . el alma puede morir, ¡escuchando esos gemidos! Pero el Litvak tiene un corazón de hierro; ¡los oye y todavía se queda debajo de la cama! El rebbe también se queda acostado: el rebbe, que el Dios le conceda una vida larga, encima de la cama; el Litvak, debajo de la cama.
* * *
Ahora oye el Litvak como las otras camas de la casa comienzan a crujir . . . como los otros ocupantes de la vivienda se levantan de cama, como ellos murmuran una oración judía, el sonido del ritual de lavar las manos, la puertas se abren y cierran . . . y todos ellos salen de la casa, y la casa vuelve estar tranquila y obscura. Un pequeño rayo de luz de luna apenas brilla por la contraventana . . .
Y entonces fue preso del pánico; le aterraba estar solo con el rebbe, se sobrecogió. El terror le puso la carne de gallina; las raices de sus peyes pinchan a las sienes como agujas.
Una nadería: quedarse con el rebbe durante el tiempo de Selichot, antes del amanecer, solo en la casa . . .
Pero ya sabes que un Litvak es muy obstinado. Se estremece y se permanece acostado debajo de la cama.
* * *
Por fin, el rebbe, que Dios le conceda una vida larga, se levantó de la cama . . . .
Primero, hace lo que debe hacer un judío . . . . entonces se acerca al armario y saca un fardo . . . . que parece ser ropa de campesino: pantalones de lino, botas grandes, un abrigo de tela áspero, un grande sombrero de piel y un cinturón largo y ancho, tachonado con clavos de latón.
El rebbe se pone esta ropa . . .
Del bolsillo de abrigo, sobresale un extremo de una soga gruesa . . . ¡una soga como la que usan los campesinos!
El rebbe sale . . . el Litvak — ¡le sigue!
Antes de salir de casa, el rebbe entra en la cocina, se agacha, y de abajo de una cama saca un hacha, mete el hacha en su cinturón y sale de la casa.
El Litvak se estremece, pero no se da por vencido.
* * *
Se hace un silencio sobre las calles obscuras, mezclado con tensión que siempre acompaña Los Días de Penitencia. A menudo arroja el silencio un grito que proviene de un minyan en algún sitio en la obscuridad, o un gemido de un enfermo de alguna ventana . . . . el rebbe se permanece a lo largo de los bordes de las calles, siempre en las sombras de las casas . . . de una casa a otra él se desliza, y el Litvak le sigue . . . y el Litvak se da cuenta de cómo el ruido de sus propios latidos del corazón mezcla con el sonido de los pasos pesados del rebbe: pero él continua y junto con el rebbe llegan ellos en las afueras del pueblo.
* * *
Detrás del pueblo hay un bosque.
El rebbe, que Dios le conceda una vida larga, entra en el bosque. Después de treinta-cuarenta pasos, se detiene ante un árbol pequeño. El Litvak lo mira asombrado mientras el rebbe saca el hacha y comienza a golpear el árbol.
Él ve, como el rebbe derriba y derriba, oye como el arbolito cruje y chasque. Y el arbolito se cae, y el rebbe lo parte en leños . . . y los leños a trozos delgados: y él saca del bolsillo la soga y los ata en un haz de leña. Él levanta el haz de leña encima de sus hombros, remete de nuevo el hacha en su cinturón, sale del bosque, y regresa al pueblo.
En una calleja, se detiene ante una casita empobrecida que está media-caída a pedazos, y golpea la ventana.
— ¿Quién es? — pregunta una voz asustada adentro de la casita. El Litvak se da cuenta que el habla es de judía, una judía enferma.
— ¡Yo! — contesta el rebbe con lengua campesina.
— ¿Quién es ´´yo´´? — pregunta otra vez la voz de la casita.
Y el rebbe le contesta de nuevo en ucraniano: — ¡Vasil! —
— ¿Quién es Vasil, y qué quieres, Vasil? —
— Leña — dice el disfrazado Vasil, — ¡Tengo leña para vender! Muy barata . . . ¡casi gratis!
Y sin esperar la respuesta, el rebbe entra en la casita.
* * *
El Litvak también entra, siguiendo furtivamente al rebbe. Por la luz gris del amanecer, él ve una casita muy pobre, derruida, y muy pocas cosas de hogar . . . en la cama se acuesta una judía muy enferma, envuelta en harapos, y ella dice con una voz amarga:
— ¿Comprar? ¿Con qué puedo comprarla? ¿Cómo pudiera yo, una viuda pobre, tener dinero?—
— Te vendo a crédito — contesta el disfrazado Vasil, — ¡seis groshen por todo! —
— ¿Y con qué puedo saldarte? — gime la vieja, enferma mujer.
— ¡No seas tonta! — le regaña el rebbe — Miras, eres una vieja judía enferma y yo confío en ti con esta poca madera, tengo fe que me lo devuelvas; Y tú tienes un Dios tan fuerte y poderoso y no confías en él por nada . . . ni por seis groshen con los que puedas comprar un haz de leña, ¡no le confías en él! —
— ¿Y quién preparará el fuego por mí? — gime la viuda.
— Yo también prepararé el fuego — le dijo el rebbe.
* * *
Y, colocando la leña adentro de la estufa, el rebbe gemó y recitó el primer verso de las oraciones de Selichot . . . .
Y, mientras prendía el fuego y la leña comenzó a arder fuerte, el rebbe, ya un poco más alegre, recitó el segundo verso de Selichot . . . .
Recitó el tercero verso de las oraciones de Selichot cuando el fuego seguía ardiendo y él hubo cerrado la puerta de la estufa . . . .
* * *
El Litvak, quien fue testigo de todo, se quedó y se hizo un Nemirover hasid.
Y desde ese momento, si un hasid contara que el Nemirover se levanta todas las mañanas del tiempo de Selichot y asciende a los cielos, el Litvak nunca rie pero sólo añade muy tranquilamente, — Si no más alto. —
Traducido por Ruth Murphy
Adquiera esta obra en línea de I. L. Peretz, oprima aquí
Artículos Relacionados: